“Todos los esfuerzos hacia una estetización de la política culminan en un punto. Ese punto es la guerra. La guerra, y sólo la guerra, vuelve posible dar una meta a los más grandes movimientos de masas bajo el mantenimiento de las relaciones de propiedad heredadas. Así se formula el estado de las cosas cuando se lo hace desde la política. Cuando se lo hace desde la técnica, se formula de la siguiente manera: solo la guerra vuelve posible movilizar el conjunto de los medios técnicos del presente bajo el mantenimiento de las relaciones de propiedad.
Para [la reflexión dialéctica], la estética de la guerra actual se presenta de la manera siguiente: cuando la utilización natural de las fuerzas productivas es retenida por el ordenamiento de la propiedad, entonces el incremento de los recursos técnicos, de los ritmos, de las fuentes de energía tiende hacia una utilización antinatural. (…) La guerra imperialista, en sus más terroríficos rasgos está determinada por la discrepancia entre unos medios de producción gigantescos y su utilización insuficiente en el proceso de producción. La guerra imperialista es una rebelión de la técnica que vuelca sobre el material humano aquellas exigencias a las que la sociedad ha privado de su material natural. (…) Su autoenajenación [la de la humanidad] ha alcanzado un grado tal, que le permite vivir su propia aniquilación como un goce estético de primer orden.”
Cap XIX, Estética de la guerra
La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica
Walter Benjamin
Porai T estaba pidiendo como loca un cargador para iPhone 6. Lo pedía bajo “servicio social”, y casi todxs le respondían que nada, que no tenían, que iPhone 6 era un chikilukeo.
No es extraño que algunx de nuestros contactos de FB o Whatsapp, postee una petición de ayudaíta casi desesperada respecto a alguna falta que tengan por un dispositivo tecnológico que mucho necesitan: que si el teléfono, que si la tablet, que si el otro teléfono, que si el corporativo que no es el otro teléfono, que si la pilita con wifi y 6 puertos y linterna, que si el cargador de la lápto, que si el montón de cables que no son iguales entre ellos y ninguno sirve porque __________________ (inserte hijx, perrx, zapato-chola o Murphy) lo jodió.
En la “era de la reproductibilidad técnica” (Benjamin se refería al arte, pero ampliaba el término también al campo de la cultura de masas y que podemos llevarlo a escala comunicativa) la información se reproduce a tal velocidad que necesitamos estar enchufaxs todo el tiempo para intentar recoger alguito de todo el océano de información que fluye y, así mismo, se va reproduciendo.
Sí, claro, la revolución tecnológica está detrás de la empedernida homogeneización cultural donde las corporaciones nos controlan mediante nuestro insistente consumo tecnológico, y así mismo, esta revolución ha logrado colocar dispositivos exitosos en el mercado que “logren las necesidades del hombre y la mujer posmoderna”. Ahora pareciera que hacemos más cosas porque tenemos las facilidades al corto alcance de los dedos para hacerlas, pero también pareciera que estamos más angustiadxs, asfixiadxs, estresadxs, enloquecidxs, y cómo nos joden por y desde allí.
Más aún en la coyuntura actual, donde el FB, el Twitter, las incansables cadenas de Whatsapp (¿en qué momento una cadena de Whatsapp se hizo más legítima que una página de noticias?) y hasta el Instagram, más todas las páginas de opinión y artículos, nos mantienen “informadxs”. ¿Cómo pudiéramos pretender despegarnos aunque sea un ratico de alguna pantalla? Se hace cuesta arriba.
Recuerdo en semanas anteriores cuando volver a casa se hacía difícil por falta de Metro y transporte superficial: no me importaba tanto resolver cómo llegar a casa, sino la sensación de vacío que tenía por no sentirme enterada. Me había quedado sin pila, y ese día no cargaba la pilita portátil, por lo que me sentía vulnerable sin información. ¿Cómo iba a tomar decisiones? ¿Me iba a casa o no iba? ¿Cuadraba refugiarme en otra parte? ¿Cómo me movía? No tenía plata pa taisi. Y, ¿Nicolás había dicho algo? ¿Qué habrá tuitiado ahora Freddy Guevara?
La desinformación afecta directamente las decisiones que tomamos respecto a los movimientos cotidianos que tenemos ya naturalizados, y si algo sucede a escala ciudad o país que es capaz de flojear esos movimientos —mientras somos esclavos de los dispositivos tecnológicos—, nos descolocamos. Si la conexión concreta (y hasta cierto punto, ficticia) que tenemos con la realidad se rompe, nos desamparamos.
¿Cómo no vamos a sentirnos desamparadxs o, quizá, más vulnerables, sin acceso directo a una red comunicativa mediante algún dispositivo si tenemos las cotidianidades modificadas? No es que lo vamos a resolver quedándonos en el Carmelo’s Pizza viendo la tele (en la que seguro tienen Htv) ¿Cómo no vamos a sentirnos más asfixiadxs y enloquecidxs si el torrente constante de información nos aturde y al mismo tiempo nos place? Y cómo nos place, qué vaina con los goces estéticos.
Estamos, constantemente, sobreestimuladxs.
Sí, evidentemente unx resuelve. Cero drama. ¿Nos quedamos sin pila y no cargamos el cable? Una llamaíta de kiosquito, un telefonazo por tarjeta cantv (¡todavía sucede!) o incluso un “chamo, préstame ahí tu cable un momentico”, pero ninguna de esas opciones, excepto la de la tarjeta, nos separa de la dependencia a algún aparatico de esos.
El otro día escuché en un foro que la “tecnología no sólo era esa que avanzaba en la mejora y actualización de dispositivos, sino que también era el poder de transformar y ser transformados”. Pero, ¿Cómo estamos siendo tranformadxs nosotrxs a través de estas tecnologías? ¿Estamos transformando nosotrxs también, o solamente siendo trasnformadxs? ¿Cómo han cambiado las formas de relacionarnos, los patrones relacionales frente al uso constante de dispositivos? Y, fisiológicamente, ¿cómo nos está respondiendo el cuerpo ante esto?
Claro, una pantalla pegada a los ojos por varias horas del día: yo me despierto con el despertador del celular porque qué ladilla ese bibibibibip, veo los chorrocientos mensajes de whatsapp que lxs sinoficio mandaron en la madrugada (no los leo todos. Oops); ajá, Instagram; oh, ¡un mensajito!; ahora, Facebook: notificaciones, inbox y, finalmente, las historias. ¡Todo eso antes de lavantarme de la cama! No me da vaina, son 5 minuticos nomás. Incluso, mientras escribo este texto tengo el FB abierto, el Whatsapp web, Youtube pa la musiquita, y 4 pestañas más de cosas varias.
El hecho es, compas, que unx come por los ojos, y se nos meten por los ojos. Ahorita hay un desbordamiento de información (falsa o no) que va muchísimo más rápido que la capacidad que el contrataque tiene para desmontarla, y nosotrxs cada vez naturalizamos más ese desbordamiento, y cada vez más nos adaptamos para formar parte de él y no perdernos su constante informativa.
Nos estamos enfermando. Como pueblo empoderado en tantos terrenos descolonizados ya, es nuestra responsabilidad de vida entender estos procesos de enajenación tan duros a los que estamos constantemente enfrentadxs. Ningunx de nosotrxs se salva de la guerra tecnológica, estamos en medio de ella, batallándola.