“Desde luego, no tengo la definición definitiva, y mucho menos, pretendo dar con una que me incluya a mi y a mis amigas, dejando fuera a las que no son de mi cuerda (de hecho, más que dar con la definición última de feminismo, algunas procuramos, en todo caso, ir adjetivando con nuestra práctica cómo es el feminismo que defendemos). Por supuesto que toda delimitación supone crear un “exterior constitutivo”, como gustan decir las derridianas1, definir algo es diferenciarlo del resto. Sin una mínima definición de feminismo que excluya aquello que no lo es, tenemos un problema…”
Feminismos, jerarquías y contradicciones.
Teresa Maldonado
Veníamos hablando de la posibilidad de ejercer varios feminismos desde nuestras variadas circunstancias de vida, y que no por ello, esos tantos haceres tienen permiso para deslegitimar e invisibilizarse los unos a los otros. Dijimos también en el reconocimiento de esa posibilidad, que hay “algunas contradicciones performativas” que las mujeres llevamos a cabo en medio de nuestro feministeo, y que nos tumban arrechamente nuestras banderas, lugares comunes, y lugares emancipatorios y liberadores. Pero lo que no hicimos es intentar definir al feminismo.
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El machismo es un sentido común, una estructura de pensamiento que signa lógicas y maneras de hacer. El feminismo, en tanto, no es una respuesta retaliativa sino más bien un movimiento, en efecto, que busca la modificación de esa estructura de pensamiento y la imposición de nuevos lenguajes que apunten a la visibilización de las mujeres y a su protección. La cosa es que se ha instalado en algunos sentidos comunes que el feminismo es la competencia del machismo, una cosa similar a la Guerra de los Sexos.
Sí, el machismo es un constructo cultural arraigado al imaginario colectivo, herramienta poderosísima y antigua. Mariana García-Sojo lo define así: “en el mundo las mujeres vivimos bajo la égida de un sistema doblemente opresor, o digamos, bajo la égida de múltiples opresiones interseccionales y articuladas en torno a dos ejes fundamentales: el Patriarcado y el Capitalismo. Esa opresión supone vidas de mucha violencia en general, la incapacidad de decidir sobre el futuro de nuestros cuerpos, explotación múltiple (mucho más que a nuestros compañeros hombres). Eso es algo de lo que ninguna de nosotras escapamos, ni siquiera en el contexto de procesos contra hegemónicos o que en todo caso contienen una apuesta política revolucionaria como es el caso nuestro en Venezuela; incluso en el marco de este proceso, sufrimos los embates y efectos del Capitalismo patriarcal”.
Nosotras sabemos esto ya, pero sin hacernos la Anita la Huerfanita, tenemos que definir un feminismo, y luego ver cómo carajo lo ejercemos: El feminismo es el intento teórico-pragmático de visibilizar el género femenino frente a las opresiones del machismo, ¿sí? Creo que hasta allí estamos de acuerdo todas.
Entonces, el feminismo es en parte investigación y análisis al mismo tiempo que se ponen en práctica las mismas cotidianidades intrínsecas de cada una, y si bien hay cosas estructurales que son inamovibles (por el momento), las cotidianidades están en eterno movimiento por lo que nosotras estamos en eterno descubrimiento, y en tanto, los decires y los haceres están cambiando constantemente.
Los lenguajes se transforman, porque los códigos cambian y el rechazo a que los lenguajes se modifiquen es la incapacidad misma de la aceptación de la transformación. Si el lenguaje se transforma es porque las cotidianidades se están transformando desde los haceres mismos, desde sus necesidades de movimiento y modificación: “El tema del trabajo, el tema de la política… ¿Esas cosas son naturales, son biológicas? No. Entonces significa que las podemos transformar”, dice Guillermina Soria.
Pareciera que sí pudiese haber un feminismo ortodoxo que ha fijado dictámenes, maneras de hacer y contradicciones profundas en nuestros haceres que de alguna manera no permite que nos repensemos los cambios necesarios por los que pasamos. Occidente nos ha enseñado muy bien a no pensar, a no re-pensar y a convencernos de que nuestras obviedades son las verdades, y de allí, a ser una cuerda de incoherentes.
El problema no es que nos contradigamos, no. El problema es que pretendemos ejercer poder desde la supuesta desventaja y de allí tenemos incoherencias duras que no abren brecha para prácticas liberadoras con saldo orgánico o para un empoderamiento, sino que se refugian y enquistan en lo que nosotras asumimos como la razón pura, nuestra razón pura que niega e invisibiliza todo lo demás.
¿No estamos haciendo lo mismo, o, peor?
1Deconstrucción, teoría del argeliano Jacques Derrida.
Ilustraciones: @saraandreasson