He notado con preocupación de qué manera hemos contribuido a la golpiza brutal y sin contemplación alguna, que le estamos dando a nuestro idioma. Por flojera mental, ignorancia, creatividad, maldad, humor, transculturización, o por dárnosla de políglotas, sea lo que sea, se han ido deformando muchas palabras y expresiones que afean nuestra manera de expresarnos.
Muletillas
“Palabra o expresión que se repite o intercala en el discurso con excesiva frecuencia, como si se tratara de un tic de la persona que habla o escribe”. Más que un apoyo, es un estorbo y cuando uno los escucha, provoca golpearlos para defender el honor del idioma.
Muletillas mandibulares
Sin hacer ninguna referencia a su preferencia sexual, la palabra “marico” o “marica” se ha convertido en un signo de puntuación, es casi que una “coma” en algunas conversaciones de la mayoría que habita en la urbe caraqueña, desde donde les escribo esta columna. He podido contabilizar hasta unos 300 “maricos” en una charla de 3 minutos.
El llamado mandibuleo, conocido por la forma de hablar que se ha popularizado entre un sector identificado como “los sifrinos”, se logra haciendo una dislocación extrema de la mandíbula inferior y agregándole un par de: hello, broder, burda, qué pálida, ¿sabes? (así y no tenga sentido en lo que se quiere decir), se sustituye al punto y seguido de cualquier conversación. Pareciera que funciona mejor el incluir expresiones en inglés, como si esto significara un nivel superior de inteligencia, concepto que patean al no poder hilar una sola oración sin la necesidad imperiosa de utilizar estos desmanes lingüísticos, pero el más cotizado y el mque lleva la bandera de estos seres (que no logran sacarse la papa de la boca al hablar) es el: O SEA.
(IMPORTANTE: En el «o sea» debe arrastrarse una o todas las vocales de esta expresión, para lograr el efecto óptimo que combine al pelo con el mandibuleo antes explicado).
Convivitos
Dentro de la capital venezolana, hay una mezcla sui géneris de dialectos, ya que a esta zona del país han coincidido los habitantes que migraron de otras regiones, por eso el acento del que no es caraqueño se reconoce rapidito y sirve para bautizarlo con su gentilicio regional, maracucho, carupanero, gocho. Sin embargo en esta vorágine parlanchina, nos encontramos a ciertas personas que también tienen su turno al bate y con sus prácticas han ido golpeando nuestro idioma.
Opuesto del mandibuleo, pudiera ubicarse al «malandreo», los que deciden o aprenden a comunicarse con este estilo, le da una suerte de pereza para hablar, de hecho creo que casi ni abren la boca. No modulan las palabras, ponen una trompita donde lo que se quiere decir va adornado con mínimo 4 groserías. Estas malas palabras, pueden o no usarse para ofender o para simplemente hacer referencia de la amistad o vínculo afectivo que exista entre los interlocutores.
Cabe destacar que estas vulgaridades también han sufrido una deformación y se llega a escuchar en cualquier esquina: «Mira mamawebo» (se puede escribir como mejor les plazca, mamagüebo, mamahuevo, etc. y ojo, no indica explícitamente que dicha persona practique el felatio) «yo te voy a decir una vaina menol, esa chamba no está nada fácil weón» (diminutivo de Güevón, Huevón, se entiende por tener un pene grande). Y no quiero entrar en ese mundo extraño en el que se refieren a las mujeres, novias o consortes, como «culitos» o «jeva», ni a los que llaman a las habitaciones «pieza», todo tiene su nombre ¡por favor!.
Luego aparecen los errores catastróficos en las conjugaciones verbales y escuchamos cosas como: Semos, Estábanos, Veníanos, Hubieron y así. Todo va acompañado de un tono chillón y un empeño en alargar la vocal E y la sustitución y a la inversa de la R por la L en muchas palabras y verbos, ejemplo: Menol, Curpa, Comel, Paltilte la cara diablo por sapo tetón, bruja becerro! Disculpen me dejé llevar por el impulso.
Generaciones
Es bien sabido que ahora se le pone nombre a cada camada según su fecha de nacimiento y según la coyuntura histórica en la que llegaron a este mundo, por ejemplo los «Milenials» que nacieron con la llegada del nuevo milenio, de los cuales hablaré en otra entrega, porque hay mucha tela que cortar allí.
Recuerdo que en el monólogo «La Pelota de Letras» del colombiano Andrés López, me encuentro ensanduchada entre la generación X y la Y, pero tengo de ambas porque no me considero extraterrestre ni bicho raro, aunque para algunas personas, el estar en la mitad de mis 30s y no haberme casado ni parido, soy algo así como una rémora plutoniana. Pero a lo que vamos.
Llamar pana o panita a un amigo es propio del venezolano, aunque en otros países se haya instalado esta denominación. Compadre o comadre sin haber bautizado a nadie o decirle a quien no comparte tu sangre hermano o mano (y ahora lamentablemente, Manao o Manubrio).
Si mis padres hablan de «mi panadería burda», de «mi llavería candado» para referirse a sus amistades, (jamás entendí el por qué de esto) no quiero imaginarme cómo llamarán mis hijos a sus convivitos.
Prefiero mil veces quedarme con las muletillas clásicas y tartamudear si es necesario antes que seguir dándole a la piñata y deformar más nuestra manera de hablar.