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Cada vez que un tipo me dice “flaca, ¡tírame un hueso!” me río mucho. De verdad. Y no por cinismo ni nada, sino porque genuinamente me causa risa. O “pásame un hueso pa mover el sancocho”. La cosa es que es exactamente lo mismo que le digan a una mujer gorda “dame grasita de esa pa adobar el cochino”. Lo he escuchado, Capitolio y sus cosas.

Flacas, gordas, raquíticas, obesas. Feas. Insuficientes. Desagradables.

En verdad nadie va a ir por ahí diciéndonos “epa, gorda horrorosa” o “flaca pullúa” porque hay una especie de “no cruzar el límite”, de no “ofender demasiado” porque emitir juicios sobre la contextura de las otras personas si bien se presta pal chalequeo, es bastante normal pero tiene sus barreritas. Uds saben, pa no caer en lo rata.

Si algo hacemos en conversas cotidianas es hablar con otras personas de lo flaca que está tal, o de lo gorda que está tal. Especialmente si tenemos tiempo considerable sin ver a esa persona. Vamos, no lo escondamos: vamos caminando a por unas birras y fuera del local nos conseguimos a unxs panas, nos saludamos con cariño, empezamos por el “qué mas” y de allí a que empecemos hablar del estado físico de una persona, hay pocas palabras en el medio.

“Marica, me encontré a ___________. Está flaquíiiisimaaaa! ¿Qué le pasó? ¿Se enfermó?” o “Coño, el otro día vi a ________. Está súper gorda, qué chimbo. Tan bonita que era”. Y quienes escuchamos asentimos, u opinamos. O quienes emitimos el juicio lo decimos con suma seriedad esperando que nuestrx interlocutxr aporte contenido al comentario. Si fuese que lo decimos porque en verdad estamos preocupadxs por esa persona de la que tanto hablamos y que nos llama la atención, tuviese un poquito de sentido la cosa. Pero es sólo por el chisme que sale del derecho autoganado de criticar el cuerpo de las otras personas, como si nosotrxs fuésemos la medida de las cosas o alguien nos hubiese autorizado para hacerlo. Estamos convencidxs de que tenemos una chapa de criticadxr de cuerpos, y el alcance de su jurisdicción es de escala nacional.

Esa criticadera me ha acompañado siempre porque bueno, yo soy flaca. Burde flaca. Entonces los comentarios generales suelen ir asociados a desórdenes alimenticios (¿cómo puede ser que una persona tan delgada se alimente?): “verga negra, ¿tú no comes nada verdad? Porque para estar así de flaca…”; pero también están asociados a que como soy delgada “puedo hacer/ponerme lo que me da la gana”. No es extraño que alguien me diga que puedo ir en falda corta, o en crop top enseñando los pezones “porque como soy flaca puedo hacerlo”. Viene otra vez la permisología y la asociación inmediata de lo que se me permite o no hacer con mi cuerpo, donde mi poder de decisión queda completamente anulado.

La verdad es que no, no somos libres. Ni de decidir ni de ejercer el libre derecho a la decisión; pero si así lo fuere, yo podría ponerme un tapa pezones y salir a la calle o un puto burka porque sí, porque quiero, porque me sale del forro del culo y mi contextura física no puede seguir siendo punto inicial para decidir quién y cómo soy.

Hay una especie de contradicción dura y naturalizada dentro del sentido común de la aceptación o rechazo de las diferentes contexturas físicas que nace de la homogenización cultural a la que es sometida nuestra cuerpa constantemente. O estamos muy flacas, o estamos muy gordas, no hay puntos medios. El que se acerca es el estar “explotada de buena”, pero eso no es aceptación sino sexualización y objetificación del cuerpo.

Entonces andamos en una ansiedad perenne de querer tener un cuerpo perfecto, sólo que ninguna de nosotras va a caber jamás en el canon de belleza y lo que nos exige. Fijémonos en las tallas de la ropa, por ejemplo: las tallas enloquecidas de los pantalones, de las franelas, de los sostenes, de las pantaletas, de los trajes de baño. Hay una talla estándar a la que debemos ajustar insanamente nuestros cuerpos para que nos podamos poner esa ropita que tanto nos gustó.

Una vez estaba en Río Chico, y fui de ilusa a comprarme un trajebañito. Le pido a la chica que me saque los S y que si, por casualidad, tiene XS. La cara de la jeva fue un poema, como diciendo “¿XS? Esta bicha se volvió loca. Que yque XS?”. Me dice “tenemos de S en adelante. Toma este”. Me saca un traje baño bellio, pero noto que la pantaletica es chirriquitica y el sostén una vaina enorme. Le digo “ay, este no es talla S. ¿me buscas el que es por fa?”. Me vuelve a mirar como si estuviera loca y me dice “esa es la talla. ¿Ves que marca S”. Chequeo, el sostensote sí marcaba S (¿?). Silencio incómodo. Prosigue a decirme “todos los trajes de baño ahora vienen así porque las mujeres se operan. Deberías operarte para que consigas uno que te quede”.

Es decir, que con mi flacura y mis teticas yo me tengo que montar una mierda plástica pa poder comprar dos piecitas e tela desa que se seca rápido y tiene colorsitos llamativos. Ya saben quién va a ir comprar trajebaños, ¿no? Pasa también con la ropa que «está de moda”: no importa lo fea que nos quede esa vaina nos lo vamos a comprar, así tengamos que parir los reales. Ese crop top va a ser nuestro porque está de moda.

Ya va, ya va, ya va. ¿Qué? ¡Está todo invertido! En vez de conseguirme un trajebaño que me quede, o de modificarlo,  nos operamos. En vez de conseguir un crop top que nos quede, o modificarlo, nos lo compramos así como vino. Vergación.

Vamos todas a hacernos un favor: tomémosle una foto a los maniquíes que tienen las tetotas con esos súper pezones, la cinturita, el culote y las piernitas, imprimámosla, y peguémosla donde mejor nos sirva para recordar todos los días LO QUE NO VAMOS A HACER. Esa foto nos va a salvar de momentos de locura.

No somos estándar, ninguna de nosotras lo es. Somos inmensamente diversas en nuestras diferencias y nunca vamos a dejar de ser así, porque el pool genético se encarga precisamente de mantener la diversidad para seguir poblando la tierra con nuestras maravillosas cuerpitas. En la naturaleza lo que es igual no sobrevive. Los sentidos comunes construidos bajo consciencias opresoras que apuntan a asesinar lo natural nos han convencido de lo contrario, porque lo es igual en consquistable, es manipulable, es corrompible.

Basta de la sufridera con las tallas. La ropa importada no es el cuerpo nuestro porque el cuerpo europeo no es el cuerpo latinoamericano, y más en esta tierra de cuerpos tan diversos, tan mestizos. De modo que perfectamente podemos ser una talla 8 de pantalón con talla 32 B de sostén, como podemos ser una talla 2 de pantalón con una talla 36 B de sostén, como podemos ser talla 0 con talla 30B, como podemos ser talla 12 con talla 38D.

Claro, también nos enfrentamos a los subprejuicios que acompañan a los primeros prejuicios: si somos negras, automáticamente sabemos bailar tambor. Si somos blancas, no sabemos bailar salsa. Si somos negras y gordas, somos unas becerras mete miedo. Si somos blancas y gordas, somos inofensivas. Si somos negras y flacas, nos hace falta sabor. Si somos blancas y flacas, estamos buenas. Entonces, si somos flacas, blancas y bailamos tambor y salsa somos una sorpresa y una caja vacía para el posterior llenado a los comentarios innecesarios. Y lo mismo si somos negras, gordas y tenemos dos pies izquierdos.

¿Ven? ¿Ven que no somos un pollo a la canasta en combo? ¿Que no somos un menú que se pide, se come, y luego se paga (caro o barato)?

Creo que debemos aprender a reconocer, juntxs, pedagógicamente, cómo se construyen nuestros sentidos comunes, cómo estamos tan segurxs de que las cosas son así y nos cuesta tanto, tanto, modificarlas. El Miss Venezuela y todo su emporio, con Osmel Sousa como principal malefactor, se han encargado de decirnos a las mujeres venezolanos cómo debemos ser, y más aún, de convencernos de que así como nacimos no somos suficientes. De modo que crecemos acomplejadas, deprimidas y sumamente inseguras con una ansiedad que nos acompaña a todas partes por convertirnos en lo imposible.

¿Cómo pretendemos que los hombres no continúen sus machismos si nosotras no hacemos lo propio? Nos molestamos tanto de que los hombres hablen mal de nosotras, de que emitan juicios tan duros y aparentemente certeros sobre nosotras o nuestras amigas o conocidas, pero ahí estamos haciendo lo mismo. Ya basta.

Claro que somos suficiente. Acá no hay nada que arreglar excepto apuntar a estar sanas y saber reconocer los momentos de bajón que nos dan, y buscar ayuda. Y si vemos a una compa que evidentemente lo necesita, ayudarla de la manera en la que podamos. Sí, puede que alguien esté subida de peso, como puede que una pana esté muy flaca porque no está comiendo. Pero quizá debamos pasar primero por el sencillo pensamiento de “¿por qué?” en vez de la inmediata criticadera.

A nadie le importa, nadie se nutre realmente de emitir juicios duros respecto al cuerpo de otras personas, excepto alimentar sus inseguridades y sus propias faltas, desde el ego.

No nos malhablemos, especialmente de lo que se supone que no somos, de lo que nos hace falta o de lo que nos sobra. Aprendamos a respetarnos y a querernos en nuestra inmensa diversidad que es tan maravillosa.

El hecho de que estemos acá, vivas y jodiendo, es bien de pinga. Reconozcámoslo y cuidémonos en consecuencia.

Ilustraciones: Cecile Dormeau

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