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Leer: el gran escape

¿A veces sientes que el mundo colapsa a tu alrededor? ¿Te han dado ganas de salir corriendo? ¿De vez en cuando te provoca gritar hasta desaparecer?

Hay varias formas de encarar los conflictos. Lo primordial es el papel que asumimos frente a ellos: resolverlos o sucumbir. ¿Cómo se resuelven? Las fórmulas mágicas y secretas no existen, tampoco sirven de mucho las que pretenden pasarse como tales. Sin embargo, meditar la situación, organizar las ideas, informarse a profundidad son posibles acciones constructivas a tomar en cuenta.

Y hemos llegado a la palabra clave: Informarse. Sabemos que el libro es un arma de liberación. En él, en sus páginas, en sus pensamientos e imágenes transformadas en palabras escritas encontramos puertas a punto de abrirse. Lo cierto es que somos un saco lleno de interrogantes que buscan desesperadamente una respuesta y los libros son fuentes vivas de datos e información.

¿Y si no me gusta leer?

Esa es una pregunta que suelen hacerse cuando se abre el debate sobre el hábito lector. La disposición y la aptitud (además de la actitud) son consideraciones individuales. Es decir: no a todos nos gusta lo mismo ni podemos tratar de despertar nuestro interés con las mismas técnicas. Somos distintos e irrepetibles. A veces el hábito lector nace por ósmosis, circunstancialmente, por azar. Un niño poco hábil para las actividades físicas que opte por resguardarse bajo techo (intramuros, diría Mario Benedetti), por descarte terminará tomando el hábito lector como distracción o válvula de escape. Quizá se deje arropar por la seducción tecnológica, pero no se preocupen, leer en soporte digital también es leer.

Cuando sale el tema, siempre pongo el mismo ejemplo: de niña (hace uff, muchos años) nunca aprendí a andar en patines, patineta, jugar con el yoyo o la perinola. Ya de grande aprendí a manejar bicicleta, pero era toda una adolescente cuando eso. En realidad estaba exenta de las nuevas tecnologías y la televisión era la única sirena que me cantaba (a veces un radio con banda AM, pero muy de vez en cuando). Entonces, durante esas largas tardes de ocio yo tenía apenas dos opciones: o los libros de mi madre o las muñecas de plástico. Bastante que jugué con muñecas, pero su límite de diversión era corto, así que era muy común que terminara espiando libros buscando posibles respuestas a mis miles de preguntas.

Tomemos en cuenta algo: son cientos de miles de millones de libros los que existen en el planeta. Un número casi infinito de ediciones, temas, géneros, autores y autoras que invaden nuestro mundo. Es imposible (no me da miedo arriesgarme a usar esa palabra tan definitiva) que una persona sobre la faz de la tierra no encuentre ese libro hecho a su medida. Solamente nos queda buscarlo.

¿Por dónde empiezo?

Otra pregunta capciosa. En un lugar donde no hay reglas de juego definidas ni válidas, cualquier forma resulta apropiada. No importa el punto de inicio, lo importante es llegar. Hay lecturas liberadoras, que nos ayudan a construir un criterio amplio, serio, maduro, humanista, sensible, qué-sé-yo (tantas cosas). Hay lecturas, por el contrario, hechas para perpetuar las nuevas formas de colonialismo, para seguir fortaleciendo el rebaño, para mantenernos allí: inmóviles maniquís (a propósito de esta nueva y ruidosa moda del “reto del maniquí” o #mannequinchallenge).

Yo comencé con Juan Salvador Gaviota de Richard Bach. Es el primer libro que recuerdo haber leído por gusto y completo, en una sola sentada, con mi capacidad de asombro a toda mecha, ojos abiertos y mandíbula caída. De ahí El Principito y de ahí mi madre intentó estimularme con “literatura infantil”, pero yo siempre espiaba su cartera para ver cuánto avanzaba en El amor en los tiempos del cólera, del “Big Master” Gabriel García Márquez. Hay quienes empiezan por los best-sellers o las sagas juveniles, quienes se dejan atrapar por El Alquimista de Paulo Coelho (zape gato, ñaragato) y también los agallúos que pretenden comenzar en las ligas mayores, cayéndose a golpes con (por ejemplo) la grandiosa Rayuela de Julio Cortázar (mi dios, valga aclarar). Para comenzar da igual si prefieres los vampiros adolescentes o te lanzas de una hacia los verdaderos conflictos entre Montescos y Capuletos; porque al final del día lo que importa es comenzar.

Leer es un ejercicio cerebral y emocional. Debemos habituarnos a la rutina y aprender a disfrutarla. Tipo gym, pero para pensar y no para lucir. Mejor dejemos las preguntas bobas y los pretextos baratos, salgamos a la calle a buscar con determinación ese libro que está predestinado a cambiar nuestras vidas. Y aprovechemos esta forma sana de escapar de una realidad terrible que nos apabulla, porque el libro es el mejor compañero de viaje, ese amigo que jamás nos abandona, esa ventana hacia mundos desconocidos e inimaginables.

¿Por qué seguir dando más vueltas que un perro antes de echarse? Pa’ luego es tarde.

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