Es temprano en la mañana. Siento que tengo horas acá a pesar de que son las 8am. Aunque ya me tomé dos cafés, y ese guayoyo de máquina a mí no me gusta nada, la ansiedad me da por ir por otro. Con azúcar. Guayoyo de máquina con azúcar. Guagh. Esa verga debería estar prohibida.
Las sillas son de ese plástico que pica las nalgas insoportablemente si estoy usando leggings, y hay burde mosquitos. En el televisor está Animal Planet y me distraigo a medias con los pingüinos o los leones o las tortugas. Qué bonitas que son las jirafas. De verdad, qué bonitas que son.
Cada vez que suena el BIP BIP BIP del intercom que anuncia un nombre me da un vuelquito en el estómago, y me pienso “si has estado ya tantas veces en este lugar, tomando este guayoyo horroroso, en esta silla y viendo Animal Planet, ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Qué coño te pasa?
Me duele el estómago, me dan ganas de cagar (los baños están muy limpios, ¡wiiiiiiii!), me muerdo las uñas (cosa que NUNCA hago), muevo la pierna así como cuando le da tembleque, el libro que me llevé pa leer me menta la madre por haberlo sacado a pasear nada más. Ay, por los clavos de cristo.
En esa ocasión no llamaron mi nombre. Alivio de dos segundos, para que los nervios y la ansiedad me cubran el cuerpo de nuevo. No me preocupan demasiado los resultados o la consulta en general. Vengo porque toca chequeo, además debo actualizar el récipe de las pastillas. No, nada de eso me preocupa (tanto).
Pero, mientras espero sólo puedo pensar en el pato de metal de mierda. En esa sensación tan única y tan, tan, tan desagradable. En el metal frío, duro, insertándose lentamente. Lo imagino y me da un escalofrío horroroso. Mardición, chico. ¿Por qué? ¿Por qué esta mierda?
Me distraigo viendo a la otra gente: a las niñas de bachillerato esperando en cambote, a las parejitas (el tipo suele tener una cara de ladilla extrema, como si nada en la vida superase el tedio de ese momento. Ojalá fueran a que les metieran el dedo en el culo, pero en verdad sólo “acompañan” a alguien), a las chamas que van solas (se ven tan calmas, tan quietas. ¡¿Por qué están tan tranquilas?!), a las señoras (la mayoría está leyendo, durmiendo, o viendo Animal Planet con MUCHO interés), a las madres (y a sus crías recién nacidas chiquititas y al mojtrico de 4 años que, por supuesto, no puede quedarse tranquilo), a las trabajadoras y, especialmente, a la voz malparida hijueputa que sale del intercom y con mucho poder anuncia mi (nuestro) próximo destino.
Sufro. Yo, de verdad, sufro sentada en esa silla de plástico que pica, con los mosquitos y el guayoyo de mierda, ¡y Animal Planet! ¿Quién carajos ve Animal Planet? ¿Por qué no pueden ser normales y poner Htv, como en el resto del mundo mundial?
Entonces me pongo a pensar que estoy exagerando y que capaz, sólo capaz, las demás mujeres que están allí ese día esperando al igual que yo por una consulta también están muy nerviosas. Quizá no van sólo por chequeo, quizá están maltripiando en banda. Quizá les manden algunos medicamentos y no los consigan. Quizá hoy les cambia la vida y tienen que decidir, solas, qué hacer. Y yo acá, en esta ocasión, quejándome de la silla.
El hecho es que cada vez que toca ir al ginecólogo yo lo pospongo, y lo pospongo y lo pospongo. Le digo a alguna amiga a ver si vamos juntas, pero nunca cuadramos. Y cuando ocurre alguna vaina desafortunada que me obliga a ir, me paso 5 días decidiendo, diciéndome que en estos momentos pagar vainas de la casa es prioritario (eh, como comprar comida, ¿no?), convenciéndome de que no tengo que ir y al mismo tiempo dándome coñazo por marica.
Insoportable. Un peo insoportable. A medida que pasa el tiempo tengo menos rollos para ir pero todavía me provoca unos estados severos de ansiedad. Por eso procuro que alguien me acompañe, pa que me distraiga mientras siento que se me sale el estómago por la tráquea.
Y me pregunto, de pana, “negra, ¿cómo inviertes tu energía en asustarte así por ir al marico ginecólogo cuando hay vainas en la vida bien jodidas que SÍ merecen tanta atención?” ¿Y saben qué es lo peor? Que la doctora es un amor. Hasta chistes me hace. ¡Me hace reír la coña esa! Por los dioses. ¿Hasta cuándo? ¿Cuáaando señor diosito de los lupanares y burdeles se me va a quitar esta mariquera? Es h.o.r.r.o.r.o.s.o.
Después de tanto decirles “cuidarnos”, “querernos”, “no estamos solas” me lanzo una quejadera de 4 mil caracteres sobre las obligatorias y necesarias y horrorosas visitas al ginecólogo. Ayuda, sí.
Sólo puedo terminar este texto esperando que se hayan reído, que alguna me haya entendido en mi infortunio y recordándoles después de la quejadera, que hay que ir a verse porque de nosotras depende nuestra salud sexual y nuestro bienestar. Sí, es la mierda más malparidamente incómoda que una hace por decisión propia, pero, hay que atravesarlo porque hasta que no inventen otra herramienta pa vernos el cuello del útero, hay que pasar por el malparido pato de metal.
Así que felices visitas al gine a todas, y que la fuerza nos acompañe compañeras.
P.D: vayan acompañadas, lleven un termo de café y una caja de cigarros o una pipa (mejor la pipa). O sean arrechas, zen y en control de sus ansiedades, y me enseñan a mi cómo es ese beta.