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Móvil

Ya les había contado que me rehúso a ubicarme en la generación de los Millenials y que les contaré de ellos en una próxima entrega, pero lo cierto es que mi dependencia al uso del teléfono móvil o celular ya raya en lo clínico. La nomofobia es el miedo a no tener a la mano el celular, yo he atravesado media ciudad sólo porque he olvidado el celular en casa, ni hablar de quedarme sin batería o sin saldo y lo peor quedarme sin datos de navegación, es como si  el fin del mundo hubiese llegado, existen muchas tecnopatías en estos días.

Desde el comienzo

El primer artefacto que tuve fue un Motorola Tango 300, le decían «La Hallaca», así que imagínense sus dimensiones. Pesaba muchísimo y casi no podía meterlo en el bolsillo de atrás del pantalón, porque parecía que me hubiese salido otra nalga. Fue el regalo de mi cumpleaños número 18 y que, haciendo una «vaca» o colecta, mis primos habían comprado ese modelo. Yo para ese entonces moría por un Nokia para poder jugar «la culebrita» hasta que se me durmieran los dedos. Aún lo conservo, es como un grato recuerdo que me demuestra lo vieja que estoy. 

Cuando comencé en la universidad, pude pedir de regalo de Navidad un celular más cómodo y práctico de manipular (y que al menos no pesara dos kilos) y acaba de llegar la compañía Digitel con sus promociones maravillosas. Fue entonces cuando tuve un Siemens C25, era verde oscuro y pequeñito, en comparación del otro era maravilloso. Además podía mandar mensajes de texto y chatear completamente gratis. Pasaba horas entrando y saliendo de salas de conversaciones, aunque la pantalla era muy chiquita y los mensajes se mostraban como una marquesina lenta, yo lo amaba. Decían que ese modelo lo regalaban en las cajas de conflei porque mucha gente lo llegó a comprar. Ese bicho era guerrero, una vez se me cayó y sin querer le di una patada y se deslizó por el piso hasta que salió volando por uno de los agujeros del primer piso de la escuela de comunicación y aterrizó en la planta. Cuando bajé llorando porque me temía lo peor, el tipo prendió sin problemas. También lo conservo. 

Chao analógicos

Yo usaba un cordón tipo los que se usan para llevar guindado el carnet y el día de mi cumpleaños en plena celebración en una tasca, me levanté de la silla y me incliné para saludar a una persona que estaba al otro lado de la mesa y el celular de turno, un Nokia 3320 que tenía luces de colores a los lados, no recuerdo el modelo, decidió suicidarse cuando se metió en la hielera donde estaban las cervezas y quedó en coma por el resto de la velada. 

Mi amor por los Nokias fue sincero, tuve varios modelos como el 3310, 1110i, uno se lo llevó sin permiso, un desgraciado que lo sacó de mi cartera, una tarde mientras comía en el Subway del Sambil. Esa lealtad por esta marca, se vio enaltecida cuando conocí al N70, tenía una placa de metal y era súper plano, la pantalla era muchísimo más grande y podía mandar mensajes y leerlos completo antes de enviarlos. La batería le duraba hasta 2 días seguidos, era lo máximo pero un día decidió no encender más. Lo tengo guardado en una gaveta.

 

Dame tu pin BB

Llegó el boom de los BlackBerrys y yo insistía en estar actualizada con las nuevas tecnologías para comunicarme, así que me compré el 8320 y aún me acuerdo que mi pin era 20911DDC, era como el segundo nombre que no tengo o una extensión de mi cédula.  No lo soltaba ni para ir al baño, le puse la bolita de colores, le cambiaba la carcaza millones de veces y tuve que comprarle varias baterías porque se las fundía de tanto usarlo.

Era experta en desarmarlo y limpiarle el teclado, hacia tonos de llamada personalizados, jugaba a cambiar la foto del perfil y mi estado cada media hora. Cuando comenzaron a llegar los modelos más nuevos, ya no tenía suficiente plata para cambiarlo y estuve con él casi 4 años y hasta me dio el Síndrome de Quervain por el uso abusivo que hice de su teclado Qwerty y me tocó usar una muñequera por varios días.

Resulta que hay un montón de enfermedades nuevas a raíz del uso y abuso de los teléfonos, desde tendinitis y afecciones en las manos y brazos, pasando por problemas en la cervical que provocan grandes trastornos de sueño y de conducta, todo una condición que se desata en cadena por esa dependencia a los celulares. Mi BB también está guardado por ahí. De hecho, lo tuve un tiempo en la cartera, sin tarjeta SIM y completamente vacío pero encendido y con batería, por si me llegaban a robar en la calle y me pedían el celular, iba a dárselo a los malandros.

Team manzanita

Cuando decidimos comprar un iPhone fue todo un evento. La diatriba se dio peor que un Caracas-Magallanes, entre la fruta del pecado y el marcianito de los modelos Android. El barril de petróleo estaba en la cúspide, yo tenía 2 trabajos y por tanto pudimos hacer el esfuerzo de entrar en el mundo Apple. Jamás imaginé poder tener en mis manos semejante aparato, me sentía como en los supersónicos, eso de tener una herramienta tan útil para ejercer mi profesión con tan buena calidad y rapidez, era como tener los beneficios de una computadora, en mis manos. No había sino un sólo botón, su pantalla táctil era genial y su diseño un sueño. El 4S es el modelo que más ha vendido esta empresa y es desde donde les escribo esta nota de hoy.

Es mi compañero cada noche cuando bajo a fumar, es un adorno más en mis manos, casi que una pulsera, he aprendido a escribir mientras manejo sin quitarle la vista a la carretera. Lo guardo entre mis tetas cuando salgo a la calle. En él puedo chismearle la vida a todo el mundo por las redes sociales y publicar cada peo que me tiro, tomo aire y practico la apnea para poder responder los mensajes de los 40 grupos de Whatsapp en los que estoy metida, tomarme trillones de selfies para luego borrarlas todas, jugar hasta el cansancio cualquier jueguito de moda tipo CandyCrush o Toy Blast (o hasta que se me acaben las vidas). Paseo por las fotos viejas y revivo en cualquier momento mis viajes maravillosos y borro las que ya no quiero seguir viendo ni por error, actualizo las aplicaciones hasta que ya mi perolito no da pa’ más, porque a pesar de ser un buen teléfono, ya van por la versión 7Plus del mismo y ya casi que está caduco. A veces creo que padezco de la llamada «cibercondría» porque me la paso revisando por internet los síntomas de cualquier enfermedad a ver si la tengo.

Por andar leyendo cuando estoy acostada boca arriba, me he llevado mis tortazos cuando se cae en mi cara. También una vez se me cayó detrás de la cama y tuve que ingeniármela al mejor estilo de McGyver para poder rescatarlo (mi cama está empotrada a  la pared y el coñoemadre se fue por la rendijita). Cuando se me cae al suelo, respiro profundo y lo recojo rezando para que no se le haya partido la pantalla. En vacaciones, entré a una piscina y lo metí dentro de una bolsa ziploc para hacerle un forro anti-agua, funcionó perfecto. Hasta compré un cargador portátil, para no sufrir más con los bajos porcentajes de la batería.

Reflexión

Cada vez estamos más absortos y dependientes de estos aparatos, ya casi no compartimos miradas mientras estamos en una fiesta o de viaje, todos cabizbajos revisando cuantos «me gusta» tiene la última publicación, en una especie de aislamiento voluntario y consciente, del que debemos intentar de salir. Debemos hacer el esfuerzo de tomar más fotos con nuestros ojos y almacenarlas en nuestra propia memoria en el cerebro. Disfrutar de una comida sin tener que fotografiarla antes de comerla. Es difícil, pero hagamos el intento. Administremos mejor el tiempo que le dedicamos a los teclados y pongamos en la balanza la necesidad de andar chequeando  a ver si sonó tu teléfono cada 5 minutos y sacudamos ese síndrome de la llamada imaginaria.

Hace meses salí con un muchacho y mientras nos tomábamos un cafecito para celebrar el día del periodista, agradecí a todos los santos y entidades existentes, que ninguno de los dos estuvo chequeando a cada minuto los teléfonos, lo que evidenció que la conversación estuvo interesante y muy entretenida. Vamos a oxigenar el cerebro y pongamos a trabajar esas neuronas, sin andar dependiendo del sabelotodo de Google.

Me preocupa enormemente el hecho de que terminemos como en el primer episodio de la tercera temporada de la serie de Netflix: Black Mirror, «Nosedive», se las recomiendo 100%.

 
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