Por: Iván Padilla Bravo
Una parte importante de nuestra población se especializa en criticar. Lo hace contra todo y en todas partes. Especialmente durante un período coyunturalmente crítico, en los que los salarios no parecen alcanzar para nada, la comida escasea, las colas para conseguir unos pocos insumos son cada vez más largas y frustrantes y, para remate, la delincuencia aumenta y, por consecuencia la inseguridad, el oficio de criticarlo todo se convierte en una masiva especialización.
Se averigua poco, no se investiga, no se hurga en las causas, no se miran los orígenes, no se llega a la raíz y, por tanto, no se puede partir de ella. No se sabe del génesis de clase en un fenómeno social y económico que nos afecta a todos. No hay crítica sino que se critica. De manera banal, adocenada, tautológica, inconsistente, desclasada.
Las y los criticones, generalmente, son repetidores de matrices que han sido impuestas desde el sector dominante de la sociedad. Quienes son dueños de los medios de producción y, por tanto, tienen la potestad de decir qué, cuándo, cómo, dónde y por qué se produce y para qué, cuentan también con un poderío adicional, compuesto adicionalmente por otros medios, esta vez los de comunicación.
Es tan inmenso el poderío de ese enemigo que ha estado dominando a la humanidad por unos 500 años consecutivos, que, a su alrededor y en medio de sus perversidades, convencen a sus sojuzgados, oprimidos, explotados, alienados de que todo cuanto ocurre es “normal” e inmodificable. Convencen que se debe celebrar “estar vivos” y agradecer a los explotadores que decidan todo por quienes hemos sido convertido en cosas, en acríticas mercancías.
Hace falta detenerse por un momento y revisar -revisarnos- si no es que en aparente ejercicio de la crítica lo que estamos haciendo es criticar un conjunto de apariencias que, finalmente inducen a dejar todo como está, desde hace unos cinco siglos.
De la crítica, como método para el abordaje de lo real, se han ocupado filósofos idealistas y materialistas. Quizás el más importante e impactante sea Carlos Marx, quien lo hace desde la perspectiva de clase del proletariado y la visión de totalidad a la que obliga lo concreto como “síntesis de múltiples determinaciones”.
Muchos más lo han hecho después de él, e incluso llegó a crearse -en 1923- la famosa Escuela de Frankfurt que, con pensamiento marxista ocupó a filósofos como Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Maruse, Frieddrich Pollock y Erich Fromm, entre otros, de revisar temas fundamentales como la desnaturalización de clase del proletariado debido a su absorción por el pensamiento burgués.
Hoy, movimientos mundiales como la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, conformada por el estímulo político de dos líderes revolucionarios de gran envergadura e impacto en la actualidad, como los comandantes Fidel Castro y Hugo Chávez, asumen la crítica al capital, a su razón de dominio, al neoliberalismo y al imperialismo en su mimetismo de acumulación financiero actual e incluso crean un premio (“Libertador Simón Bolívar al Pensamiento Crítico”) para reconocer y galardonar a investigadores, filósofos y ensayistas que desarrollen teorías y hayan publicado en (o traducido a) lenguas de origen castellano.
Lo cierto es que cada vez se hace más necesario dejar de criticar, moldeados por los intereses y hegemonía de la ideología del capital, para abrirse paso hacia la crítica como método para abordar la raíz de lo real y desde allí transformar la sociedad que aún padecemos. Tenemos el método, la herramienta fundamental nos la ofreció, hace unos 200 años, Carlos Marx. El desafío está en dejar la criticadera y convertirnos en críticos.
Ilustración: Xulio Formoso