«¿Un idiota que ocupa el trono está libre de toda culpa solo por ser idiota?», se cuestiona Tomás, uno de los cuatro personajes de La insoportable levedad del ser, la novela de Milan Kundera que a veces me salvaba del caos del Metro en sus insoportables horas pico, en alusión a la historia del rey mítico griego Edipo.
Planteo entonces: ¿quién es el responsable de la desgracia que vive ahora nuestro país? Los principales acusados dicen que se trata de una guerra perpetrada por diversos sectores; los otros señalados aseguran que es culpa de gobernantes incapaces y corruptos; otros alegan que no tenían conocimiento de lo que sucedía y que, en consecuencia, no esperaban esto. Al final somos los propios venezolanos quienes pagamos todos los platos rotos.
¿De verdad no sabían o simplemente aparentaban no saber lo que estaba sucediendo y lo que probablemente aún está por suceder? Porque, al parecer, ahora resulta más fácil negar todo y no aceptar que también fueron -o son- parte del descarrilamiento de este sistema que comenzó hace muchos años atrás. Para Tomás, según el texto, lo importante no es si las personas sabían o no sabían, sino si el hombre realmente es inocente de los errores cuando no sabe.
Nosotros como ciudadanos ¿podemos creer aún en la buena fe de quienes tuvieron y aún tienen el poder? Creo que ninguno es del todo inocente y ya pesados cuestionamientos se han echado sobre la mesa. Los acusados debían tener conocimiento de los errores en las políticas que se estaban y continúan aplicándose en el país.
Retomando la historia de la mitología griega reflejada en el libro, Edipo asesinó a su padre y contrajo matrimonio y tuvo hijos con su propia madre sin saberlo. Este ejemplo, comparado con la situación venezolana, puede ser banal para algunos, pero parece bastante pertinente.
Edipo no sabía que compartía cama con Yocasta, su propia madre y, luego de saberlo, no dejó de sentirse culpable. La mujer no soportó tal verdad y se suicidó. Él no quiso ver más la luz del día y se perforó los ojos con una espada, luego se fue de la ciudad de Tebas, de donde había recibido el trono de Layo, su padre.
Entonces vemos cómo hay quienes manifiestan una tranquilidad interior porque fue culpa del desconocimiento el hecho de que el país haya perdido muchos -muchísimos- años de progreso, estabilidad en todos los sentidos y cientos de cosas valiosas, como la vida de seres humanos que por razones diversas murieron en medio del difícil camino que transitamos. Esto solo por mencionar algunas cosas.
¿Cómo es que son capaces de seguir mirando todo este panorama? ¿Cómo es que no hacen como Edipo y terminan marchándose? Él no sabía que había asesinado a su padre y menos que tenía sexo con su madre y aún así asumió la responsabilidad de los actos que inconscientemente cometió. Esta comparación sigue luciendo tan banal y tan precisa que vale la pena resaltarla y colocarla como ejemplo.
Quienes nos han hecho todo esto ahora intentan lavarse la cara y mostrarse dispuestos a solucionar todo lo que no pudieron solucionar cuando pudieron, cuando debieron. Ahora sí, ahora sí quieren, ahora sí alardean que les duele este país ultrajado. Por ahí están, para poner dos ejemplos, el constituyentista Jesús Faría hablando abiertamente de la necesidad de la liberación del control de cambio; el expresidente de Petróleos de Venezuela, Rafael Ramírez; y también la fiscal destituida del Ministerio Público, Luisa Ortega Díaz, sacando a la luz -quién sabe si será todo cierto- denuncias por corrupción y señalando desde el exilio a varios del Gobierno nacional, ¿por qué no lo hicieron antes?
Los que aún están, ¿saben o no saben? ¿Están realmente conscientes de todos los venezolanos que están cayendo? ¿Saldrán más adelante a negar que sabían, a alegar inocencia o tendrán el valor de asumir la gallardía de aquella historia mítica? Mientras tanto, ¿qué hacemos nosotros? ¿Seguimos esperando? ¿Y qué hacemos mientras? ¿Nos quedaremos callados o los obligaremos a que se marchen y vivan como mendigos, así como vivió Edipo luego de haberse ido de Tebas?