Tener la costumbre de caminar por una ciudad en la que vives en un constante colapso y encontrarse de un momento a otro con los paraguas de la cuadra, en una calle colorida, te lanza a una especie de encantamiento que te saca por completo de la realidad y te lleva, aparentemente, a un lugar muy apartado de todo el desastre que tenemos a diario.
La cuestión es sencilla: estamos tan agotados del caos que cualquier distracción o cosa aparentemente bonita se lleva nuestra atención. Es la urgencia interna de cada uno de querer salir del círculo del constante desastre. Esta decoración que hicieron en el centro de Caracas ha generado tanta polémica entre unos y otros que abre todo un debate en el que puede haber razón en cualquier argumento.
Uno mira como niño y se decanta. Toma fotos y se toma fotos. Claro que, en un país en donde hay personas comiendo de la basura, todo aquello resulta escandaloso, contradictorio y hasta ofensivo para quienes han tenido que enfrentar no únicamente una crisis casi asfixiante e inigualable, sino todos los males que están condensados en la ciudad.
En los últimos días he visto cómo muchos comparten sus fotografías, sonrientes y alegres, en una calle que forzadamente luciría madrileña, con numerosos paraguas de colores que estarían dispuestos a la perfección para ocultar la lluvia de fealdad palpable, visible, evidente y grosera que empaña a todos los caraqueños.
No haré ningún señalamiento directo, pero quienes estamos al tanto del tema y de la situación sabemos a la perfección de qué se trata todo esto y quiénes están detrás de ello. Pareciera que para algunos Caracas solo es una plaza pintada con matas bonitas y ahora también una calle con paraguas de colores que parecieran que estuvieran bailando con el viento o, por si nos vamos a lo más extremo, que lucen desesperados por desprenderse para salir volando de todo aquello.
Hace un par de semanas viajaba en un metrobús y pasé por zonas que nunca había recorrido y caí nuevamente en un vacío de incomprensión.
Entre el gentío que de pie viajaba, de la misma forma que iba yo, me fijaba en esas otras calles consumidas en un abandono inaudito que generó en mí un contraste ruidoso: lugares en los que la gente se la pasa de hueco en hueco, completamente oscuros, de fachadas feas y descuidadas, repletos de basura y, lo más lamentable, con rastros de una delincuencia que también hace desastres.
En realidad, aquí la cuestión no es si las personas se toman fotos o no en ese lugar. Ese no es el verdadero asunto y no hay que dejar que se desvíe el tema porque, al final, todos esos paraguas -o las luces, como ocurrió en diciembre, o cualquier otra cosa que quieran poner- ya están ahí y uno no puede hacer nada. La inversión o el gasto innecesario, según se vea, ya se hizo.
Tampoco vamos a obligarnos a vivir en la frustración porque cada quien tiene sus propios problemas y está la posibilidad de buscar la tranquilidad o un alivio, por más pequeño que sea, en donde pueda encontrarse. El tema central de todo esto es si realmente las autoridades están conscientes -he comprobado que no, por experiencia propia- de que existe una realidad sumamente cruda a tan solo un par de cuadras más adelante.
Sinónimo de indolencia, probablemente. A cuentagotas nos inyectan una dosis de algo sublime para que no nos escandalicemos por tanta desgracia. Una cosa es que digan que los caraqueños somos felices y otra es que realmente lo seamos, por su puesto, se hará alarde de lo primero. La burla ha sido, desproporcionadamente, en nuestra propia cara y nosotros nos hacemos los desentendidos.
Lo que comento no tiene nada que ver con mi apreciación por el arte y por la recuperación de los espacios públicos, sino que, por el contrario, no se puede hablar de una cultura de felicidad cuando el sistema está marginando a otras partes -grupos, personas- que necesitan respuestas y soluciones prontas a problemas urgentes que ponen en peligro hasta los derechos más básicos.
Disfrutemos de lo que tengamos que disfrutar, pero no caigamos en la distracción hasta el punto de que olvidemos de que quienes nos presentan estas cosas también tienen la responsabilidad de responder a los gravísimos problemas que constantemente nos aquejan. Problemas que ellos ni viven ni padecen.
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