No es mentira que en Venezuela se define el antes y el después de la barbarie o la civilidad. Captarlo no suele tan obvio, debido a la vertiginosa carrera diaria a la que estamos impelidos e impelidas a responder –entre otras cosas-, víctimas de la emboscada urdida desde los centros mundiales de poder (alias imperialismo), decididos justamente a desmembrar la red humanista que tejemos en Venezuela desde que en 1998 asumimos el poder político en aras del bienestar colectivo universal.
Así lo concluimos luego de observar imágenes, escuchar y leer testimonios que lógicamente no pueden generar algo distinto a asombro, terror, indignación, furia y un largo etcétera de ácidos sentimientos. ¿Recuerdan a Juan Cristóbal Romero? A objeto de no interrumpir el texto, dejaré para el último párrafo el recuerdo de tan obscuro personaje.
Como quiera que sea, su alma se alió con sádica saña a las almas de quienes impedían e impidieron -en no pocas ocasiones-, el ingreso de comida y agua a la embajada de nuestro país en Estados Unidos, donde valientemente un puñado de mujeres y hombres (algunos gringos y gringas), defendían resueltamente nuestro gentilicio y también las bases elementales del Derecho Internacional, finalmente pisoteado por el régimen de Donald Trump al ordenar la invasión del local ubicado en Washington.
¿A quién se le ocurre usar la obstrucción de insumos alimenticios, como instrumento de disuasión hacia un adversario? No puede haber otra respuesta: solo a quienes precisan el aniquilamiento –por encima del razonamiento-, del otro para imponer sus tesis y criterios aún a costa de la vida misma.
Es el desprecio hacia la evolución. Es el odio al diálogo. Es algo que va más allá y que nos asimila muy de cerca, pujes, es una advertencia directa de lo que nos espera en caso de que el poder sea asaltado por ese sector. Impedirlo, en consecuencia, es nuestro deber.
Finalmente, no crean que olvidé mi compromiso de decirles quién es Juan Cristóbal Romero.¡Exacto! Es el mismo quien el 12 de abril de 2002 en medio del golpe de Estado lanzó aquel satánico “se van a tener que comer las alfombras”, contra quienes se encontraban en el interior de la embajada (¡vaya! otra embajada) de Cuba en Venezuela.
Como se recordará, fue su sentencia tras estar convencido de que en la sede diplomática antillana permanecían ocultos líderes de la Revolución Bolivariana, como Diosdado Cabello. Y ¡exacto! apeló a la sinceridad que albergan los cerebros de quienes, como él, están decididos a poner en retroceso cualquier manifestación de cordura para dirimir las diferencias. ¿Entienden por qué debemos impedir que retomen el control?
¡Chávez vive…la lucha sigue!