Según el diccionario la definición del miedo reza así: Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. En este mundo de tantas incertidumbres, alguno de nosotros los mortales, más de una vez nos hemos visto en la necesidad de decir: tengo miedito.
Siempre he tenido un temor irracional, mejor conocido como «fobia» a los truenos, si al sonido. No a la lluvia, no a los relámpagos, ni a los rayos, sólo a los truenos. Me siento abrumada por el estruendo y me pongo tensa y literalmente quiero ir a esconderme bajo de mi cama con un par de almohadas en las orejas para no escucharlos. Me puse a investigar y resulta que se llama brontofobia (suena a las costillas de brontosaurio que comía Pedro Picapiedra) y no soy la única que sale corriendo con la mandíbula prensada cuando hay tormentas. Muchos se burlan de mi por este miedo, pero yo no juzgo a nadie por las cosas que les generan angustia.
Tuve un novio al que las alturas le generaban un estrés terrible y pensando en que a los miedos hay que enfrentarlos, lo puse a prueba cuando subimos a la maravillosa torre Eiffel en París y yo iba asomándome por el borde viendo a la ciudad de la luz a casi 300 metros y él iba pegado de las paredes gritándome que si estaba loca. Después lo torturé de nuevo en ese mismo viaje cuando nos montamos en la gran rueda de la concorde jijiji. Debo reconocer que cuando me toca subirme a esos ascensores que son de vidrio me pongo nerviosa, además de que siempre pienso que hay algunas personas que se ponen a ver por debajo de las faldas.
Ahora hay una nueva movida extrema y por demás farandulera, de andar haciendo videos, fotos y hasta piruetas en las alturas, lo resultados no son muy favorables que digamos. ¡Dejen la inventadera por Dios!
Mi padrino, un hombre mayor, muy respetable, con un bigote canoso y todo, le tiene pánico a las cucarachas y cuando se iban de gira con la agrupación musical a la que pertenecen, más de una vez tuvo que ir mi papá a matar a la intrépida que se le ocurriera presentarse en la habitación. Yo no les tengo miedo como tal, es más bien asco, repulsión, grima. Una vez me tocó encerrarme en mi cuarto porque llegó una voladora de esas a la sala de mi casa y salí corriendo a llamar a mi familia para que, cuando llegaran, acabaran con ella. La pobre murió aplastada por la chancleta de mi mamá justo frente a la puerta de mi habitación (estoy convencida de que esas bichas huelen el miedo y se te acercan por esa razón, las muy desgraciadas).
También recuerdo a «Conchita», una cucaracha conchúa que me acompañó toda una noche, escondida dulcemente en la capucha de un suéter que llevaba puesto y que cuando guindé en el perchero, salió a pasear por mi cuarto (dormí en el sofá de la sala como por 3 días, hasta que acepté que podía compartir mi desorden con este insecto en particular). Creo que debería comenzar a cobrarle alquiler, porque seguramente aún anda por allí, perdida entre tanto perolero que tengo.
Una vez en un viaje a Mérida con unas amigas nos tocó dormir en el cuarto de los peroles en una litera, de noche me paré a hacer pipí y fui descalza. A la mañana siguiente, vi el cadáver de uno de estos insectos el cual había aplastado yo misma sin saberlo a los pies de mi cama (menos mal que andaba en medias, por que sino, juro que me hubiese cortado el pie). Le tengo mucho respeto a los valientes que no le temen a pisarlas, a pesar de que el sonido es desagradable y las tripas les salen como una «cremita». Y sí, es verídico el dicho que dice: «todo el mundo es valiente, hasta que la cucaracha vuela».
El miedo a la soledad es uno de los más comunes, pero nadie sabe a ciencia cierta a qué se debe esto, caminar por el pasillo central de la UCV o por los andenes de una estación del Metro de Caracas a las 10 de la noche, son los escenarios más desiertos que me ha tocado transitar y créanme que el guáramo se reducía mientras andaba por esos lares.
Estar solo (sin pareja sentimental) también puede ser lo más aterrador que existe, hay personas que prefieren una vida marital enferma, situaciones extremas que involucran hasta la violencia, a quedarse «como la una». La sociedad y sus presiones absurdas, hacen que muchos le teman a vivir y disfrutar a plenitud de la soltería. Debemos aprender a disfrutar los momentos con nosotros mismos y dejar de depender de otro para ser felices. A veces, estar solo, es justo y necesario.
No me gustan las películas de susto, me afectan mucho y paso días pensando en el tema, no concilio el sueño y prefiero evitarlas. El tema de los fantasmas, espíritus y entidades del más allá han sido el insumo fundamental de la industria cinematográfica por años, miles de guiones basados en el miedo han hecho millonarios a actores y directores, me gustaría saber si son tan guapos cuando algún evento sobrenatural se les presentara una noche de estas. Se ha creado una cultura por el terror que raya en lo sádico y morboso, el suspenso mantiene a la audiencia en vilo y hay quienes les encanta que se le paren los pelos y se les acelere el corazón mientras comen cotufas.
Fenómenos paranormales y demás historias de espantos y aparecidos han sido contadas por generaciones, La Sayona, El Coco, El Duende, El viejo del saco, El Ropavejero y La Llorona son algunos de los culpables de pesadillas de este lado del charco. Reconozco que aprieto levemente las nalgas si escucho, a lo lejos, la melodía de El Silbón.
Lo que para algunos representa diversión, alegría, felicidad y buen humor, para otros es una tragedia griega. Los payasos, esos de cara blanca, sonrisa y nariz roja, con peluca colorida pueden ser lo más aterrador para algunos niños (y adultos). En las fiestas, la mamá no puede comprender por qué su hijo llora y tiembla cuando prácticamente lo obligan a que le de un besito a semejante personaje, que te mira fijamente y te hace señas con su guante blanco para que vayas a jugar con él. Para más ñapa, los desgraciados de jóligüd hicieron la adaptación del libro de Stephen King donde un payaso se escondía en las alcantarillas y secuestraba a los niños para matarlos o algo así, la verdad no pude seguir viendo la condenada película y jamás me leí esa vaina porque estuve soñando con el puto payaso ese y sus dientes afilados ¡como por un mes!, de hecho me costó una y parte de la otra (que no tengo), poner en el buscador su nombre para agregar la imagen.
Mi mamá siempre me ha dicho que el miedo paraliza, no te deja pensar y mucho menos actuar, pero cada vez que uno salía de noche ella no se dormía hasta que no volvía. Hay quienes se la pasan pensando en que formarán parte de las estadísticas y serán víctimas de la inseguridad, por solo salir de casa. Por mi parte me niego a vivir en paranoia, no salgo a la calle pensando que me pueden robar, matar o cualquier otra desgracia, eso no es sano. No se trata de creerse invencible o inmortal, ni mucho menos de negar una situación que se repite en muchas ciudades, se trata de tomar previsiones, no exponerse y ser precavido, aunque lamentablemente no exista ninguna certeza de que estarás totalmente libre de cualquier desgracia. La cosa es restarle poder a eso, para no atraer malas vibras, nos toca pensar en positivo y confiar en que regresarás sano y salvo al hogar.
Son interminables las cosas a las que se le puede tener miedito, algunas nos parecen ridículas y absurdas, pero cada quien a lo suyo, lo cierto es que importa mucho más la forma en la que nos enfrentamos a estas situaciones que nos generan angustia o estrés, tratar de superarlos y buscar canalizar los nervios, para no tener que chocar porque se metió una cucaracha dentro del carro mientras ibas rodando.