Muchas veces el poder de comprensión que un niño puede tener sobre distintos aspectos de la vida, nos agarra desprevenidos, fuera de base, y nos puede dejar en shock al toparnos con la madurez y claridad de sus reflexiones. Hace poco Miguel y yo esperábamos el tren en una estación del Metro de Caracas. Durante la larga espera a que nos tiene acostumbrados el mal servicio que ahora presta el subterráneo, el altavoz del sistema dejaba escuchar aquel slogan: “Si tu cambias, todo cambia”. Cuando el chamo oyó eso me miró, y sólo al verlo adiviné que me venía con una de las suyas: “Papá, eso es mentira. Tú y yo hemos cambiado y todo sigue mal aquí”.
No supe que decir, sólo acerté a sonreírle mientras pensaba en las ideas que revoloteaban en esa cabecita como para producir aquella reflexión. Lo abracé y seguimos esperando el tren como por 10 minutos más para irnos junto a una jauría de personas que representantes de nuestra más profunda esencia animal.
No, no creo que estemos en presencia de una sociedad que perdió los valores, simplemente muchos han decidido invertir esos principios de vida y aplicar el sentido de sobrevivencia, sin importar lo que está alrededor, llámese adulto mayor, niño, mujer embarazada o persona con discapacidad. Incluso va más allá. Se ha desarrollado una especie de superpoder negativo para aprovecharse de todo aquel que esté en desventaja sobre nosotros, y para una gran mayoría, esos desventajados somos todos.
Inculcar valores a los niños no es tarea del colegio, de las maestras o del Estado, es una tarea que se reduce a la formación que existe en el entorno más cercano de los chamos, es decir, en su hogar, en su núcleo familiar más íntimo. Uno escucha con desconsuelo a padres que arrojan sus responsabilidades relativas a la crianza de sus hijos sobre agentes externos. Que si el gobierno, que si la sociedad, que si la Tv, que si el reguetón, que la maestra, que si el fulanito del colegio, etc. Pero cuando vemos a esos padres en acción, invariablemente nos damos cuenta del porqué de los resultados.
Los valores se aprenden en casa de forma exclusiva, y por añadidura los absorben del entorno en el cual habituamos a nuestros hijos. Difícilmente un niño puede aprender tratos respetuosos cuando no los recibe y cuando no los presencia.
¿Qué valores inculcar y cómo?
Nunca es muy temprano para inculcar valores en un niño, además de la educación y las formalidades, los valores que aprendan y hagan propios, los convertirán en mejores personas en el futuro cercano.
La responsabilidad les enseña a los niños que sus actos tienen repercusiones en su propia vida y en la de otros. Va ligado al compromiso que asumen ante sí mismos y ante los demás, sobre el cual deben observar un fiel cumplimiento. La honestidad es otro de los principios fundamentales que les resulta útil para asumir sus errores y ganarse la confianza de los que le rodean.
El valor de la empatía les acerca al respeto propio y del resto. Ponerse en los zapatos del otro es una cualidad que los nutre en la comprensión de las necesidades ajenas y puede aprender a valorarlas como propias y a respetarlas. De la mano de la generosidad, encontrarán el valor de hacer bien sin esperar nada a cambio, lo cual llevarán a cabo en mejor forma si practican la bondad como norma consciente, más allá de la caridad.
Finalmente recomendamos fomentar la humildad, un valor que les educará para no creerse superiores a nadie. Vivimos en una sociedad que aun promueve la discriminación en muchos sentidos, y necesitamos más personas humildes que practiquen la igualdad en todos los ámbitos de las relaciones humanas.
Ahora le respondo a Miguel: No basta cambiar hijo mío, hay que mover ese cambio en otros también.