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Los matices de crecer

Por: Victoria Torres Brito

Quiero aclarar que cualquier parecido con la realidad de alguno de ustedes o de la mía es, absolutamente, pura coincidencia.

Cuando se llega a la tercera edad y ojo, no me refiero a la de los 60 y déle sino a la que tiene el número tres, esa la de los 30 y pico, la cosa se pone más dura y difícil señores. La fantasía de que cuando cumplieras los 18 años ibas a hacer lo que quisieras, es la peor estafa de la vida. (Si me lees y aún no tienes la ansiada «mayoría de edad» no te hagas muchas ilusiones, nada va a pasar, lamento decepcionarte, pero no, nada cambiará. Sólo podrás ejercer tu derecho al voto, podrás manejar y pueden meterte preso si te portas mal).

Los grados y velocidad de madurez varían, pero ya al tener 3 décadas encima, es más que una obligación, es una necesidad. Para empezar, por haber nacido en los 80s llevas una carga muy particular en cuanto al estilo de moda o de vestir, porque muy probablemente usaste jeans «nevados», que no era otra cosa que un accidente en la batea de tu casa con un frasco de cloro como protagonista. También seguramente usaste las llamadas «bataslocas», un aborto de vestido corte campana y sin mangas, que se usaban con lycras, que vienen siendo las abuelas de los conocidos leggins (pero para mí, son la misma vaina). Ni hablar de las medias “tobilleras” con la bolita en la parte de atrás, colores fosforescentes, botines, uniforme de jugador de basket, pantalones “tubito” o a la cintura o ¡a la cadera! Millones de combinaciones nefastas que hoy te arrepientes de haber usado. No me voy a poner a nombrar los diversos y ridículos cortes de cabello ni peinados para no asustar a los lectores. Etapa superada para algunos pero para otros, no.

Crecer con papá es crecer con amor

Crecimos en medio de un bombardeo cultural netamente anglo, música y tv que no nos dejaba valorar lo que en realidad es nuestro, la alienación estaba a la orden del día, debíamos bandearnos entre bailar El Pájaro Guarandol en el acto de fin de curso del colegio y machucar el inglés de las canciones de moda mientras mascabas un chicle. Eso de apoyar y seguir el talento nacional, era una verdadera muestra de amor y lealtad al movimiento de artistas y bandas criollas, asistir fielmente a los conciertos, comprar sus álbumes y gritar como fanes enamoradas era casi un estilo de vida.

Usamos artículos electrónicos que ya no existen y que el progreso en ese sector pasó con aplanadora y pasamos del betamax, al VHS y al DVD (y ahora a BlueRay) en un abrir y cerrar de ojos, del LP al cassette, donde grabábamos las canciones favoritas de la radio, luego al disco compacto o CD que escuchabas una y otra vez. Estuvimos presentes en la génesis de la World Wide Web, el Internet y sacrificábamos la línea telefónica de nuestras casas para poder “navegar” unos minutos. Sufrimos con los emoticones y zumbidos del Messenger y algunos tuvimos una cuenta de correo electrónico de Hotmail o Yahoo.

Conozco matrimonios que aún siguen unidos y que escribieron su historia de amor por medio de un encuentro y cita a ciegas gracias a los perfiles en portales como Tubarranco.com y Sexy o No. Se salvaron muchas relaciones porque no existía Whatsapp ni Facebook que jugara en contra de las infidelidades y debíamos conformarnos con recibir, únicamente, emails o mensajitos de texto en los celulares que eran del tamaño de una hallaca. Los teléfonos públicos eran la forma más idónea para hacer saber en casa, que estábamos bien en cualquier parte de la ciudad.

Los videojuegos nunca fueron lo mío, lo máximo que yo llegué a jugar fue Atari, Tetris, Pacman, los paticos de Nintendo, escogía jugar con Chung Li y siempre perdía. Pero la adicción raya en ludopatía para algunos, no tuvo nunca un punto y final ni límites. Muchos treintañeros que conozco, siguen pegados a una consola y un televisor, es su forma de liberar estrés, su momento de libertad y hay quienes hasta hacen torneos de FIFA o cualquier juego de matazón en PlayStation, mientras preparan el tetero para el bebé o no se han desamarrado la corbata luego de llegar de la oficina.

La influencia de lo que vimos en la TV mientras crecíamos, nos hizo ser como somos. CandyCandy, Heidi, Marco, Mazinger Z, Los Thundercats, Caballeros del Zodiaco y hasta los Power Ranger nos moldearon a su imagen y semejanza. Entonces, ¿qué querían? Somos llorones, competitivos, invencibles y dramáticos hasta la pared de al frente.

Enseriarse

Se supone y vaya usted a saber quién estableció eso así, que el orden natural de la vida del hombre o de la mujer, se resume a que uno debe: formarse académicamente en colegios, liceos y universidades, para luego conseguir un trabajo y luego formar familia.

El adulto joven está viviendo una situación mucho más complicada que la de nuestros progenitores. Independizarse en estos tiempos es mucho más cuesta arriba que hace 30 años, conseguir una pareja estable que tenga las mismas prioridades y características con planes de hacer vida juntos, es muy jodido. La figura del matrimonio está menospreciada, prefieren vivir en un feliz concubinato sin tanto rollo a la hora de una posible separación. Después está el otro tema, “el que se casa, casa quiere” y que va, por eso que no me mortifico mucho con aquello de horrorizarme cuando me entero que alguien es profesional con matrimonio e hijos y aún sigue viviendo en casa de sus papás.

Recuerdo aquella frase de: “Vive de tus padres, hasta que puedas vivir de tus hijos”. Familias enteras se han mantenido unidas gracias a que la situación habitacional, había estado por mucho tiempo abandonada a la merced de los vampiros, que pretenden quitarte el sueldo para que canceles cada mes el costo de un alquiler de un apartamento pequeño en una zona tranquila de cualquier ciudad. Existen padres que prefieren ver a sus hijos todos los días, así y estén viejos y canosos, pero al menos los siguen viendo y permanecen unidos.

Por otro lado, la necesidad de cortar el cordón umbilical de una buena vez y lograr la anhelada independencia económica en su totalidad, está como la olla llena de oro al final del arcoíris. Queremos llegar a ella, trabajamos para llegar a ella, nos endeudamos para llegar a ella, peeeero pocos la alcanzan. Si bien hemos crecido escuchando ese plan de: estudia, trabaja y vete, son más comunes los que prefieren -por necesidad o por pura comodidad- quedarse en casa de mamá o papá. Así y la convivencia se torne, muchas veces, inaguantable.

Aquí estamos y aquí seguimos

Cuando estaba pequeña, en el balcón de mi casa hicieron nido un par de palomas, pusieron sus huevitos y a diario nos asomábamos para ver cómo iban creciendo, hasta que nacieron los pichones y eran demasiado cuchi ver como los alimentaba y quería su mamá. Hasta que un día, sin despedirse, se fueron volando. Me puse muy triste, no entendía por qué si les habíamos dado amor y alimento, igual nos abandonaban, mi viejo me dijo esta frase: “Es la vida de las palomas”. No la entendí hasta hace un par de años cuando ya la necesidad de tener mi espacio propio se volvió imperante y se asomaba una posibilidad de comenzar una familia, pero la vida de esta paloma es quedarse en el nido por un tiempito más.

En otros países a los 16 años ya te están sacando del hogar, obligando a que madures y crezcas en un chasquido de los dedos. Para los latinoamericanos, en especial, los venezolanos no es una obligación, los vínculos familiares son más unidos, los apegos y las tradiciones nos mantienen juntos, por las razones que sean: falta de guáramo, voluntad, disposición o lo que sea, pero no a todos les resulta sencillo, para otros es muy jodido crecer de coñazo.

De hecho, la cachetada de realidad la tienes a diario cuando debes prepararte tu propio desayuno, almuerzo y cena. Fregar los platos y limpiar la casa tú sólo, lavar la ropa, doblarla y guardarla, pagar los servicios y alguno que otro privilegio como wifi o TV por cable. Entonces extrañamos esa cotidianidad de cuando éramos más jóvenes, que nos quejábamos de que nos mandaban a arreglar el cuarto y cosas por el estilo y cerrábamos los ojos pidiendo cumplir la mayoría de edad para salir corriendo. Por ahora seguimos pegados a nuestro núcleo familiar por más que cambiemos de domicilio, siempre volvemos a casa para comer ese platillo especial de mamá o papá y si aún no nos hemos ido, nos tendremos que adaptar a que te sigan preguntando quién es el “adulto responsable” que va a estar en esa fiesta a la que quieres ir hoy.

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