Por: Randolph Borges
Miguel tiene cuatro años y no cree ni ha creído nunca en superhéroes. Para él “Spiderman” es un tipo que deja las calles llenas de telas de araña y resuelve todo a golpes. “Hulk” le resulta antipático por destrozar todo a su paso y porque no se comunica hablando, sino con gruñidos y gritos. “Superman” le parece absurdo, pues “la gente no puede volar, sólo en los aviones”- dice.
En resumen, no es que lo prive de ver las nuevas intenciones hollywoodenses de imponernos a sus superhéroes quién sabe con qué fin, sino que he permitido a mi pequeño formarse su propia opinión sobre esos héroes del marketing. Es allí donde entro yo a escena. Papá le habla de héroes de verdad, de gente que sin superpoderes hizo grandes cosas por la humanidad. Así Miguel ya sabe de Bolívar, Miranda, Julio Verne y Antoine de Saint-Exupery. Y aunque parezca algo precoz, creo que nunca es demasiado temprano para decirle a los chamines que los grandes héroes son y fueron de carne y hueso, y que su grandeza supera la ficción.
No es nada fácil esta tarea, confieso. Hay que luchar contra una maquinaria casi perfecta que se multiplica y convierte a sus víctimas en defensores de sus causas. Esa maquinaria que bombardea a diario, aliena y nos uniforma a todos bajo los estereotipos más equidistantes de nuestra cultura. Sin embargo, la conversa diaria, franca y paciente, es una buena fórmula para quienes deseamos formar seres más humanos y solidarios. Una fórmula cuyo ingrediente principal es el ejemplo.
Pero mantener la compostura para dar ese ejemplo correcto, no es concha de ajo. Son múltiples los factores que nos pueden alterar los planes y hacer que la paciencia desaparezca. Ilustro con un ejemplo: hace unos días en el Metro de Caracas retornábamos a casa Miguel, su mamá y yo en medio de una hora pico clásica. Aunque íbamos de pie, el peque no se incomodó pues entiende que los puestos estaban ocupados.
Sucedió que al mismo tiempo se subieron al subterráneo dos mujeres embarazadas, una tercera con un niño en brazos y unas dos damas de edad avanzada. Las doñas consiguieron pronta solidaridad, una de las embarazadas corrió la misma suerte, mientras la mujer con la barriga más grande y la que llevaba al niño en brazos se quedaron esperando resignadas. Ante el hecho, sugerí a dos jóvenes de unos diecisiete años que simulaban dormir, que cedieran el puesto a las damas necesitadas; sólo uno, que llevaba una franela del “Capitán América” abrió los ojos, ignoró el pedido y los cerró de nuevo. Me imaginé partiéndoles la cara a trompadas y lo disfruté, pero un hecho inesperado sucedió.
Se desocupó un puesto que estaba delante de Miguelito, el niño rápidamente se sentó, pero acto reflejo y mirando a la mujer que llevaba el niño en brazos, le dijo: “Siéntese señora”. Acto seguido llegó el coro conmovido de ternura desde ese lado del vagón – Aaaaaayyyyy – Miguel me miró, como suele hacer, en busca de aprobación y le sonreí con el pecho hinchado de orgullo. Mi pequeño héroe de carne y hueso ya empieza a cambiar el mundo haciendo grandes cosas por la humanidad. ¡Seguimos trabajando!