Para una gran cantidad de personas, el cine con mayúsculas se filma en Hollywood. Esta creencia, hasta cierto punto es razonable, ya que en efecto esa industria representa en un alto porcentaje la cinematografía mundial, al menos la más conocida por un gran número de gente. Aunque es cierto que generan películas importantes por su valor estético, artístico, social e incluso económico, no es verdad que producen el único cine que merece nuestro interés como público.
Ver solamente películas de Hollywood equivale a escuchar tan sólo la música que tocan en la radio. Creo que ya lo he dicho en otras columnas, en América Latina tienen la muy mala costumbre de ignorar las producciones realizadas en su propia región, así como también las cintas españolas, asiáticas y europeas.
“Everybody comes to Hollywood” canta Madonna y tiene razón. La mirada del consumidor de cine promedio en este lado del mundo, se inclina permanentemente por la industria norteamericana, por esta razón el Óscar es cada año el gran espectáculo del séptimo arte y todos se abocan a ver las películas que han sido nominadas, celebrar a los ganadores y dar por hecho que todo lo que deben ver se suscribe a esa ceremonia.
Sería idiota ignorar la calidad del cine hecho en Hollywood, dejar de lado sus grandes producciones, y obviar a sus talentos, actores, directores, escritores, productores y demás personalidades que han generado una industria próspera y floreciente, llena de creatividad y valor artístico. No obstante, habría que recalcar que existen otros universos fílmicos llenos de creatividad que no están por debajo de ese nivel, aunque no sean tan conocidos ni celebrados.
Recientemente tuve la oportunidad de ver el segundo largometraje de Oriol Paulo, “Contratiempo”, una cinta española que nada tiene que envidiarle al cine Hollywoodense. Paulo es un joven director español que en sus películas (también hizo “El cuerpo” en el año 2012 y escribió el guión de “Los ojos de Julia” en el 2010) reflexiona mientras te aturde con giros y más giros de la trama, rompecabezas perfectos, llenos de creatividad y suspenso. Sus cintas no son planas, él innova.
Cuando me topo con directores como este, no dejo de preguntarme el porqué en países como el nuestro, la mayoría de la población desconoce sus trabajos. ¿Fallas en la distribución? ¿Falta de interés?
Decir que los desconoce no es una suposición mía, en la cartelera nacional no hay (sin contar algunos festivales que siempre son la excepción) vestigios de otra clase de cine que no sea el taquillero hollywoodense. Al final del año, los rankings de las películas más vistas en Venezuela no sorprenden, año tras año, no hay novedad.
De hecho, esto ocurre también con una gran parte del cine independiente norteamericano, el cual no alcanza una buena distribución, tal vez por razones similares.
No creo que la crisis del país sea una excusa para que esto ocurra, pues es una constante desde hace mucho. Tal vez todo pasa por comprender que así como la música no es sólo esa que escuchamos en la radio, existe un universo de películas, directores, actores y demás que no son “made in Hollywood” pero que vale la pena descubrir.
Tal vez cuando el consumidor tome conciencia de esto, las salas de cine se atrevan a exponer variedad y apuesten por todo tipo de iniciativas. Quizás suceda, soñar no cuesta nada.