Temporada alta (I)

Por: Victoria Torres Brito

En época de vacaciones, días feriados, puentes y hasta los lunes bancarios, se desatan las pasiones para ir a visitar los diversos destinos turísticos que, para el dolor de nuestros bolsillos, aumentan sin medida con la excusa de que estamos en temporada alta.

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Arenita playita

Si vas a tierras calientes debes tomar en cuenta muchos detalles en cuanto al presupuesto, ya que desde el pasaje, el alquiler del toldo, las pulseritas y zarcillos de concha de guacuco, el masaje para relajarse, pasando por los tostones con quesos y hasta el “rompe colchón” pero la cosa no se queda allí, al parecer los trabajadores de los paradores turísticos quieren exprimirte hasta el último bolívar que tengas y te cobran hasta 200 bolos por hacer pipí en el baño. Llegan a vaciarte las alcancías y lo poco que queda en las cuentas bancarias de cualquier mortal.

Una vez fui testigo de una estafa fríamente calculada y programada que un par de orientales le hicieron a un pobre incauto, que creyó que por el hecho de que lo llamaran «primo», lo tratarían como familia. Llegaron saludando como si nos conociéramos de toda la vida, se instalaron bajo el toldo y no pararon de hablar rapidísimo a dos mil por hora y hacer chistes para crear un vínculo simpático con ellos, echaron mil cuentos para distraer la intención principal: sacarle plata al más pendejo, que ese día, quiso ir a la playa y comerse unas ostras. Mientras uno iba y venía de la orilla, mojando los tobos donde cargaban las ostras, el otro te iba abriendo ostras y más ostras, entretanto el incauto comía y comía, se reía de los chistes y le echaba limón. “Primo, mira esta que te salió morocha” ¡Morocha un carajo! El tipo abría dos y las ponía en una misma concha para que pensaras que eras un suertudo afortunado, comiéndote unos mariscos gemelos.

Mientras yo me leía un libro, iba escuchando y viendo a ratos la escena, en lo que me percaté de la trampa, le advertí al incauto al oído: “cuenta cuántas llevas, no te vayan a joder”. Haciendo caso omiso de mi sugerencia (y al final sentencia) siguió comiendo hasta que se asustó por la cantidad de montoncitos de conchas en sus pies y decidió parar, cada montón representaba una docena de ostras y tenía más de 30 montañitas. El monto a pagar, el dolor de barriga, el chalequeo de su papá que es de oriente, la vergüenza por haber sido engañado y el “te lo dije” de la cuaima, lo hicieron arrepentirse después de su hazaña.

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Lo barato sale caro

Cuando consigues un paquete barato por pasar un fin de semana en una isla espectacular como La Tortuga, en algún momento saldrá caro. Así fue que me embarqué con 3 amigas a conocer este hermoso paraíso (que queda a 3 horas en lancha saliendo de Higuerote) con un morral envuelto en una bolsa de plástico, una cava llena de bebidas y unas fruticas para merendar. El teléfono celular metido en una bolsita de cierre hermético, para ver si podía documentar el trayecto, que se nos había pintado como un viaje tranquilo pero que resultó ser la travesía más inaguantable para esta servidora.

El oleaje estaba tranquilo, pero el lanchero era un carajito con complejo de Schumacher y nos llevó a una velocidad no recomendada. Rebotábamos en los asientos con mucha fuerza, por más que nos aferrábamos al borde de la lancha, una chama cayó dentro de la embarcación y se golpeó, todo esto ocurría mientras nos empapábamos con cada chapuzón que se metía contra el agua. Hubo un momento en el que dije “aquí fue” porque, de un salto alto que pegó la lancha, quedó suspendida en el aire y el golpe al caer fue tal, que el motor se apagó. Por más que pedíamos que redujera la velocidad, más rápido le daba el hijoerdiablo ese. Luego de 3 horas y media de agonía, cuando al fin llegamos al destino, sin fuerzas en los brazos y luego de haber rezado todos los Ave María y Padre Nuestro que caben en la lanchita, el paisaje fue tan mágico que hizo desaparecer cualquier estrés ocasionado por la imprudencia. También se convirtió en perder mi virginidad durmiendo en carpa, nunca antes lo había hecho y de verdad que es una experiencia para guerreros. El cielo limpio y estrellado de esa noche en la playa, valió todas las penas.

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Vuerve a la vida

Viajar en Semana Santa para la Isla de Margarita es todo un proceso. Debes adquirir los boletos con muchísimo tiempo de antelación y hacer las reservaciones necesarias para no quedar como la guayabera. Una vez decidimos ir “pa’ láisla” en esta temporada tan demandada. Íbamos en 2 carros, 6 personas, jueves santo, 10 de la mañana, el ferry zarpaba a la 1pm, veníamos felices como lombrices, cantando y riendo cuando comencé a escuchar un sonido bastante extraño, pero para cuando pedí que bajaran el volumen de la música y descifrar el ruido, ya era demasiado tarde. Una explosión, gritos, el carro se detuvo, sin heridos. En la carretera a la altura de Cúpira sin un alma a quién pedirle ayuda, a contra reloj porque nos dejaría el barco, asustados, sin conocimientos básicos de mecánica como para colaborar, nada. Esto no iba a impedir que disfrutáramos de nuestras merecidas vacaciones. Conseguimos una grúa, mandamos el vehículo con unos amigos a que lo repararan, atapuzamos las maletas en el otro carro, nos montamos todos amuñuñaos y rogando que no nos parara la guardia, llegamos a tiempo para embarcarnos. Un viaje para recordar desde el inicio.

Ya sea para ir a preparar un sancochito a la orilla del mar, cuidar que no se ahogue el que se rascó, usar bloqueador para no tener una insolación de las buenas y te toque llegar echándote crema fría de nevera o cristales de sábila, recoger todo para no extraviar las cholas ni los lentes, viajar es un placer, aunque a veces nos salga caro y llevemos al malvado de Murphy en la maleta, los parajes de la costa siempre reconfortan el alma, la arena exfolia los pies y el sol lo cura todo. Soy de las que siguen pensando que en el mar, la vida es más sabrosa.