Un día estaba en el cuarto de una de mis grandes amigas, Anabel Barrios, que también se fue, y hurgando entre algunos de sus libros me encontré con uno llamado ‘Objetos no declarados, mil maneras de ser venezolano mientras el barco se hunde’, de Héctor Torres, y fueron las siguientes letras de bienvenida las que me atraparon: «A los que se han ido al encuentro de sus propias utopías, a los que emprendieron ese camino hacia el interior de sí mismos, a los que me han servido de espejo, a los que no resignan».
Ese texto me llevó a pensar, en ese cuartico de paredes blancas donde colgaba de la puerta entreabierta una pequeña bandera de Venezuela, en mis amigos, los que se fueron, cuyas nuevas experiencias probablemente harían que se encontraran con sus seres más personales, con sus «yos» desconocidos y con ese probable sentimiento de que fueron echados de su propio hogar.
Cientos de venezolanos que tomaron la decisión de irse recibieron críticas por no quedarse a luchar por el futuro del país, ¿pero cómo intentarlo cuando sientes que cualquier camino está cercado? Esta situación de diáspora se ha intensificado y aún hay quienes aún tienen en sus planes desempacar en un nuevo lugar, en otras fronteras, con otras gentes, entre otras culturas, dormir en otras camas.
Esta situación no se me es ajena. Mi papá llegó a Venezuela el 29 de noviembre de 1969. Me contó un día, revisando en las hojas de su memoria, que pasó ocho días viendo solo cielo y mar en un barco que se llamaba Irpinia. Y lo ve visto llorar por su familia, por su tierra. 48 años después volverá Portugal, a su patria, esa que aún lleva guardada en su cartera; a Madeira, esa isla que se le refleja en los cristales rotos de su mirada.
Al igual que muchos, tengo amigos que se fueron y cuando veo sus publicaciones o conversamos -conversaciones hacia Chile, Argentina, España, Ecuador y otros países- evidencio que no es ni fue un capricho el haber dejado su hogar. Ellos extrañan, lloran, piensan en su país y sueñan con poder volver.
Pensando en ellos y en sus añoranzas, me motivé a contactarlos y pedirles, a mis amigos, compañeros y conocidos, que me enviaran la respuesta a una sola y única pregunta: ¿Qué extrañas de Venezuela? Los que se fueron extrañan porque no les permitían llevarse más de 23 kilogramos en la maleta y clandestinamente conservaron los sueños que no les pesaban tanto. Más allá de adentrar en la crisis que ya todos conocemos y que, como ya mencioné anteriormente, escuchamos en todos lados, esto fue lo que ellos me respondieron:
«¿Qué extraño de Venezuela? La verdad no sé por dónde comenzar, pero creo que sería por extrañar aquella Venezuela donde todos éramos amables, cordiales, atentos y civilizados. Estar lejos me hace recordar esas virtudes que nos caracterizaron en algún momento y que tristemente por cosas de la vida las hemos ido perdiendo, no el 100%, pero ya no es ese gran porcentaje que cuando nos vean los habitantes de los países al cual podremos habitar digan algo como: “Un venezolano, ¡que chévere!”.
Hoy día, gracias a todo lo que perdimos, ya nos nos aprecian mucho; sin embargo cuando te cruzas con un venezolano, sientes eso de: “¡Ahm, mira, es venezolano, qué lindo!” Así que no todo está perdido! Y sin duda, tengo una jornada laboral donde salgo a la calle a las 6:00 de la mañana y extraño esas ricas empanadas o pastelitos que salía a comprar en Los Ilustres!»
Víctor Carroz, 27 años. Diseñador Gráfico
Coro, estado Falcón. Quito, Ecuador
«Extraño prácticamente de todo. Extraño mi empleo. Yo trabajé 8 años en el diario El Nacional como diagramador e infógrafo. Llegar a Montevideo trabajando de lo que sea fue un choque muy fuerte. Muchas veces te dan esas ganas de devolverte, pero después entras en razón y sigues adelante con la esperanza de mejorar.
Extraño el apartamento donde vivía, mis cosas, mi cama, mi baño, mi cocina. Extraño vivir en una vivienda propia. Aquí en Uruguay ya tengo 2 años y medio y evidentemente queda vivir alquilando el apartamento. Extraño lo bonito de Caracas, el Ávila, la plaza Altamira, mi universidad, mi liceo. Extraño a mis amigos, familia.
Las redes sociales ayudan a no sentirte tan solo, pero igual se extraña un montón. Extraño a mi mejor amiga, mi hermana de vida, Mariel. Extraño a las guacamayas volando por la ciudad, visitando los balcones, darles comida. Cuando vuelan a las 6:00 de la mañana y a las 6:00 de la tarde.
Extraño el sonido de la noche de Caracas. Los grillos. Extraño ser normal allá, hablar igual que todos. Allá a nadie le llama la atención mi acento, nadie me llama extranjera. Extraño hacer trámites y que se reconozca que soy de mi país, todavía me pega que mis trámites son diferentes por ser extranjera».
Neycarmen Picciuto, 31 años. Diseñador Gráfico y Periodista
Avenida Panteón, Caracas. Montevideo, Uruguay
«Hace 2 años y 2 meses que me fui de mi país. Hace 2 años y 2 meses que no me despedí de nadie, que me fui sin responder preguntas que yo misma me estaba haciendo, que me fui con la certeza de que no quería regresar. No empaqué banderas, ni gorras ni camisas. Me fui con el himno nacional por dentro, en silencio… bien somatizado para no tener que llorarlo.
Hace 2 años y 2 meses no entendía que mi maestro, mi mejor amigo, mis colegas, mis actores, mis alumnos, mis escenarios, mis amores y mi vida ya no estarían más allí, que La Guaira ya no me quedaría a una hora de casa y que El Ávila no estaría rodeando mi ciudad. Hace 2 años y 2 meses que sigo teniendo pesadillas con Sabana Grande, con los robos, los secuestros, las pistolas y las muertes; creo que hay dolores y traumas que llevan mucho mas de 2 años en sanar.
Hace 2 años y 2 meses inventé currículos para trabajar de lo que fuese, me guardé mi título y me inventé personajes para ser camarera, vendedora, call center y cualquier otra cosa que me devolviese la oportunidad de soñar, de sentirme independiente, adulta… libre. Hace 2 años y 2 meses me di la oportunidad de comenzar desde cero. Me di la oportunidad de esforzarme en la misma medida, pero con focos tangibles, de soñar con que si trabajaba duro tendría una casa donde dormir, mi propia nevera, vacaciones… mundo.
Hace 2 años y 2 meses dejé de ser yo y empecé a ser “la venezolana” del barrio, del trabajo, del grupo de teatro, del barco, la única entre 973 empleados de los 5 continentes. Hace 6 meses que vivo en un barco, hace 6 meses que he estado conociendo lugares preciosos: 10 países, 14 ciudades, un montón de gente, todo en 6 meses. Hace 6 meses recobré la belleza de la que se trata la vida. No creí que fuese capaz de extrañar… hasta que me descubrí a mí misma contando cuentos en portugués sobre ese país bonito del que yo venía, explicándole a niños brasileros que su país y el mío comparten el Amazonas; enseñándole a francesitos que Venezuela es chiquita, pero que es linda; cantando en italiano el “cumpleaños feliz” más largo de la historia.
Hace 2 años y 2 meses me fui de Venezuela. Molesta, decepcionada, esperando algún día reconciliarme con mi país. Hoy me pongo en pie las noches de gala. Uso un vestido largo y bastante maquillaje, escucho en silencio los himnos de otro países. No me los sé, solo los escucho, veo a los pasajeros orgullosos, aplaudiendo y sonriéndose entre ellos… y pienso que algún día, solo por tres minutos sería bonito ver mi bandera en la pantalla del teatro.
Hoy me emociono porque en una semana embarcarán mis primeros 2 niños venezolanos… mis compañeras no lo entienden, en el fondo yo tampoco, pero creo que las reconciliaciones no siempre tienen explicación».
Nehilid (Lili) Ascenzi, 25 años. Directora de Teatro
Miranda. -Se supone que vivo en Argentina, pero hace 6 meses que no estoy en Argentina-
«Me preguntas: ¿Qué extrañas?, la pregunta sería: ¿Qué no extrañas? Extraño extremadamente todo de mi hermoso país, su gente (la de antes), su cultura, sus tradiciones, mis amigos (la mayoría ya no está en Venezuela, nos hemos regado por toda Latinoamérica), extraño enormemente a mi familia (lamentablemente he perdido a dos seres amados estando a miles de kilómetros. No le pude decir un adiós abuelita, adiós tía amada, mientras sus restos eran velados), eso creo que ha sido lo mas duro que me ha tocado enfrentar estando afuera.
Soy Licenciada en Comunicación Social, pero acá mi titulo (en Argentina) quedó guardado en la maleta que me traje, no he podido ejercer, pero de igual forma le doy gracias a Dios por el trabajo que tengo y por las oportunidades que me han dado.
Me he tenido que acostumbrar a no decir algunas palabras en la calle, unas de ellas sería: «concha». Acá eso se refiere a la parte íntima de la mujer, mientras que en Venezuela era otra cosa que nada que ver. He tenido que aprender otro dialecto y extraño enormemente el de mi país, en la calle ya no me llaman «morena», sino «morocha» refiriéndose al color de mi piel.
Acá me ha hecho mucho ruido el dicho de «nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde», pues sí, estando en Venezuela eran contadas las veces que iba a sus hermosas playas y aquí las he extrañado enormemente, con esto quiero decir que también extraño tus paisajes y lugares.
Extraño ir los fines de semanas a El Hatillo con mi familia a tomar chicha, que me despierte mi primita de 3 años todos los días, el cafecito de mi abuela, los abrazos de mi madre, la sonrisa de mi tía, el humor negro de mi hermano, la amargura de mi primito, los golfeados de la panadería de Sabana Grande, ¿qué no extrañar de ti Venezuela?»
Mariany Sojo, 24 años. Comunicadora Social
23 de Enero, Caracas. Buenos Aires, Argentina
«Cuando te vas del país por un momento ignoras lo útil que es tener El Ávila en el horizonte, marcando el norte a donde vayas y haciendo casi imposible que te pierdas: vengo de Caracas y me acostumbré a ver su majestuosidad como punto de referencia durante toda mi vida.
Me fui hace tan solo 45 días, no hice alarde y mucho menos grandes despedidas, ya sabemos que actualmente no podemos gritar que te vas del país; a menos de que estés abierto a cualquier extorsión antes de partir. Venezuela ya me había dado muchos dolores de cabeza diariamente (plataformas caídas, no tener efectivo, no conseguir medicinas, y mucho más), que realmente hoy, a 45 días de haberme ido realmente no me encuentro tan nostálgico como podría estarlo.
Es cierto es que siempre recuerdo ese clima perfecto que tiene la ciudad capital, también creo que no he visto los mismos colores en los paisajes de Madrid, y también ha sido difícil ver frutas a las que me había acostumbrado tanto: como la lechosa o la guayaba. Ni qué decir del sonido de los grillos por las noches, llenando el silencio y haciéndote sentir a gusto… No es sencillo decirle adiós, o hasta pronto a cosas tan mágicas que probablemente habías dado por sentado.
Si tuviera que decir qué es lo que realmente extraño de Venezuela, no serían sus paisajes, su comida o cualquier otra cosa, primero diría que lo que extraño es a la familia que dejé allá, una familia que no estaba preparada para verme partir sin saber el día exacto de retorno: Los pienso cada día y deseo volverlos a ver muy pronto. Y segundo, extraño el país donde nací, que lamentablemente ya no existe por circunstancias que ya conocemos y que me han obligado a irme de allí.
¿Lo más importante para mi en este momento? Saber que hay muchísimos venezolanos dejando nuestro nombre en alto en otros países: personas emprendedoras, luchadoras y valientes que no tienen miedo de salir de su zona de confort y reconstruyen desde afuera y en sintonía el sentimiento de la verdadera Venezuela, aquella Venezuela del éxito, la alegría y la abundancia».
Ernesto Fernándes, 24 años. Gerente de Proyectos
Caracas. Madrid, España
«En el momento que crucé aquella puerta en Maiquetía no tenía idea de lo que significaba en realidad. Los primeros días fueron como un viaje a casa de alguna tía en el interior del país, pero poco a poco las vacaciones se vuelven eternas y comienzas a notar que no importa cuántas veces duermas, no vas a volver a despertar en tu casa.
Mis primeros meses fueron tranquilos, ya que mi novio tenía cierto tiempo afuera y lo que hice fue distraerme. El primer cambio fuerte, por supuesto, fue aquél momento en el que decidí salir a tomar algo, pero todos los números de mi teléfono tenían otro código de área; dando esa primera impresión a lo solo que estaba. Poder hacer y deshacer con mi tiempo, sentirme cómodo en el lugar que me rodea y tener a mis seres queridos cerca son de las cosas que más extraño. Dejar a un lado todo lo que creía hecho para construir desde cero es complicado.
En Caracas trabajaba de modelo, escribiendo o manejando redes sociales de empresas y personalidades. Constantemente me encontraba pateando calle, en algunos eventos culturales o con amigos en algún lugar pasando el rato. Fuera de Venezuela he trabajado en hoteles como mantenimiento de habitaciones o conserje.
A pesar de los momentos de nostalgia y las seguidas llorantinas, el extrañar todas esas cosas te vuelven más fuerte y te regalan ese pequeño impulso de qué hacer con ellas una vez hayas sobrevivido tu proceso».
Kenz Torres, 20 años. Artista
Caracas. Castellón de la Plana, España
«Que qué extraño, pregunta un amigo. Ya no tengo el clima perfecto que me arropó toda la vida. Ni puedo ir a la playa y menos disfrutar de un buen día de sol en al menos 8 meses. A veces sueño con conseguirme a algún venezolano cerca que venda empanaditas fritas, o poder volver a probar la chicha, pero lo que realmente extraño no son cosas, son gente, mi familia, mis amigos, los míos, los de siempre…
Extraño bromear de la forma en que conozco, la calidez innata del venezolano, las sonrisas que se reparten muchas veces sin conocerse, la intención de muchos para ayudarte, extraño no ser la extraña, porque aunque siga siendo yo, siempre seré diferente. Y aunque no todo sea difícil, estoy lejos de lo que me hizo como soy. Continuar con las mismas costumbres no es una opción, todo cambia, eres tú el que debe adaptarse, asumir nuevas costumbres sin olvidarte de dónde vienes.
Y entonces viene la tristeza, y reconoces que lo que extrañas solo forma parte de ti en tu mente, en las ganas y el coraje que tomes para afrontar lo nuevo, lo que se viene».
Jessika Viveiros, 30 años. Asistente Dental
Caracas. Madrid, España
«Un hogar es mucho más que el espacio físico conformado por las cuatro paredes en donde vives. Un hogar es el lugar donde puedes estar a salvo del frío y los peligros de la intemperie, es donde das y recibes calor y amor, es un espacio de encuentro y refugio, de desenvolvimiento y desarrollo de nuestro verdadero yo. Era mi hogar la plaza de la facultad de humanidades de la ULA, con su Simón Rodríguez siempre presto a darte la bienvenida, con el sonido de fondo de una guitarra, un violín o un cuatro y el humo del cigarro emanando de cada banco. Era mi casa el salón B1 donde veía la mayoría de mis clases de Historia del Arte, el salón de Arte y Cine del “C”, el cafetín de Humanidades y el sauce que está en medio de FACES. Podía sentir que estaba a salvo en cualquier lugar que estuviera con mis amigos o con mi novio. Bares y cafés por toda Mérida se convirtieron en nuestros hogares adoptivos por lo menos una vez a la semana; Vintage, Retro, Philia, El Hoyo, La Hacienda, El Bodegón, Tintos, y muchos otros que rememoro con nostalgia. Podía ser yo en mi habitacioncita de Belensate o en el apartamento de mi novio en El Campito cuando me quedaba con el los fines de semana, eran mi hogar a pesar de no ser míos pues me sentía refugiado de todo y podía ser quien era, podía acurrucarme entre sus brazos y sentirme a salvo de todo, amaba y existía con libertad por lo menos por un instante.
Y luego estaba Margarita, mi casa casa, el lugar donde nací, donde crecí y me crié. Margarita siempre será mi hogar, recuerdo cuando bajaba del avión que me traía de Mérida luego de tres meses en la universidad y lo primero que sentía era esa brisa caliente con olor a mar pegándome en la cara, era eso sentirse en casa; de la misma manera en que me despertaba en las mañanas con olor a arepas recién hechas con una rica tortilla española hecha por mi papá, o el olor a pescado fresco y tajadas fritas o el aroma de los aliños sofriéndose cuando mi mamá iba a hacer cazón o raya. Mi hogar eran las playas de esa isla maravillosa, playas cristalinas de arena nívea y en el cielo ese sol achicharrante y ese azul puro como ningún otro.
Luego de cinco meses viviendo en Lima puedo asegurar que soy un “homeless” porque en esos cinco meses no he llegado a sentir ni por un instante esa sensación de llegar a casa, de estar en un hogar, de recibir amor y darlo, de ser yo mismo. Soy un expatriado, un paria sin hogar ni rumbo».
Julio Ávila, 19 años. Estudiante y escritor
Mérida/Nueva Esparta. Lima, Perú
«Me fui de mi país hace más de un mes. Lamentablemente huí, sí, es poco, pero suficiente para extrañar todo lo que en 28 años años he construido para comenzar desde cero en otra nación que con mucho cariño agradezco por recibirme. Me traje una maleta llena de sueños, dentro de ella poca ropa, mi bandera y mi gorra con la que tanto me identifico, con muchas ganas de cumplir metas y propósitos para seguir adelante, crecer personal como profesionalmente. Extraño a mi familia, pelear con ellos, abrazarlos, a mi hija que todos los días me recibía cada vez que llegaba de mi rutina diaria (hablo de mi perrita Katy), a mi pareja que me dio tanto apoyo y su amor incondicional, a mis compañeros de trabajo con los que siempre salía a tomarme unas negritas y verdes y muchos de ellos se convirtieron en mis confidentes.
Mi bello cerro El Ávila al que veía cada vez que salía de la oficina. Ahora todo es más complicado, estoy solo, empezando desde cero a pesar de que soy Licenciado en Comunicación Social, pero me siento un poco tranquilo porque no tengo miedo de que un motorizado venga a robarme, puedo pasear de noche sin problemas, mi calidad de vida va mejorando poco a poco, pero mi felicidad no es completa, gran parte de lo que soy se lo debo a mi país; sé que en algún momento regresaré a darle un abrazo a mis padres y a todo aquél que me ha apoyado siempre. ¡Gracias por tanto, Venezuela!».
Michael Carbonell, 28 años. Comunicador Social
Las Minas de Baruta, Caracas. Bogotá, Colombia