Quiero militar en la ilusión de quienes sueñan con la máxima (en eso se ha convertido), según la cual “después de la pandemia el mundo será otro”. Claro que me animo a integrarme a esas filas, cobijadas bajo el manto optimista de un natural elixir de vida. Pero… me permito hacer algunas acotaciones, sin pretensiones de secuestrar el sabor a ese dulce guarapo de existencia.
En primer lugar, para que el mundo “sea otro”, indispensable es –de igual forma-, que “en otros” nos convirtamos quienes lo integramos. Sobre este aspecto surge mi primera observación, con la convicción de quien (aunque suene contradictorio), quisiera estar equivocado: un ala, muy importante además, del planeta seguirá siendo el mismo.
Obviamente que acertaron. Me refiero a ese cáncer que a diario infecta el andar de nuestras vidas, segundo tras segundo. Camaradas: quien fue educado para sostenerse apoyado sobre la explotación de sus semejantes (a quienes ni siquiera como tal nos considera), morirá bajo la convicción de que su misión entre nosotras y nosotros es precisamente extraernos hasta la última gota de sangre que –por las circunstancias que nos aborda-, la pandemia nos haya dejado a salvo.
En sus corazones, almas y conciencias no existe espacio para la reconsideración. Hasta me pregunto si, ciertamente, tienen corazón, alma y conciencia configurada bajo el concepto humanista que conocemos de este lado de la historia. Me perdonan, pero la bondad de mis fantasías es cruelmente limitada.
De lo que sí estoy seguro, infinitamente seguro, es que quienes estamos en la obligación de evidenciar claras posturas de transformación somos los pueblos. Quienes se han quedado sin mascarillas porque sus gobiernos han permitido que otros regímenes se las roben, deben cambiar; quienes han perdido a seres queridos por no poder responder ante las exigencias de la salud privada, deben cambiar; deben cambiar también, quienes se vieron en la penosa obligación de optar a una cremación indigna en calles y avenidas, ante la incapacidad oficial de dar respuesta a un sepelio común y corriente; deben cambiar, en definitiva, quienes sin haber padecido como los anteriores, se vieron conmovidos por esos y otros aberrantes capítulos bajo la sombra del Covid-19.
A mi juicio, de no suceder así, habremos perdido una gran ocasión como especie.
¡Chávez vive…la lucha sigue!