Debo confesarlo: he dejado de decirme en las mañanas «despierta Angela que Otro Mundo Es Posible: párate de esa cama» para indicarme «sueña Angela, reinvéntate, no te rindas, no te vayas«. Para quienes nacimos en los noventas la sentencia «me voy del país» se muestra como una amenaza de vida.
En el 2012 durante la última campaña presidencial del Comandante Hugo Chávez Frías se viralizó el video documental «Caracas Ciudad de Despedidas» en el cual jóvenes de clase media alta afirmaban que para ellos no tenía sentido vivir en Venezuela, que todos los fines de semana despedían a un amigo, familiar o conocido. El resultado del video fue lo contrario a lo que ellos esperaban, se convirtieron en la burla de todo el país, de hecho fue lo irreal y superficial de su planteamiento lo que los hizo viral.
Ya han pasado más de 5 años, y en las camioneticas la gente habla del Bono Navideño y de sus planes de irse del país, en efecto está pasando algo, quienes se van del país no son las clases más acomodadas enojados por la expropiación de sus activos sino asalariados que incluso han sido beneficiados con políticas de vivienda, salud y sobretodo educación que han nacido o se han podido mantener gracias a la gestión de gobierno de la Revolución Bolivariana.
Para el año 2014 (según investigaciones de Emilio Osorio Álvarez) quienes manifestaron que deseaban irse del país señalaban que los motivaba la inseguridad, recordemos que según Latinobarómetro Venezuela es el país con mayor percepción de inseguridad de la región. Esto demuestra que si bien los fenómenos migratorios forman parte de los indicadores económicos y quienes migran lo hacen por el bien de sus finanzas, lo que determina la decisión final de abandonar la Patria es algo más que las vicisitudes económicas.
Hoy pareciera que lo que motiva el “Me voy del país” es una situación de desespero, ante la incertidumbre. Parece más bien una decisión de confianza, corremos ante el grito “sálvese quien pueda” porque no existen voces claras señalando la salida.
En efecto quienes migran o manifiestan la intención de hacerlo señalan que lo harían por tener una vida donde puedan tomar una camionetica sin ningún problema, donde el metro funcione, donde puedan caminar a las 7 de la noche sin temor a ser robado y/o asesinado, donde el salario les alcance para algo más que comer. La gran mayoría de los que se van hoy no quieren irse y lo que buscan es “una Venezuela normal”. Les aterra llegar a los 30 años sin tener vivienda propia, sienten que las limitaciones materiales amenazan la “realización de sus vidas”.
Existe un vacío. Lo que motiva el “me voy del país” en mi generación es la desesperanza, la ausencia de un mensaje. La clase política venezolana (venga de donde venga) aún no construye un discurso que transmita a quienes estamos en la franja de los 20 años soñar. Todo lo contrario, la disyuntiva MUD-Chavismo plantea que es una derrota para el chavismo y un triunfo de la MUD que nuestros jóvenes se vayan, la oposición venezolana no logró aprovechar la ocasión para posicionar un mensaje, al chavismo le cuesta admitir que jóvenes a los que le dio acceso a una educación pública y gratuita, en algunos casos vivienda y en otros un puesto de trabajo fijo vean como única opción para crecer irse del país.
El chavismo necesita una juventud que hable el lenguaje de la calle, que afronte el reto de elevar hasta las instancias necesarias las inquietudes de quienes hacen de estos años los más importantes (por ser únicos según nuestra pirámide de población) para el desarrollo industrial del país.
Hugo Chávez prometió a toda (sin distinción de clase y/o orientación política) la generación de los 90´s una “Venezuela Potencia”, al mismo tiempo que creó un camino institucional para el éxito en ellas a través de la masificación de las universidades públicas gratuitas.
Los jóvenes que asumimos el chavismo como postura ideológica y proyecto nacional debemos una explicación a nuestros coetáneos: ¿Dónde está la Venezuela potencia? ¿Qué pasó? ¿Por qué si estudié no tengo el éxito asegurado? Y nuestra principal barrera está en que a nosotros también nos transversalidad el “me voy del país”. Esta frase parece ser la marca de toda una generación, lo que describe sus aciertos y desaciertos.
Llegamos a la adolescencia justo cuando el país recibía los ingresos de un barril por encima de los 100$, es decir durante un boom petrolero que a diferencia de los otros coincidió con las políticas redistributivas de Hugo Chávez. Cumplimos 15 años y la mesada alcanzaba para ir al cine, comprar ropa y/o acabar trapos en cada esquina de liceo. Contamos con un gobierno que nos regalaba hasta 5000$ si deseábamos salir del país.
Somos la generación dinero fácil, compra y vende dólar Cadivi. Pero justo cuando ya nos toca trabajar y formar nuestra propia familia toda la prosperidad petrolera se acaba y quien nos enseñó a soñar muere. Ahora tenemos un país bizarro, nos sale más barato salir e ir al cine entre amigos, tomar unas cervezas y/o irnos un fin de semana en la playa que algo tan básico como comer en casa, el kilo de carne roja, medio cartón de huevos o queso blanco nos hace sentir miserables. Obviamente, nos humilla la imposibilidad de adquirir algo tan básico para la vida.
Así es como irse sin un plan y en autobús hacia el sur del continente se muestra como la alternativa de progreso para los jóvenes de sectores populares, con el único consuelo de poder enviar al menos 100$ semanales vía mercado negro para sus familiares. Pero lo más traumático es que así no estaremos solucionando nada.
Enviar desde Lima, Santiago o Bogotá 200$ semanales, que gracias a la especulación cambiaria pueden llegar a ser hasta 20 salarios mínimos, no podrá solucionar una emergencia de salud de algunos de nuestro núcleo familiar. Lo que el país necesita es un sistema público de salud, que en toda nuestra historia republicana nunca logramos construir, un sistema de transporte público, que gracias al desastre de concesiones a cooperativas privadas durante el Trienio Adeco junto a la tragedia económica que vivimos actualmente no funciona, nuestro transporte público es la trinchera de guerrilla de pequeños comerciantes dueños de busetas que esclavizan a choferes y roban a pasajeros.
Entonces ¿Cuál es la solución? Muchos cuando afirman “me voy del país” estando al tanto de la situación señalan “trabajo y luego les mando algo para el pasaje en autobús”. Desde luego es una decisión válida, pero imagina que una mañana todos levantemos de la cama y con resolución afirmemos “me voy del país” me lo llevo todo, mi mamá, papá, hermanos, novio, todo. Imagina que tus primas y primos también lo hagan, entonces dejamos “al país” solo.
La Venezuela potencia jamás la harán los barriles de petróleo, las reservas de coltán o de oro probadas o probables. Uno puede reprocharle muchas cosas a Adam Smith pero tuvo un descubrimiento que lo convirtió en el fundador de la economía como ciencia: la riqueza de las naciones consiste en la capacidad de trabajo que estas sean capaces de acumular. Venezuela “crecerá” en la medida de que seamos capaces de agregar valor a los bienes que exportamos.
Se acaba 2017 y la juventud chavista enfrenta el reto de “reencantar el mundo” para aquellos a los que “me voy del país” se muestra como única alternativa de vida. Chávez formó las manos que tienen la tarea histórica de “desarrollar” el país, no dejemos que tipos tan miserables como Piñera, PPK, Santos, Macri, Peña Nieto o Temer; las utilicen y paguen como “mano de obra barata”.