No estoy seguro de si a Andrés Velásquez le aplica bien aquello de que “callaíto” se ve más bonito. La belleza seguirá siendo uno de los conceptos más debatidos siempre por la humanidad. Desconozco asimismo la razón por la que lo bautizan y rebautizan como “cacique taparita”, cada vez que intenta clavar su bandera de gran chamán en el terreno político que con el pasar del tiempo se le pone más fandangoso. Pero, para bien de su nombre (nadie sabe cuánto de “bien” le queda), lo más sano sería que desde ya pisara la mocha de la prudencia. Nunca es tarde para ello. Sobre todo a él, mucho le conviene entenderlo.
Él, quien fue el primer gobernador electo y el primer reelecto del estado Bolívar, sabe muy bien que en las contiendas electorales pasa como en el béisbol: se gana o se pierde hasta por una carrera o un voto. En nuestros comicios, no existe golazo, tiempo extra ni penal que valga una vez concluido el cotejo. En Venezuela, al contrario de otros países (algunos de los cuales le dictan la pauta, según dicen) la voz del pueblo es santa palabra. En consecuencia, reiteramos, se gana o se pierde y punto.
Velásquez, quien suele derramar muy poca gracia entre la masa trabajadora (por algo será), cae más pesado aún (pesadísimo) cuando se pone con el taquititaqui de que le robaron las elecciones del 15 de octubre y que tiene las pruebas para sustentarlo sin (y he ahí lo fatigante del asunto), terminar de demostrar su cada vez más devaluada tesis del fraude. Sabe muy bien este radical millonario, que sus votos fueron celosamente cuidados por los testigos que siguen su corriente política, y que la diferencia que lo derrotó ante el revolucionario Justo Noguera Pietri fue la que arrojó el sistema electrónico y no otro. Es una pena que no se haya percatado que el noveno inning culminó con el juego en su contra, y siga de terco parado en el plato con la carabina al hombro sin que nadie le lance pelota alguna abanicando la brisa.
Efectivamente nadie quiere que llegue el out 27, cuando lo que está en disputa es el campeonato mismo que se nos va de las manos. Hay que acatar el librito de las normas. Incumplirlo, sin ánimos de fatidizar su opción al pataleo, acarrea fatales consecuencias como lo demuestra la triste cifra de 172 decesos dejados por la acción de quienes entre abril y julio de este año auparon la creación de guarimbas en lugar de manifestar apegados a las reglas existentes para ejercer ese derecho.
Perder la gobernación del enorme y rico estado Bolívar, no es poca cosa. Su control político podría implicar severas amenazas para la institucionalidad de la nación o –en sentido inverso-, la generación de sólidas líneas de trabajo para fortificar la solidez de nuestra cada vez más robusta democracia. Todas y todos sabemos cuál es la apuesta de Velásquez, por lo que todas y todos entendemos la obviedad del llantén que le produjo el descalabro del 15-O.
Por el bien de la paz colectiva, debe dejarlo de ese tamaño (no me refiero a su estatura, ojo). Recoger el guante, el bate, salir del estadio y esperar la llegada del próximo encuentro, es lo que haría el competidor más honesto, aunque para muchos él no pareciera serlo. Que no haga como Henry Ramos Allup, quien cantó fraude luego del referéndum que en 2004 mantuvo al Comandante Hugo Chávez en la presidencia de la República, sin que hasta el día de hoy haya honrado su compromiso de respaldar aquella delicada aseveración.
En lo personal, me creo con el derecho a exigirle que pase la página. Me tiene harto la “política” enana que practica al mejor estilo de la extinta y vomitiva Cuarta República. Y a riesgo de parecer sexista, me atrevo a hacer uso de una expresión escandalosamente machista: hasta para saber perder, hay que saber ser hombre. Es hora de que cumpla con esto.
De persistir en la maníaca ladilla (jamás había empleado tan horrible término, pero me tiene al borde) de seguir vociferando el indemostrable chanchullo, pensaré seriamente en cobrarle -con intereses y todo- la parte en divisas que me corresponde por haber votado por él en las elecciones presidenciales de 1993 que ganó y vendió por tres millones de dólares, según reveló Jorge Rodríguez. De él depende, pues.
¡Chávez vive…la lucha sigue!