Cuando los trabajadores llegan a fin de mes, cobran por el trabajo realizado un salario previamente estipulado. Para el gobierno y para algunos, casi la mayoría de los dueños de las empresas, ese dinero es un gasto que se puede recortar para aumentar las ganancias. Para el trabajador es la vida de su familia.
En la era del capitalismo el que produce (trabajador) está a un nivel más bajo que él que tiene el capital y, puede comprar la materia prima y las máquinas para la producción. En muchos casos, ni siquiera es dueño de la industria que produce, sino que el poder financiero es el dueño del sistema productivo.
Cuando el dueño de una empresa pone en marcha la producción, cuenta con un capital humano que es el que produce lo que vende y le genera las ganancias. Ese capital humano cobra por su trabajo un salario previamente estipulado. Dentro de ese salario está incluido el derecho a que, cuando el trabajador llegue a cierta edad, pueda dejar de trabajar y vivir de lo que no se le pagaba sino que se guardaba. El problema es que como una parte no se descuenta de lo que cobra el asalariado, mal se lo llama aporte patronal, ese porcentaje que no está incluido en el salario tiene que ser considerado también como parte de lo que el trabajador gana con su trabajo. Lamentablemente para muchos ese porcentaje es un gasto que se puede recortar.
Pero no sólo es el aporte jubilatorio considerado un gasto, sino también el aporte a la obra social que le brinda los (in)servicios de salud y, hasta el mismo salario, menospreciando el trabajo asignándole un valor menor.
En la edad media y en la época revolución industrial, los esclavos trabajaban por nada, los semi esclavos trabajaban por la casa y la comida. No ha cambiado mucho, hoy en día los trabajadores no trabajan por casa y comida en forma directa, sí en forma indirecta. Mientras que para el empresario el salario es un gasto a cambio de un servicio mal prestado, para el trabajador ese poco dinero es la vida de sus hijos, de su familia que lamentablemente tiene que negociar para no terminar sin nada.
Cuando los dueños del capital financiero son los dueños de la vida es que el mundo se transformó en un infierno y, no hace falta preguntar quiénes son los demonios.