Con gritos de «¡Fuera Cristo, dictador!», fue sometido a torturas y conducido a pena de muerte en una cruz, el líder revolucionario, Jesús, el hijo del carpintero, quien había nacido entre la miseria y la persecución, en la ciudad de Belén, Nazaret, al norte de Jerusalén.
De esto hace unos dos mil años. Un Estado imperial terrorista, se había fijado en el joven palestino, desde que dio muestras de sabiduría, en discusiones filosóficas con los eruditos sacerdotes de entonces, en el templo. Mucho más al desafiar la ley para defender los derechos del ser humano, perdonar y sanar en «día de guardar» y mantenerse siempre al lado de los más pobres, para contribuir a su salvación de las miserias, a las qué les sometían los grandes poderosos, y conducirles camino al cielo, hacia la sociedad anhelada, a la que revolucionarios como Hugo Chávez han llamado ahora, la Patria socialista.
Jesús no era un dictador, ni pretendía serlo. Quienes sí lo eran, ejercían el terrorismo desde el poder imperialista y se ocupaban de difundir que el malo era el Nazareno, a quien se debía impedir que llegara a tomar el poder, porque seguramente daría al traste con toda fuente de maldad, oprobio, desigualdad y terrorismo.
El palestino Jesús, fue atacado rabiosamente en medio de una fuerte mediática que, entonces, jamás se había visto. Hasta uno de los más cercanos suyos, logró ser conquistado para la traición y, se asegura, que es quien lo entrega al suplicio y a la muerte, en manos del terrorismo de Estado.
Una vez en manos de los detentores del poder imperial, a Jesús el Nazareno se le acusa de querer imponer una dictadura, cuando su verdadera lucha era para acabar con la dictadura de los emperadores, quienes mantenían sometidos y humillados los más pobres y desheredados.
Jesús, el líder revolucionario, el carismático comunista qué todo se lo proponía en comunión, para el bien colectivo y la liberación de la humanidad, tenía que ser expuesto como un culpable ante las leyes opresoras que él había venido «para abolirlas y no para perpetuarlas» como consta en los mismos evangelios.
El primer socialista de la humanidad, la luz de todas la revoluciones por lograr el cielo o la sociedad de la igualdad en justicia, tenía que ser exterminado. Por eso se le vilipendia, por eso se le expone al escarnio público y todos los aparatos del Estado se ordenan contra él, sumándole a los mismos las fuerzas de los lacayos, traidores y tarifados sicarios de entonces.
No es nada casual que, en pleno siglo XXI, el poderío imperial burgués siga acusando de «dictadores» a quienes luchan hoy, todavía, por la paz, en dialéctica convivencia, hasta alcanzar la Patria definitiva. Esa que Jesús no se adelantó a llamar así, pero que es la Patria socialista.
Ilustración: Xulio Formoso