Estoy convencido de que el dominio total de la humanidad se alcanzará cuando se dominen las emociones de los individuos y también sus expresiones colectivas o sociales. Ya se lo propuso, en un momento, el nazi fascismo europeo de mediados del siglo pasado.
Todas las sociedades divididas en clases –y al capitalismo lo padecemos así desde hace unos 500 años- dominan, sojuzgan, someten a los individuos en el ámbito de la producción de sus bienes materiales. Algunas sociedades precapitalistas han necesitado recurrir, además, a “látigos” y “cadenas” ideológicas para alcanzar ese dominio, pero la cosificación y mercantilización capitalista ha podido prescindir de ellas porque la producción “libre” y en “igualdad” hace mercancía hasta a la fuerza de trabajo del proletario y todo dominio se concentra entonces en la llamada “explotación del hombre por el hombre”.
Pese a esa victoria, el imperio del capital, que se impone sobre la humanidad en el acto de producir, al presente ha avanzado en la dominación por el capital financiero y su expresión política neoliberal. No obstante y pese a múltiples intentos, al capitalismo, en su aspiración por perpetuarse en el dominio, aspira lograr también el control del pensamiento, pero sobre todo el de las emociones.
Robar el pensamiento de la humanidad o, al menos, depauperarlo, es el gran logro hegemónico de las clases dominantes. Ya había dicho claramente Carlos Marx que “las ideas dominantes en toda sociedad son las ideas de la clase dominante”. Quizás faltaría por extender la conclusión al campo de las emociones, ese espacio de las sensaciones y sentimientos más profundos, no siempre codificables, como quizás si se alcanza en el caso del pensamiento. Llorar, reír, suspirar, enamorarse, entristecerse, alegrarse, ser feliz o infeliz, sin otra mediación que la de los adentros, son emociones.
El contexto de esta reflexión viene al caso porque en los días previos al final del año 2016 estuve observando con detenimiento como mis amigas y amigos, mis familiares y –sin excepción- mis camaradas, expresan sus “emociones” en las comunicaciones electrónicas, redes sociales y grupos de guasap (originalmente en inglés como whatsapp) o feisbug (Facebook lo escriben en inglés) a través de una serie de muñequitos morisqueteros y reductores de los sentires.
Aquí hay un tema sobre el cual es muy necesario reflexionar. Mi amigo y colega Earle Herrera lo abordó con mucha mayor propiedad y específica alusión respecto a la sonrisa en los emoticones. Yo me propongo lanzarlo como un alerta asociado con el terror que me despierta imaginar que una revolución, a la que se le aplanan las emociones en su desarrollo, difícilmente pueda avanzar a la consecución de sus fines.
El poeta, escritor y actual ministro de la Cultura en Cuba, Abel Prieto, me dejó absolutamente impactado cuando descubrió (al comienzo de los años 80) que la Revolución Rusa y su expresión en la Unión Soviética (URSS) se venía abajo con los ojos del emblema de las olimpíadas rusas en 1980. Eran los ojos dibujados por la empresa imperial Disney y no los correspondientes a la identidad cultural, artística, plástica, del diseño que había construido la Rusia revolucionaria (y no me refiero a las posteriores deformaciones “stalinistas” del llamado “realismo socialista”).
Si nuestra Revolución Bolivariana y Chavista no es capaz de doblegar a la dominación gráfica y de los emoticones en nuestros mensajes, será imposible avanzar en la construcción de la Patria socialista. ¿Nos revisamos críticamente?
Ilustración: Xulio Formoso