El secuestro de las unidades del transporte público, siempre fue y ha sido una práctica común en las revueltas estudiantiles cómo una forma de presión y de movilización para la acción directa.
Aquella mañana con el bulto en la espalda y una chuspa terciada donde se guardaba el periodiquito estudiantil que tanto esfuerzo costaba reproducir, Andrés se montó en la buseta que cubría la ruta de la parte alta de la ciudad, conocida como la circunvalación con 5 compañeros más. El objetivo era llegar hasta la plaza Bolívar cómo lo habían planeado en la última reunión.
Entonces, exhortaron a los pasajeros a bajarse de la unidad después de explicarles las razones de la protesta. Lo que nadie se esperaba es que el Chofer y dos de los que iban allí sentados, decidieron desviarse de sus destinos inmediatos para solidarizarse y acompañar la manifestación.
Colmada por la muchachada vestida de camisas beige y azul, a la caravana de la alegría irreverente se le fueron sumando los liceos convocados.
Al llegar al viaducto apareció el primer piquete policial, el chofer se detuvo y Andrés y otros compañeros se bajaron para intentar conversar y negociar el paso. Al acercarnos, empezó la lluvia de gases para dispersar la marcha.
Era la época donde secuestrar una camionetica o buseta del transporte público (como se le llama en San Cristóbal) tendría más coherencia que quemar unos Chaguáramos, tumbar los arboles en la vía pública, intentar quemar alguna guardería o embestir con ella el cordón policial.
La lucha por el pasaje estudiantil, que la prensa, el gobierno y el gremio del transporte llamaron pasaje preferencial a principios de los 90, no vino de una iniciativa privada pero mucho menos de una política implementada por los gobiernos de turno del puntofijismo.
Luego de quedar desmembrado el movimiento popular, replegado hacia las fosas comunes del Caracazo, cuya cifra exactas de muertes desconocemos, los estudiantes, pero sobre todo los estudiantes de educación media, asumíamos en todo el país el liderazgo en la calle por el derecho a la educación pública y gratuita.
Aunque aquellos hechos sucedieron en San Cristóbal hace casi más de dos décadas y Andrés para este relato haya sido el nombre que escogí para llamar a un compañero de aquellas luchas, para nosotros nada estaba por encima del derecho a la vida, ni siquiera el severo trauma generacional que causó la brutal represión policial de aquel entonces.
Hoy la sociedad ha quedado impactada por lo que sucedió en las calles de San Cristóbal recientemente, cuando una unidad del transporte público secuestrada por un grupo de estudiantes opositores arrolló intencionalmente a dos policías causándole la muerte.
No cabe la menor duda que quien iba detrás de ese volante deberá ser sentenciado con todo el peso de la ley después que se investigue lo sucedido.
No es de extrañar que el actual movimiento estudiantil que se opone al gobierno de Nicolás Maduro y se opuso al Gobierno de Hugo Chávez, fuera de todo sentido común ha llegado permanentemente a tocar los periplos de la irracionalidad, la estupidez y fascismo, con una dirigencia irresponsable que seguramente buscará culpables una vez más fueras de sus filas, tratará de olvidar lo sucedido o muy probablemente se lavará las manos, “fingiendo demencia” como ya es costumbre.
A esta hora algunos medios tratan de fijar la atención responsabilizando a un supuesto chofer perturbado por la presión del secuestro y hasta se ha dicho que eran algunos patriotas cooperantes infiltrados en la manifestación.
No podemos naturalizar la inercia del olvido y mucho menos desconocer la Ley de Amnistía que promueve la actual Asamblea Nacional, llamada más claramente Ley Amnesia, donde cualquier crimen como este quedaría amparado o absuelto de culpa, hipotecando el futuro de esta nación por el desmadre de quienes han querido retomar el poder a toda costa y por encima de la propia vida.