“No existe mayor triunfo del machismo
que haber convencido a la mujeres que volviéndose promiscuas
serían libres”
“Tu cuerpo es poesía y yo vengo a rimártela”.
Juana es burde bonita. Tiene las tetas chiquitas pero lindas, no tiene mucho cuerpo pero sendas nalgas, es una chama inteligente y buena vaina. Podría cogerse al carajo que ella quisiera pero anda sola. Es una quedaa, esa chama si es gafa…
Si me pagasen por la cantidad de veces que un tipo me ha dicho “eres hermosa, chamita. ¡Eres tan valiosa!” o “coño, pero es que eres muy talentosa”, líricas por la misma línea, tendría lukas suficientes pa darme el lujo de comprar queso a 9400 el kilo y hasta una tocinetica. Coño, o un yogursito incluso.
Ahora, de pana, ¿Cuál es el patrón de miradas que seguimos? ¿Cuál es el punto de partida, el punto de comparación? La mirada masculina. Y, ¿Cuál es la mirada masculina? La mirada machista, heteronormada, colonizadora, europea, occidental. Pero, ¿Cómo es esa mirada machista? ¿Cómo rige los espacios que transitamos las mujeres?
Partiendo, en primera instancia, de que todos los espacios son espacios masculinos, masculinizantes y masculinizadores, las mujeres trasgredimos esos espacios cuando los transitamos. En ese sentido, nuestros cuerpos están sujetos en todo momento al masculinómetro: desde la mirada sobre nuestros cuerpos hasta los patrones relacionales. Y el masculinómetro lo aplicamos todxs por igual.
Las mujeres somos reflejo de lo que los hombres nos piensan, y en tanto eso existimos. Todas las sensaciones posibles están basadas en y desde la heteronorma, blanca, colonial. De modo que todo lo que somos, sentimos, hacemos va a estar medido por la visión masculina porque ese es el territorio en el que nuestros cuerpos transitan. El amor es el amor masculino, el sexo y las sensaciones son las masculinas, y las acciones, todas, son las masculinas. Esa es la medida de las cosas porque nosotras no tenemos nuestras propias medidas sino que somos constantemente una comparación.
Somos representación, somos imaginario simbólico hecho cuerpo cosificado y utilizable por los hombres. De modo que Juana no es Juana, no: Juana es burde bonita, tiene las tetas chiquitas pero lindas, no tiene mucho cuerpo pero coge rico, es una chama inteligente y buena vaina, nadie entiende por qué está sola. Podría cogerse al carajo que ella quisiera. Es una quedaa.
¿Cuántas veces hemos escuchado a nuestrxs panas decir estas imbecilidades? ¿O a nosotrxs mismxs, incluso? ¿No es así como describimos a la gente? ¿Con medallitas?
Los cánones de belleza (las tetas, el culo, la cara bonita), el amor romántico (un único hombre que nos toca en la vida), el deber moral y biológico (parir hijxs, atender la casa), el tabú sexual (de que no podemos ejercer soberanía sexual sobre nuestros cuerpos), la religiosidad (casarse por amor en nombre de Dios) son algunas de las formas que el patriarcado ha construido para la homegeneización cultural y el control casi total de las mujeres.
Ahora, ¿Soy mujer porque soy mujer o soy mujer porque el hombre que tengo delante me define como mujer? ¿Soy más o menos mujer porque yo me asuma mujer? ¿Soy más o menos femenina porque yo me asuma femenina? ¿Soy más o menos deseo sexual porque yo me asuma deseable o porque quien tengo delante me asume deseable? ¿Dónde están, realmente, los puntos de partida? ¿Dónde está, realmente, la identidad del cuerpo femenino? ¿Qué es lo que queda de nosotras? O, ¿qué es lo que verdaderamente somos?
El machismo está naturalizado como una voluntad que nosotras asumimos y que no podemos cambiar. Porque en definitiva, qué fácil es hacer esa afirmación desde el ser hombre que no se enfrenta y no se enfrentará jamás a luchas de los territorios cuerpos de las mujeres, que en medio de la opresión más cochina, hemos resuelto cómo liberarnos decidiendo qué hacer con nuestros cuerpos.
Entonces, ¿Cómo hacemos? ¿Cómo dirigimos el temita ese de nuestra “libertad”? La marginalización de nuestras libertades, de nuestras acciones en pro de la libertad, es la herramienta más efectiva que el patriarcado ha conseguido para continuar, ensañadamente, oprimiéndonos porque unas mujeres empoderadas, con las tetas afuera, putas o célibes, con 10 hijos o estériles, pero conscientes y arrechas, son peligrosas. Sumamente peligrosas. Vayan, todas, al margen.
El machismo en general critica, enuncia y criminaliza desde un no lugar porque si el machismo estuviese regido por mujeres fuese otro cantar, pero no. Son hombres poniéndonos leyes de hombres sobre nuestros cuerpos de mujeres, y nosotras que crecimos y vivimos en machismo o le hacemos el coro a las prácticas cotidianas que heredamos (como ha ocurrido por años de años, porque de algo ha servido la opresión) o nos caemos a coñazos. Y cuando sucede lo último, pues somos putas o vírgenes o microondas. Continúa la criminalización de las prácticas liberadoras.
Ahora, decidir, conscientemente sobre el cuerpo y sobre el ser: no emparejarse, no parir y vivir sola puede ser algo cercano a la libertad; así como parir y criar sola; así como ponerse una falda al ras del culo y caminar con ella por Capitolio; así como cogerse a toda Caracas y que todo el mundo se entere o no coger por diez años.
Yo misma no puedo decir que he logrado esa libertad, me enfrento arrechamente desde este cuerpo a eso, constantemente. La emancipación está lejos de ser lograda, sigue construyéndose. Pero no puede seguir construyéndose bajo las leyes machas.
Desentrañar, desarmar, no puede nunca ser un ejercicio ni una práctica individual. Las mujeres, por ejemplo, no podemos pretender batallar el machismo desde nuestras individualidades porque cada una de nuestras experiencias se replica en alguna de nosotras a medida que el patriarcado sigue movilizándose, haciéndose vida y veneno, en cada uno de nuestros cuerpos.
Ahora, con los hombres: el hecho de que ellos no sean, ni vayan a ser nunca, mujeres no limita ni cercena la lucha. No repitamos más la mala maña que heredamos. Pero así como nosotras nos emancipamos ellos también deben deconstruirse.