Estoy convencido de que no es suficiente denunciar las mentiras que difunden las transnacionales de la información. No basta con decir que inventan noticias y las convierten en “verdades” que el mundo así las digiere. Es muy limitado pegar gritos ahogados alertando sobre la guerra mediática. Hace falta asumir la radicalidad necesaria en la lucha contrahegemónica y, para ello, es imprescindible un talento de nuevo tipo, proletario y popular, un talento a lo Chávez, constante y cuya luz, no se oculte debajo de una mesa.
No hay fórmulas, pero sí hay una trayectoria de torpezas y fracasos con muy poca o ninguna incidencia en los fines que el pueblo revolucionario quisiera poder alcanzar con el uso de “estrategias” comunicacionales, del manejo del periodismo, del entretenimiento y de la educación, así como de las nuevas tecnologías donde ésta se soporta, incluyendo los formatos agrupados en la categoría 2.0.
Hay algo de lo que es importante partir. Los medios que están atravesados en el medio, ocupan ese estorbante lugar, porque históricamente está justificado por la sociedad dividida en clases en donde los dominadores, los dueños del capital y administradores de las relaciones entre individuos que producen sus bienes materiales y también espirituales. La comunicación acompaña a la humanidad en toda su historia. Es decir, en estricto sentido, la comunicación es comunicación de la lucha de clases. Los seres humanos se comunican para decir lo que producen, cómo lo producen, cómo lo distribuyen y cómo lo consumen.
Es decir, no hay, o no existe, una comunicación suprahistórica. De allí que toda comunicación real esté mediada por la cosmovisión de cada sociedad real, de cada sistema o modo de producción correspondiente a cada período que caracteriza su generación y consumo de bienes.
No es lo mismo comunicación y periodismo. Este último es, en todo caso, una forma de comunicación de la información bajo parámetros sistematizados para “profesionalizar” una tendencia innata históricamente a la humanidad. El periodismo es hijo del capitalismo y el enclaustramiento del mismo en academias o recintos universitarios, una opción para decir, de manera “neutral”, oportuna y veraz, lo que ocurre en una determinada coyuntura. No hay escuelas socialistas o proletarias de periodismo. Todas las universidades del mundo, hasta la actualidad, forman periodistas para justificar las relaciones capitalistas de explotación, para ser “correas de transmisión” que ayuden a los explotados a sentirse felices con su condición de tales, contentos con su explotación.
Lo que sí es cierto –y creo importante insistir en ello- es que todo el periodismo, hasta el presente, como complejo sistema regido por creencias y valores propios a la forma de producir los bienes bajo el dominio del capital, es un periodismo capitalista. Dicho de otro modo, un periodismo de y para el capitalismo, que justifica y reproduce las relaciones de explotación inherentes al capital y a su hegemonía.
Por eso, cuando desde el campo de la pugna contra los burgueses, dueños de los medios de producción o explotadores, el proletariado, organizado como vanguardia revolucionaria, recurre al periodismo, intenta hacerlo de una manera autónoma, independiente, que exprese la cosmovisión del futuro, del postcapitalismo, del proletariado, de la clase social históricamente “presdestinada” a construir la sociedad de las y los iguales, el socialismo, la sociedad de los comunes o el comunismo.
Lo que ocurre es que, cuando esa tarea se emprende, las y los proponentes del nuevo periodismo, del periodismo de los vencedores, de los revolucionarios o socialistas, están todavía entrampados en las ideas dominantes de a quienes enfrentan.
Víctimas de las mismas relaciones que les alienan en la producción, estos proletarios, acuden también alienados a librar batallas en el campo de lo simbólico y comunicacional. Y es por esto por lo que para librar la, hoy denominada, “guerra mediática” la revolución todavía sigue a la zaga y con siglos de ventaja por parte del enemigo.
Claro, esto no lo afrontamos con pesimismo y mucho menos sin alternativa. Lo que sí creemos muy necesario a tener en cuenta, es que esta guerra, muy sumida en el campo de lo simbólico, es la misma guerra, la misma lucha de clases que terminará por definir a favor del proletariado, el destino de la humanidad. Por ello, cuando estemos empuñando “las melladas armas del capitalismo” en esta dura batalla, lo más importante es saber hacer lo que siempre indicó el cantor venezolano Alí Primera al referirse a nuestros soldados, “volcar el fusil contra el oligarca” dejar de disparar contra el pueblo. Esa es la única forma que tenemos en el presente para apartar esos medios que están atravesados en el medio.
Ilustración: Xulio Formoso