“A la vista de aquellas personas,
Armando se transformó en otro”
Mateo Manaure
Así es Armando Reverón, una luz de cuerpo y arma. Tangible, nítida, rutilante. El más rebelde de la plástica irreverente venezolana de comienzos del siglo XX, Armando (caraqueño 1889 -1954) “pintaba limpiabotas desnudos del ombligo para arriba”. Inquieto, de vestir elegante, Rafael Monasterio lo describe (Últimas Noticias, 2 de septiembre de 1954) como alguien a quien no le gustaba beber, “era raro verlo tomar una copa. Tampoco fumaba o lo hacía en contadas ocasiones. Con las mujeres mantenía cierta reserva y no le gustaba, como dicen, ‘correr detrás de ellas’”.
Mateo Manaure cuenta que Reverón estaba compartiendo con él algunas anécdotas de sus viajes por España y París cuando aparecieron unos visitantes, ante quienes “Armando se transformó en otro. Empezó a hacer piruetas, vistió al mono Pancho de Torero, se puso a pintar y pasó una hora divirtiéndolos. Cuando se fueron los visitantes, cada uno llevaba un cuadro bajo el brazo. Reverón volvió al sitio y me dijo: –Mateo, perdóname por hacerte esperar tanto tiempo, pero las vainas que hay que hacer para vender dos cuadritos”.
Así era Armando Reverón: “El lienzo está en blanco y cada pincelada es un pedazo del alma”, dijo alguna vez. Nunca “sintió la necesidad de elaborar un pensamiento teórico como conjunto de reflexiones distanciadas o funcionando en otro plano de su obra”, señala el poeta, artista plástico y crítico de artes, Juan Calzadilla, en el prólogo de su libro “Reverón, voces y demonios” (Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas, 2004).
“Hago lo posible para salvarme pintando” dijo el maestro de la luz, quien sabía que sus telas tenían que ser atacadas con los pinceles convertidos en especie de adargas en manos de un Quijote de la pintura: “La luz, ¡qué cosa tan seria es la luz! ¿Cómo podemos conquistarla? Yo lo he intentado. Y esa ha sido mi lucha”, diría repetidas veces girando en torno al tema de la luz: “la luz ciega, vuelve loco, atormenta, porque uno no puede ver la luz”.
Armando Reverón, ignorado, despreciado, calificado de loco y marginado por quienes siempre se pretendieron dueños de la estética, de las expresiones artísticas, de las y los creadores que no aceptan someterse a los encallejonamientos sociales ni a ser mercancías fáciles para la complacencia de las élites dominantes, permaneció en el ostracismo clasista propio del capitalismo, hasta la plena reivindicación social que se le ofrece con el nacimiento de la V República, del gobierno que encabezara el Comandante Hugo Chávez y del que en la actualidad encabeza el presidente Nicolás Maduro. Es la Revolución Bolivariana y Chavista, con sus políticas de inclusión, la que revive al artista Armando Reverón y a su obra, e incluso rinde honores póstumos al pintor de la luz, colocando sus restos en el Panteón de los héroes de la Patria, rescatando y restaurando el Castillete de Macuto, donde el artista vivió creó hasta sus últimos días y colocando su nombre como epónimo en obras emblemáticas como el Museo de Arte Contemporáneo, ubicado en la ciudad de Caracas.
En la actualidad el genio de la luz que tiene cuerpo y arma, Armando Reverón, es también el nombre del Plan Cultural que se inicia en el presente año 2018 y que el Ministro del Poder Popular para la Cultura, Ernesto Villegas, expusiera a comienzos de enero, ante público y medios de comunicación, con su propósito de unificación de las creadoras y los creadores de todo el país con acompañamiento del Gobierno Revolucionario y rectoría del Ministerio en competencia.
Una manera clara y coherente de colocar el nombre y el ejemplo de Armando Reverón como figura referencial de las luchas más radicales por avanzar en la construcción del socialismo y lograr que el proceso de transformaciones que hoy se desarrolla y evidencia en Venezuela sea expresión del carácter cultural de nuestra Revolución Bolivariana y Chavista.
Ilustración: Xulio Formoso