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¿Es el feminismo una preferencia sexual?

Pudiera serlo. La sociedad que genera la aparición organizada del descontento por la discriminación, marginamiento y opresión de las mujeres, es la misma que explota a la humanidad en unas relaciones de producción que cosifican al trabajo y a la fuerza con la que se generan los bienes de consumo en esa sociedad.

La humanidad explotada, cosificada, alienada y convertida en mercancía, tiene sexos. Está compuesta de mujeres y de hombres que para poder “armonizar” con el capital en el proceso de producción, debe vender algo y no tiene otra cosa sino su fuerza de trabajo.

Desde el punto de vista de lo real, la mercancía “fuerza de trabajo” debería asalariarse por igual si producen de manera “libre” más allá de las definiciones sexuales. Pero no es así. La mercancía “fuerza de trabajo mujer” es considerada “inferior” a la mercancía “fuerza de trabajo hombre”, dentro de una sociedad que califica interesadamente a aquella como “débil”, mientras valora como “superior” y “fuerte” al hombre, quien no pasa por períodos menstruales, es “frío” o poco sentimentalista y no posee condiciones fisiológicas para la gestación y parto de sus hijos. En fin, la mercancía fuerza de trabajo es subjetivamente tarifada por la sociedad del capital, según la rentabilidad y acumulación que beneficia al capitalista, a quien no le interesa el individuo ser humano, sino la cosa que el mismo representa dentro de las relaciones de explotación para producir.

Lo cierto es que la cosificadora y alienante forma de mirar a los seres humanos como mercancías, lleva al capitalista a considerar que hay una fuerza de trabajo de primara, que es la del hombre, y una fuerza de trabajo de segunda, que es la de la mujer. En ese contexto, el patriarcado, como planteamiento hegemónico ya vigente en formas de producción feudales (no se sabe de la existencia de una “señora feudal” en cambio sí de un “señor feudal”) se repotencia en el capitalismo y el hombre, la figura masculina, el macho, se reviste de una mayor superioridad que copa el pensamiento humano en todos los ámbitos de la vida y, en lo religioso “Dios crea al hombre” (no a la mujer) mientras que en lo científico hace del “hombre la figura cimera de las especies”.

Por eso es que no conseguimos imaginar –por ejemplo- a una “eminencia médica” que no sea hombre, a un arquitecto que sea mujer o a un piloto de manos delicadas y órganos sexuales femeninos, conduciendo un bombardero. Culturalmente, nuestros cerebros están programados hasta el presente para asumir en masculino a todo plural genérico y no se acepta que si estamos en una concentración de 699 mujeres y un solo hombre, éste último -al referirse al grupo- no pueda ni deba decir “nosotras”, so pena de ser condenado, ridiculizado o calificado de marica.

Sabemos que el feminismo, más que una exaltación caprichosa de la mujer, por las razones que sea, es una militancia en una cosmovisión de clase que lucha por la igualdad real: es decir la igualdad para producir nuestros bienes (según la capacidad de cada quien para hacerlo), así como para distribuirlos y consumirlos (según las necesidades de cada quien). La sociedad capitalista, entre otras formas de escindir a la humanidad y al proletariado, como clase, recurre a esa visión sexista en el que a la mujer se le convierte en objeto de la producción como “mercancía inferior”, doblemente explotada: en la fábrica, en su lugar laboral, pero también en la  casa, en su propio hogar y… en todas las vitrinas de exhibición mercantilista.

La lucha es de clases, para acabar con el capitalismo y destronar al imperialismo como fase superior de estas relaciones de producción en explotación. La lucha no es de mujeres contra hombres ni viceversa. La lucha es la que enfrenta al trabajo con el capital. La lucha es de pobres contra ricos, de proletarios contra burgueses. La lucha es, también, contrahegemónica y hasta vencer al pensamiento burgués… por el que se nos somete sin otra fuerza que la de la mentira.

Ilustración: Xulio Formoso

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