Al día siguiente nunca se podrá constatar la radicalidad de los cambios producidos en una sociedad que deja de producir sus bienes de la manera como lo venía haciendo.
En el capitalismo, producir es la razón para enriquecer a una minoría que es dueña de los medios para hacerlo, en detrimento de una inmensa mayoría que es expoliada sin tener la oportunidad, siquiera, de reconocerse en esos productos que, posiblemente, llegó a confeccionar.
La injusta y clasista manera de producir en capitalismo ha acentuado, 500 años después, las diferencias que hacen más ricos a los pocos ricos y más pobres a los numerosísimos pobres, quienes sólo se entienden mediados por el Derecho y el Estado que reglamenta y justifica las desigualdades, haciendo pasar a todos los individuos como «iguales» entre sí.
El estado del Estado bajo el lo dominio capitalista es de «mediador» entre desiguales irreconciliables. Por ello, imaginar cuál será el estado del Estado al día siguiente de la desaparición del capitalismo, no resulta nada fácil de explicar. Sencillamente porque las transformaciones, los cambios radicalmente profundos, revolucionarios, en una determinada sociedad, nunca se hacen visibles de un día a otro. Por eso se les asume como procesos, lentos y moleculares, en vez de pasos de páginas en el libro de la humanidad.
Más o menos medio milenio de luchas cuantifica el proletariado en su esfuerzo por zafarse del dominio explotador de los burgueses. Revoluciones social y políticamente victoriosas, como la centenaria rusa, nunca lograron alcanzar la radical reforma intelectual y moral que requiere el cambio cultural de erradicar las diferencias de clases al producir, distribuir y consumir sus bienes.
Carlos Marx, también Federico Engels y muchos proletarios, llegaron a contemplar la posibilidad de vivir pensando lo comunal, lo comunista, a partir de una nueva forma de producción en igualdad. De aquel esfuerzo teórico, con plena vigencia hoy, se escribe el famoso Manifiesto del Partido Comunista, que ha servido como guía para la acción de múltiples movimientos revolucionarios en el mundo.
Sin embargo, ninguno de los esfuerzos culturales de cada revolución conocida hasta el presente, ha logrado avanzar por la transición socialista hacia el comunismo. ¿La razón? Entre otras, la de no haber conseguido eliminar al Estado burgués o, al menos, sobreponerle un nuevo Estado que regule o «administre» las diferencias de clases, conduciéndolas hacia su total extinción. Es decir que prevalezca como Estado socialista en su paso hacia el comunismo, como sociedad de las comunas, o de las y los iguales.
Ese complejo paso de construcción histórica es el que lleva al Comandante Hugo Chávez, líder de la Revolución Bolivariana, a imaginar y diseñar, junto al poder popular, la 5ª República como Estado de nuevo tipo, que él mismo descubriría y conceptuaría como Patria socialista.
Génesis de una nueva sociedad con producción no capitalista de sus bienes, el nuevo Estado, de inspiración Bolivariana y Chavista traza su hoja de ruta a partir de una convocatoria al pueblo soberano para que se conformará en Asamblea Nacional Constituyente y consiguiera avanzar hacia un nuevo Estado y, más tarde, así hacia una nueva sociedad.
Ahora, cuando el capitalismo y su fase superior como imperialismo, da definitivos tumbos antes de derrumbarse, la fuerza de principios y lucha que caracterizan a la Revolución Bolivariana y Chavista, se erigen como «amenaza inusual y extraordinaria» a la que ese imperio político y militar yanqui-sionista se empeña en derrotar, arrasando con nuestras riquezas y soberanía.
Por eso, precisamente por eso, la oportunidad de conformar la nueva Asamblea Nacional Constituyente, es la gran ocasión para frenar a la furia imperial, destructiva, terrorista y fascista. Es la oportunidad para la paz, es la oportunidad para profundizar con leyes socialistas, con un Estado de nuevo tipo, el camino hacia la independencia definitiva y la Patria socialista.
Ilustración: Xulio Formoso