Somos conscientes de lo difícil que le resulta abordar el tema de la sexualidad humana en general, por la carga afectiva llena de prejuicios y tabúes. Aún más difícil resulta cuando se trata de la sexualidad de una persona que sufre una discapacidad.
Desde esta columna queremos dejar abierto el tema para replantearlo desde la visión del respeto y derechos de las personas con diversidad funcional.
Para ello es necesario contemplar las diferentes dimensiones de la sexualidad humana: biológica, conductual, cultural, psicoafectiva, psicosocial y considerar que una manera positiva de vivirla como ser sexuado va a ser la base de una buena salud y calidad de vida de los diferentes miembros de la familia. Y es que, como veremos a continuación, las personas que tienen alguna discapacidad pertenecen a una de las minorías a las que se les ha negado por sistema toda posibilidad de resolver sus necesidades afectivas y sexuales.
Es importante recordar que somos seres sexuados desde el mismo momento del nacimiento. La sexualidad va desde el reconocimiento del cuerpo hasta lo afectivo. La sexualidad de las personas con diversidad funcional no es mejor ni peor que la de los demás. Es la suya propia y se expresa en su forma de vivirla y experimentarla. Los mayores problemas provienen de la resistencia de los padres al enfrentarse con la sexualidad de sus hijos.
También alrededor de la sexualidad están los grandes mitos que impactan negativamente sobre el derecho a disfrutarla por una persona con discapacidad. Se silencia, se invisibiliza la diversidad y se considera peligrosa e innecesaria la educación sexual, por lo tanto, se evita y se reprime, limitando el pleno ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos. La sexualidad en la diversidad funcional genera pánico. La dificultad radica en el modo que tienen la personas, mal llamadas sin discapacidad, para enfrentar y construir la sexualidad en discapacidad.
Hay que cambiar la mirada para poder ver a las personas con diversidad funcional con derecho a ser informados, tener una educación sexual, expresar su sexualidad, formar una pareja, derecho a tener una vida sexual independiente, derechos sexuales y derechos reproductivos Respetarlos en lo que son, más allá de su discapacidad. Verlos en la etapa de desarrollo que están transitando: son niños, adolescentes o adultos, no son niños en un cuerpo de adulto. Facilitarles un espacio para reflexionar, pensar acerca de sí, qué les ocurre, qué sienten. Verlos como sujetos deseados-deseables que se besan, se acarician, se manifiestan como quieren.
Es importante que cada persona con discapacidad decida qué quiere hacer, con quién quiere estar, cuándo, cómo, dónde, escribiendo su propia historia sexual con sus intereses, necesidades, deseos, fantasías, como personas sexuadas y eligiendo de qué manera expresar esa sexualidad, que no es sinónimo de sexo o genitalidad.
Sexualidad es mucho más que un pene erecto o una vagina lubricada. Eso no es garantía. No es sólo un encuentro de genitales. Es hacer el amor, encontrarse, tener contacto y conocimiento del propio cuerpo y del cuerpo del otro, es acariciarse, expresar afecto, sentir placer, erotizarse, empatizar con el otro. Hay personas que no ejercen su sexualidad a través de los genitales.
El ser humano siente la necesidad de contacto corporal, tocar y ser tocado, acariciar y ser acariciado, abrazar y ser abrazado y de intimidad emocional, necesidad de expresar, entender y compartir emociones, necesidad que se resuelve, desde la infancia a la vejez, con los padres, familiares, amigos, pareja e hijos. Con frecuencia el único recurso, a veces también perseguido a pesar de ser natural y saludable, es el de la masturbación, recurso que le permite la satisfacción sexual, pero no experimentar el contacto y la intimidad con otra persona.
La sobreprotección familiar, la carencia de entornos en los que relacionarse con los iguales, el no reconocimiento de su necesidad de intimidad sexual, hacen difícil, cuando no imposible, el que las personas con discapacidad tengan una verdadera vida interpersonal.