La pasada semana nuestro país entregó a 35 personas nacidas en otras latitudes, la condición de refugiados. La noticia, inexplicable y lamentablemente, pasó desapercibida para la mayoría de nosotras y nosotros.
Estimo que vale la pena precisar el asunto, en medio de tan pocas líneas. Del total de desplazados, 28 llegaron desde Colombia, seis desde Siria y uno más es saharaui, de acuerdo al portal web de la Cancillería nacional.
Agudizando solo un poco el contexto de la situación, podemos entender todo. No es Colombia el paraíso que decía Uribe que es y que Iván Duque sigue cacareando que es; Siria es abatida a diario por el imperialismo brutal que persigue hacer comer tierra a sus nacionales, y del pueblo saharaui conocemos las vicisitudes.
¿Cómo entender que un grupo de personas decida escapar del hambre, la miseria, la inseguridad y otras penas que las acogotan en el territorio en el que nacieron, para buscar techo y comida en otro que supuestamente se está quedando vacío precisamente porque sus habitantes están emigrando?
La respuesta no es difícil de ubicar: representa nuestro suelo la esperanza de la humanidad. Así de simple.
Con el transcurrir de los días, el mundo va tomando más y más conciencia del origen de nuestra situación actual. Quienes deciden buscar amparo a nuestro lado, es porque saben que –a diferencia de sus países-, el nuestro retomará más temprano que tarde la senda de la normalidad gracias, entre otras cosas, a nuestra porfiada decisión de ser libres, soberanos y soberanas.
Para quienes duden de la situación allende las fronteras, bien vale la pena leer el testimonio de la una de las refugiadas, la señora Zenaida Uzaquen: “Gracias por todo lo que hacen por cada extranjero, cada hermano de nosotros. Les digo a los venezolanos que valoren el país tan hermoso que tienen, no me quiero ir, yo amo Venezuela, porque en Colombia muchos nos dieron la espalda, mi esposo y yo tuvimos que salir corriendo. Pero aquí hay mucha paz, cuando llegué de Colombia no podía dormir, tenía pesadillas con las bombas, despertaba dando gracias Dios por estar en Venezuela, aquí los venezolanos nos tendieron esa mano amiga”.
¡Chávez vive…la lucha sigue!