Estoy seguro de que la acepción que Hugo Chávez manejaba del concepto catacumba está asociado con la cultura, fundamentalmente de tradición oral, que convirtió las laberínticas galerías funerarias de Roma en escondites seguros para los desperdigados y perseguidos cristianos que sobrevivieron a la saña imperial que acabó con la vida del líder palestino Jesús de Nazareth.
Las catacumbas romanas eran estructuras arquitectónicas que respondían a la legislación que imponía «desaparecer» a los muertos de la vista de los habitantes del lugar. Sólo unos pocos creyentes en «la vida eterna» y luego en «la resurrección de la carne» -por el ejemplo de tradición bíblica con el caso del Nazareno, torturado y asesinado en la cruz-, enterraban y no cremaban (lo que era costumbre mayoritaria entre los paganos) a sus muertos.
La prohibición romana de erigir panteones o túmulos para los muertos es lo que genera las enormes galerías compuestas por nichos rectangulares que se conocen hasta hoy como catacumbas.
La palabra es hoy muy poco común. Yo diría que quienes la pronuncian en Venezuela, en pleno siglo XXI, lo hacen inspirados en la alusión que varias veces hiciera el líder de la Revolución Bolivariana, Comandante Hugo Chávez, siendo la primera de ellas el 4 de julio de 2002 durante la celebración del Coloquio de Caracas, sobre el tema de la soberanía, realizado en la sede del teatro Municipal en la ciudad de Caracas.
«En Venezuela comenzamos a adelantar la bandera de la soberanía, por allá pequeñita en las catacumbas, por allá en los barrios, en pequeñas reuniones, a veces conspirativas, la soberanía». Un lugar radical de las barriadas venezolanas, un espacio clandestino o semiclandestino donde se gestaba la subversiva y patriótica tarea de reivindicar nuestra soberanía. Sin dudas que encajar el concepto «catacumba» en este discurso no era una improvisación de Chávez, sino una convicción del carácter revolucionario que revestía a la «concha», al escondite diseñado para la conspiración discreta, ubicado en el corazón del pueblo, en el barrio, en el caserío, en el campo, donde vive y labora nuestra clase trabajadora, arrimada, marginada, por quienes desde poder se propusieron invisibilizarla.
En esencia, Chávez denomina catacumbas a las células de organización social del pueblo convencido de su papel histórico liberador, al estilo de lo que ocurriera con las «semillas» populares de los seguidores del Cristo, luego de su asesinato por el poderío imperial de entonces.
Las catacumbas son nombradas por el Comandante Chávez muchas otras veces, en distintos discursos y con diferentes escenarios, siempre con ese perfil de «escondite» en la raíz o en el corazón donde está el pueblo, donde vive labora, estudia y lucha por su organización, soberanía, independencia y libertad.
Sus seguidoras y seguidores, nosotras y nosotros los chavistas, también aludimos muchas veces a las catacumbas como espacios recónditos, lugares clandestinos y protegidos desde donde se planifican las estrategias de la Revolución, bañadas por la sabiduría de clase de nuestro pueblo trabajador y protegidas del acecho constante del enemigo de clase en sus diferentes acepciones, ropajes o expresiones.
En estos momentos, cuando la Revolución Bolivariana, garante de la preservación de la Patria y de su carácter soberano, está sometida al asedio imperialista y a los factores más reaccionarios de la ultraderecha mundial, un desenlace violento, bélico, cruento, nos estaría convocando directamente a converger en nuestras catacumbas como los lugares óptimos para la protección, para la planificación estratégica y para la defensa integral en lo que sería una guerra de todo el pueblo.
Es importante comprender hoy el significado esencial que Chávez da al concepto de catacumba, bajo su inspiración cristiana y con toda la significación de espacio para la preservación, la planificación estratégica y la lucha revolucionaria para la victoria final.
Tenemos el deber presente de vencer y ese triunfo final debe estar asociado con la capacidad de resistencia y combate que tengamos como pueblo unido. La organización es importante y las catacumbas imprescindibles. ¡Chávez vive!
Ilustración: Iván Lira