Para las revolucionarias y revolucionarios que pensamos y construimos socialismo, la democracia nada tiene que ver con la morisqueta que por el mundo dibuja la burguesía mostrando como patrón a emular, el del país más antidemocrático que pueda existir sobre el planeta: los Estados Unidos, ubicados en un sector de Norteamérica y que se fue convirtiendo en el asiento geográfico de lo que se conoce como el imperio yanqui.
EEUU llama dictatoriales a todos los regímenes del mundo que expresan su soberanía, que marcan independencia de criterios frente al hegemónico pensamiento único, que resisten o luchan con dignidad por su libertad. Bajo esa calificación tienden un discurso global y globalizado que descalifica a los pueblos irreverentes, rebeldes, que resisten y construyen pensamiento crítico como alternativa para el beneficio auténtico de la humanidad. Si les resulta difícil o imposible convencerlos entonces, seguramente que en muy poco tiempo harán hasta lo imposible por vencerlos. Es cuando la “persuasión” se impone por el camino bélico y los países aliados al imperio o sumisos al mismo, alzan sus democráticas manos para condenar a determinados gobiernos, a los que se proponen execrar, estigmatizar, vencer y deponer por “dictatoriales”.
EEUU no sólo llama y obliga a sus súbditos o acríticos gobernantes de ciertos países “aliados” o “amigos”, para que califiquen, cerquen, acosen y hasta bloqueen a países con regímenes valientes y revolucionarios como el del pueblo de Cuba, al que siguen considerando “dictatorial” pese a los acomodaticios “acercamientos” a los que han jugado en estos “nuevos” viejos tiempos, sino que fiel y perseverantemente siguen apostando a doblegarlos, a reducirlos a “democratizarlos”.
A Venezuela, el presidente de EEUU, Barack Obama, se le ocurrió llamarla “peligro” para la seguridad imperial y lanzó un decreto condicionador y amenazante, para conseguir aceptación y apoyo de organismos como la tristemente célebre Organización de Estados Americanos (OEA) y la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), por nombrar tan sólo a dos de sus brazos ideológicos y hegemónicos, articulados con el poder militar imperial, desde el Departamento de Estado, la CIA y el Pentágono.
Hoy, con furibunda insistencia han “posicionado” (como dicen en horroroso leguaje, los publicistas) que Venezuela vive una dictadura militar, que nuestro camarada Nicolás Maduro es un “dictador” y que aquí se viola la Constitución (nuestra Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (a la que nunca han reconocido y por la que no se sienten, legal ni reverencialmente representados, pero ahora la invocan con grosero oportunismo). Quieren invocar a poderes imperiales y colonizadores para que actúen en contra de Venezuela. Se inventan noticias, se agudizan angustias, se magnifica la crisis económica y la inducida inflación. Se crean escenarios para el caos y se quiere arrastrar adeptos, mundiales y locales, para que la Revolución Bolivariana y Chavista se venga abajo, desista en sus búsquedas, abandone las misiones, se declare culpable y equivocada y, finalmente, sea derrotada.
La triste democracia de las manos alzadas se ha propuesto vencer. Quiere avalar sus mecanicismos y prácticas inerciales e impedir que la democracia, participativa y protagónica, avance como espacio de liberación para la humanidad. Ahora quieren empalmar argumentos y darles una coherencia gráfica y mediática que disuada y diluya la conciencia, ideologizándola, conduciendo a nuestro pueblo –como zombies- a que desistan de hacer posible la patria nueva y socialista.
La triste democracia de las manos alzadas quiere destruir nuestra memoria y adocenarnos para que volvamos a ser el patio trasero del imperio.
Ilustración: Xulio Formoso