Es sabido que el día 4 de febrero de 1992, en medio del desarrollo de la Operación Zamora, el Comandante Hugo Chávez, líder de esta acción, plantea la rendición «por ahora». Daba por frustrada la toma armada del Palacio de Gobierno (Miraflores), evaluaba el «derramamiento de sangre» por los caídos en combate y se aferraba a la posibilidad de encontrar «tiempos mejores».
Rendirse, para las culturas de Occidente, es un acto de cobardía. En otras culturas impermeables a la ideología capitalista, sólo quien es capaz de pensar y actuar con conciencia expandida, acepta su ahora y renuncia a las órdenes de su mente para escuchar las de su corazón.
Posiblemente sea el mismo caso de Bolívar, quien muere en su lecho de asesinado, en la ciudad de Santa Marta, Colombia, aceptando haber «arado en el mar». Invoca el poder esencial de la unidad de los pueblos para poder «bajar tranquilo al sepulcro» y muere sin lograrlo, pues el imperio de un pensamiento egótico, temporal y terrenal impide ver más allá de una cosa, de una meta material, del poder, de un palacio y una silla presidencial, arrebatada por el ego de Santander y todos los santanderinos en territorio neogranadino.
Lo «esencial» -para decirlo con Antoine de Saint Exupéry en la boca de su personaje El Principito– es «invisible ante los ojos». Y lo esencial, en todos los años de empeño por asegurarse de que nuestro Libertador estuviera «bien muerto» (como lo dice y canta nuestro Alí Primera), sólo puede comenzar a verse, cuando «despierta cada vez que el pueblo despierta», ahora con Chávez, 200 años después de la rendición de Bolívar.
También es oportuno mencionar en esta reflexión al Nazareno. No lo hacemos como invocación religiosa ni argumento meramente idealista. Jesús el de Galilea, prisionero y torturado, con toda una obra de liberación al lado del pueblo palestino, al borde de la muerte se siente abandonado. Invoca a las fuerzas dialécticas del universo: «¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?», ¿Por qué me has abandonado?… Se rinde, acepta su aquí y ahora en la agonía previa a la muerte… Y es su rendición la que lo devuelve a la vida «para vivir viviendo» como Bolívar y también como Chávez.
Es aquí donde uno hace conciencia de aquella rendición de Chávez, el 4 de febrero de 1992. Rendirse no es acobardarse, sino aceptar lo esencial de la misión que nos corresponde en unidad con el proletariado, en unidad con los demás seres humanos, con quienes somos iguales. En unidad con la naturaleza toda, en unidad con el universo, con el cual formamos un todo.
En la rendición está la esencia de la Revolución verdadera, la de la conciencia, la de la unidad en los iguales que somos diferentes. Es la Revolución cultural en la que tanto nos insistió Hugo Chávez.
Ilustración: Iván Lira