Al igual que Jesús el Nazareno o Hugo Chávez, ninguno de ellos murió jamás. Podríamos nombrar una larga lista de inmortales, cuyos pensamientos, a pesar de no poder seguir generándose, luego de sus particulares muertes cerebrales, siguieron estando vivos. Seguidores, organizados o no, colectivos de humanidad, posibilitaron y posibilitan la resurrección de sus íconos, líderes y pensadores que dejaron un legado de ideas, creencias, cosmovisión, que les hace inmortales.
La semana pasada estuvimos desarrollando el Diálogo en la acera con ideas acerca de la inmortalidad del pensamiento. “Podrán morir las personas, pero jamás sus ideas”, dijo alguna vez el eterno Ernesto Guevara de la Serna, quien fue acribillado, hace 49 años, en una pequeña escuela rural de La Higuera, Bolivia, el 9 de octubre de 1967. Las balas de los cultores de la muerte y memoricidas creyeron que acabarían con la vida de Guevara y su pensamiento hecho millones en una proliferación interminable de guevaristas.
Una vez más se repetía, en la historia de las luchas por consolidar la liberación de la humanidad, la resurrección al tercer día. Un número simbólico: tres segundos, tres días, tres años, trescientos treinta y tres lustros. Resurrección como vida, como inmortalidad, como perpetuación del pensamiento.
Cuando al Nazareno lo capturan para acusarlo de irreverente y antisistema, de subversivo y rompedor de paradigmas, de antimonárquico y antiimperialista (“No he venido a cumplir la ley sino a abolirla”, en el momento cuando unos fariseos pretendían convencer a Jesús para que no sanara a un enfermo en sábado, ya que era “día de guardar al Señor”. Mateo 5.17), el poder del imperio Romano se había propuesto matar al Cristo y a su pensamiento, a su memoria. Logran matar su cuerpo y su cerebro, lo torturan de manera extremista e inclemente, luego lo asesinan en la cruz, pero no consiguen matar su pensamiento. Un puñado de perseverantes pasa a la clandestinidad y, desde las catacumbas, organizan la “palabra de salvación”, la palabra de Jesús como palabra de dios, escriben y difunden los evangelios, resucitan a su Mesías: hacen inmortales sus vivencias, pensamientos y enseñanzas.
Lo mismo ha ocurrido a lo largo de una historia que perpetúa el pensamiento y la resistencia de Tupac Catari, de Urquía, de Guaicaipuro, de tantas mujeres y hombres que supieron pensar con sus propios cerebros, pero –sobre todo- multiplicarse vivos en quienes lo asumieron como legados de vida.
Carlos Marx “resucitó al tercer día de su muerte”, en Londres, el 14 de marzo de 1883, porque su cerebro –inerte desde aquél día- seguía generando pensamiento vivo, crítico y militante, en cientos y millones de marxistas. Marxistas que se han batido por sus ideas y han enfrentado todas las emboscadas y todos los ataques memoricidas, planificados y ejecutados desde los centros de dominación que actúan como propietarios del pensamiento único.
Simón Bolívar y el Che Guevara siguen vivos en sus pensamientos libertarios e inmortales, como siguen vivos quienes supieron colectivizar sus ideas en bien de la humanidad. Por eso sigue y seguirá vivo también, nuestro Comandante Supremo Hugo Chávez.
La semana pasada nos preguntamos en esta misma acera, si ¿seguimos pensando cuando muere el cerebro? (http://www.desdelaplaza.com/columnistas/seguimos-pensando-cuando-muere-el-cerebro/). La frase con la que concluíamos ese artículo, señalaba textualmente que “Sólo si seguimos en el cerebro colectivo o en cerebros particulares de seres queridos, se podrá concluir que estamos vivos, que no hemos muerto, que alcanzamos la llamada ‘vida eterna’”. Hoy hemos querido proponernos abordar el tema de pensamientos vivos que la humanidad enarbola con nombres históricos como los de Jesús el Nazareno, Simón Bolívar, Carlos Marx, Ernesto Guevara y Hugo Chávez, cuyas ideas demuestran que la vida es eterna, mientras nos propongamos que así sea.
Ilustración: Xulio Formoso