Cuando en la ciudad de Caracas tembló con escala de 7.7, aquel 26 de marzo de 1812, la mayoría de la población se asustó y no dudó en resguardarse de la posible venganza que pudiese encerrar aquel hecho dentro de una América que tenía sus propios estremecimientos sociales en procura de apartar el dominio sobre esas tierras de la Corona española y de otras coronas de imperios similares, como el británico, el francés o el portugués, que andaban disputándose las riquezas y dominios sobre los salvajes que por aquí habitaban sin alma, fe ni conciencia de imperial ciudadanía.
Creo que sólo un visionario luchador social, comprometido en juramento desde el romano Monte Sacro de no dar descanso a su brazo ni reposo a su alma hasta no vencer el yugo español, no se comió el cuento de la guerra mediática de entonces, que quiso asociar terremoto con “castigo divino” y así calificó aquel fenómeno estabilizador tectónico de nuestro territorio, y por ello alzó la voz para callar al imperio europeo y pronunció la hereje y lapidaria frase que aún recordamos de “si la naturaleza se opone a nuestros designios y condiciones, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca”.
La polémica frase de Bolívar sigue resonando flagelante entre las cúpulas supremacistas de los amos del mundo y es por ello que la rechazan, la devalúan o la ignoran, también en tiempos como éste, cuando los mismos pueblos nuestroamericanos osan desafiar a los imperios.
En Chile -un territorio levantado sobre zona sísmica y volcánica de este Continente- acaba de ocurrir otro terremoto que casi alcanzó los siete grados en magnitud. Sobre ese mismo espacio, una masa humana de empobrecidos, depauperados, lleva varias semanas estremeciendo el piso imperial del capitalismo, sus expresiones neoliberales y fondomonetaristas de expoliación. Es en ese contexto en el que invoco de nuevo a Bolívar -no al altanero y sacrílego que el imperio yanqui-sionista se ha propuesto invisibilizar de nuevo hoy- desafiando a la naturaleza para continuar con firmeza en la tarea liberadora de la Revolución.
Tomo el ejemplo de Chile y las condiciones sísmicas de su geografía, pero igual pudiese referirme al telúrico Haití, al Ecuador de reciente terremoto social de origen proletario o a cualesquiera de nuestros países que se estremecen en procura del equilibrio “natural” al que convoca toda dialéctica que mueve a los contrarios hacia la síntesis liberadora.
Los movimientos telúricos siempre son de origen político. Somos los individuos, agrupados en clases sociales opuestas: burgueses y proletarios, como ocurre en la sociedad de explotación que hasta el presente padecemos, quienes calificamos (en concordancia con esos aludidos intereses de clases) ideologizando lo real (convirtiéndolo en falsa conciencia) o fortaleciéndolo como conciencia proletaria para la liberación.
Somos los individuos en sociedades confrontadas entre clases, quienes nos colocamos del lado de “la Corona” que pontifica en nombre de un dios que castiga a los desobedientes, o nos colocamos del lado de Bolívar, quien, en nombre de la Patria (la Patria grande, la Patria socialista) desafía a toda forma de dominación hasta alcanzar el imperativo de Libertad… “Si la naturaleza se opone, a nuestros designios y condiciones”… ¡Claro que la haremos que nos obedezca!
Ilustración: Iván Lira