Aun bajo el riesgo de parecer ingenuo, cuando fui al mercado este fin de semana lo hice cubierto con el paraguas de la ilusión contra la especulación. Antes de ser objeto de alguna burla devenida de tan pretendida inocentada, debo aclarar que mi sueño estaba amparado en la mismísima razón “lógica” de la que las y los capitalistas echan mano universal y constantemente: que el aumento de salarios incide en el aumento de precios. Pero, y aquí viene la cosa a mí favor, como el ajuste de sueldos más reciente decretado por el presidente Nicolás Maduro fue el Primero de noviembre y no 10 días después, no se antojaba en consecuencia motivo alguno que “estimulara” un alza en los costos finales.
El panorama con el que triste y desgraciadamente me topé, fue el menos alentador. Las granadas de la guerra económica hicieron trizas, mi ya menguado presupuesto. Hasta el cambur guineo que se cae solo de las matas, fue obligado a entrar en la tenebrosa lista de la carestía. Pasó de Bs 4 mil 500 el kilo ¡a 8 mil!
Ni hablar del queso, el tomate, la mortadela y otros rubros básicos en nuestra alimentación, amén de la “misteriosa” desaparición de la carne a la que se poco se le ve la cara desde que fue regulado su precio a 42 mil bolívares. La desfachatez de quienes activaron el botón de off al terrorismo económico, se planta cada vez con más dureza contra las y los usuarios. La vaina, para quienes aún no lo creen, es verídica. Sádicamente verídica. No es para menos.
La incógnita no es difícil de plantear, y tampoco de despejar. ¿Por qué fueron alterados los precios de la comida esta semana, si el salario no sufrió variación alguna y -como decíamos antes-, su incremento sucedió una quincena atrás? La respuesta es directa: porque independientemente de cualquier medida gubernamental tomada en defensa del poder adquisitivo de los trabajadores, habrá atentados contra el bolsillo del proletariado con la finalidad de generar una respuesta –preferiblemente violenta-, a partir de mujeres y hombres que hartos ante el satánico acoso terminen derrumbando a la Revolución Bolivariana, injustamente marcada como la culpable del repudiable caos. Comprender esto, es esencial.
El cuadro descrito nos obliga a una opción que apunta en dos direcciones. La primera de ellas, elevar al grado máximo nuestra capacidad de resistencia. Se trata de una jugada en la que no estamos en descampado, pues, de forma constante el Gobierno aplica medidas –entre ellas, las económicas- que utilizamos en la defensiva. La segunda, estrechamente relacionada a la anterior y tal vez con mayor sentido de prioridad que ella, la solidificación de la conciencia en torno a la identificación del verdadero enemigo.
Aprehender ambas fórmulas, mientras logramos el diseño de una política económica independiente de las variables tradicionales, garantiza el enlace con el sendero de la victoria definitiva.
¡Chávez vive…la lucha sigue!