Hace poco les contaba que yo bailo hasta la música de los comerciales, por culpa de mi mamá, que mientras estuve de inquilina en su vientre, se ponía a bailar che che colé y Damirón en la cocina.
Bailando se entiende la gente
Esa picazón que te comienza por la planta de los pies y luego recorre todo el cuerpo pasando por las piernas, las caderas y llega hasta los hombros, que comienzan a batirse como maraca, es una clara señal de que tu cuerpo pide salsa.
Creo fielmente que cualquier persona es capaz de llevar un ritmo, por más tieso que sea. Lo comprobé hace unos años cuando conocí a un joven Belga, que vino a uno de los festivales de la juventud y nos dejó a todos boquiabiertos cuando se lanzó un set completo de salsa con una chama en una fiesta. Ese catirito ojos azules, que machucaba el español, tenía más sabor en la cintura que muchos negros de barlovento que conozco.
Por muchos años me empeñé en aprender a bailar salsa en rueda o salsa casino. La academia de Pedro González fue mi escuela y la de muchos, cuando se puso «de moda» y nos íbamos a la Casa Monagas a practicar en las fiestas. El 1,2,3-5,6,7 se convirtió en el ABC de mi vida en esa época. A cualquier género musical, le buscaba la caída para que cuadrara el conteo y poder hacer las figuras, ya fuese reggae, changa, o merengue. Era divertido conocer nuevas vueltas y aprenderse el nombre, la seña con la mano y la figura en sí, algunas tenían un grado de dificultad mayor a otras y siempre me moría del miedo cuando gritaban «llévala pa’l cielo» sabía que a los pobres chamos que me tocaba a ambos lados, les costaría elevar mi hermosa humanidad y mínimo les fracturaría el brazo, además que eso de sonreír, mover los hombros y saludar con una mano, nunca fue mi fuerte, porque me aterraba que en mi intento de tener gracia y estilo, ellos me dejaran caer.
En esas ruedas de casino no importaba si eras alto, bajito, feo o bonito, se compartía una o dos vueltas con la pareja y en un «dame» te despedías hasta que te tocara otra vez, el ambiente siempre era didáctico, sólo había que dejarse llevar sino te sabías bien una figura y mantener el conteo. Hasta un novio pude conseguir con esa bailadera, aún lo recuerdo, ahora él es instructor y está casado con otra bailarina y hasta tienen una academia de baile. Con la salsa adelgacé y vivía feliz, de buen humor todo el tiempo, bailar contribuye con mi felicidad.
Habibi
A comienzos de este nuevo milenio, una telenovela brasileña nos cambió la vida, «El Clon». Con una trama que mezclaba intrigas, mentiras y clonación, junto con una carga cultural sobre los musulmanes y sus costumbres, permitieron que la audiencia se enganchara y adoptara hasta expresiones árabes en su diaria cotidianidad, mi mamá, por ejemplo, aun dice: «Alhamdulillah» para agradecer cuando cae la quincena o pagan los cestatickets. A mí me dio por un largo tiempo, aún después de terminada la novela, por maquillarme con delineador negro y hacerme un rabito en la comisura del ojo, además de una fascinación por los velos y obviamente a bailar la danza del vientre, con espadas, candelabros y caderín de moneditas.
Comencé por una escuela pequeña, éramos 3 chamas y una viejita, la chama que daba la clase tenía un cuerpo espectacular, gracias a haber bailado toda su vida, siempre pensé que si bailaba bastante, podría llegar a tener esa cinturita, pero no. Luego me cambié de academia a una más grande y fui una de las chicas de Musherrah, con mi uniforme y muchas más compañeras , pero yo necesitaba verme frente a un espejo y por otras razones abandoné. Luego me convertí en una meirita del Troupé Al Meira y con una instrucción casi personalizada pude pulir algunos movimientos que tenía oxidados, aprender mucho sobre la historia, la composición de los ritmos, nos mandaban tarea y pude ver que las mejores bailarinas, no eran precisamente flacas, muchas tenían hasta una lipa para poder hacer los movimientos de respiración y vibración de la barriga, así que me sentí mucho más cómoda al bailar.
Es liberador poder conectarse con cada parte del cuerpo y expresar lo que el ritmo del Derbake con su dum dum taca dum dum da, te va pidiendo y sientes la energía recorriendo tus piernas mientras te fajas con un Shimmy de caderas o ver lo lindo que flotan los velos cuando los combinas y los bastones coordinados sin lastimarse las muñecas ni pegártelos en la frente. Vas fluyendo y te vas transportando a una época de faraones y camellos. Lo malo es que apenas dices que practicas danza árabe te comparan con Shakira y te piden que hagas el infinito, de verdad es cansón.
Tropicalosamente caribeña
Desde el dembou, la soca, pasando por la champeta, lambada, la samba, una buena steel band, incluso el reggaeton o un calipso colorido, todo lo podemos encontrar en nuestra región y es ese calor que te produce bailar con un ritmo que no sabes de donde viene pero que o lo dejas salir sin reprimirlo, porque sino será peor. Los latinocaribeños tenemos esas raíces negras africanas ahí que cerquita, se palpan en el sudor que da bailar tambor sobre la arena, uno se olvida de los problemas y te concentras en el conteo o en el ritmo que escuches, mientras mejoras tu humor. Bailar produce placer debido a que se libera endorfinas y dopamina, neurotransmisores involucrados en el afecto y el amor. Yo amo bailar, entonces es doble la ración.
A pesar que sigo bailando frente al espejo de mi cuarto, me invento coreografías para las canciones de moda y me encantaría saber bailar meneando el culo, como las negritas de los videos de Sean Paul. No pierdo las esperanzas de aprender nuevos ritmos como el tango, flamenco, urbano, kizomba y tamunangue, pero me negaré siempre a andar espantándome los peos con las faldas a la hora de bailar joropo, ¡así no se baila esa vaina coño!
Los grandes como Fred Astaire y Ginger Roger me dejaron claro que la técnica y la gracia es algo con lo que se nace, se tiene o no. Bailar significa alegría. Creo que seré de esas viejitas que bailan con todo el mundo en las fiestas o terminaré en alguna de esas plazas bailando merengue caraqueño o retretas. Bailé con mi papá el día de mis quince años, a pesar de que siempre bailaba sobre sus propios zapatos cuando estaba chiquita. Aunque el momento más romántico de mi vida fue cuando bailé de noche en un callejón donde acababa de caer un palo de agua y de lejos se escuchaba una bachata de Juan Luis Guerra, y a pesar de que bailaba en pareja y de que bailar siempre ha estado relacionado con el amor, para mí significa amor a lo que soy y a lo que soy mientras bailo.
Uno de los videos con los que más me siento identificada en esta materia es este, en el que Christopher Walken expresa a la perfección lo que me gustaría hacer de encontrarme en un sitio así, tanto aburrimiento que se puede acabar con un simple bailecito. Que me perdone Cheo, pero yo le cambié la letra a su canción, Baila y olvida tu dolor.