Como en la ranchera de “Jalisco no te rajes”. En la plaza Garibaldi, de Ciudad de México el canto simultáneo de, al menos diez grupos de mariachis, confunde pero no aturde. Quien desea escuchar a los de una región específica del inmenso país, se acerca y lo hace sin ser interrumpido por los restantes.
En México, desde 1910, la revolución canta a voces e interpretaciones diversas pese al intento por silenciar o aplastar a sus intérpretes que, por más de un siglo, intentan expresarse en un solo concierto de liberación, campesina y proletaria, frente al yugo imperial.
Sólo las revoluciones que son consecuentes con sus raíces y motivaciones de clase, nunca mueren y, más temprano que tarde, se hacen victoriosas. Creo que es el caso de este hermano pueblo en resistencia.
Desde la pasada semana, que dio inicio al nuevo año, el pueblo mexicano llano, de base y sin falsos liderazgos, se ha lanzado a las calles para enfrentar el paquete de medidas neoliberales que, entre otras, contempla el alza de la nafta (como se nombra allí a la gasolina) y que la mediática local e internacional ha bautizado como el «gasolinazo» de Enrique Peña Nieto, tristemente célebre mandatario de ese país, hasta la fecha.
El impacto de la rebelión popular que ha tenido algunas expresiones violentas pero que, en su gran mayoría han sido pacíficas, ha intentado ser contenido por las fuerzas represivas que comanda Peña Nieto, dejando un considerable número de muertos y heridos del pueblo.
Avanzando, como en Paris de 1871 y su rebelión de la Comuna, y como en Caracas de 1989 y su rebelión anticapitalista que enfrentó al paquete neoliberal impuesto por el gobierno de Carlos Andrés Pérez, la clase trabajadora y campesina de México avanza convencida de que la única solución ante esta coyuntura, es estructural. Es decir que hace falta que el proletariado organizado asuma el poder y controle incluso a las fuerzas militares para avanzar hacia la libertad e independencia definitivas.
La lucha, en esencia, es de clase. En Francia, en Venezuela, en México y en el mundo entero, el enemigo común es el capitalismo y, en el presente, sus expresiones neoliberales. Quizá por eso es importante aprender a diferenciar entre protestas, diversas (y) e, a veces, inducidas o planificadas desde laboratorios -como lo intenta el imperialismo yanqui desde el Pentágono- y LA protesta, ésta que tiene un caldo en ebullición que nace desde los adentros clasistas más profundos.
Por eso, la historia, que no se repite ni es cíclica, pero que expresa similitudes producto de tener una misma raíz conductora, basada en la lucha entre clases de proletarios y burgueses, por alcanzar los primeros la liberación definitiva de sus cadenas, nos invita a revisar hechos históricos, aparentemente distantes e inconexos. Es aquí donde el nombre de Ezequiel Zamora, el venezolano General de Tierra y Hombre Libre, resalta, a 200 años de su nacimiento, para conjugarse en objetivos con el campesinado mexicano, de Emiliano Zapata y Pancho Villa, insurgente que hoy renace en acciones antiimperialistas, anticapitalistas y antineoliberales, con los claros objetivos sumarse a toda la Patria grande que le habla al mundo de independencia, pensamiento múltiple y libertad, en la construcción colectiva de la sociedad de las y los iguales, del mundo nuevo posible, del socialismo.
Ilustración: Xulio Formoso