El paso del tiempo se encarga de exponer (o negar) el valor de las obras. En el caso de las creadas por el escritor colombiano Fernando Gaitán, es precisamente el tiempo quien ha reafirmado su valía.
Para quienes no me crean los reto a volver a ver (pueden hacerlo en la web) cualquier capitulo al azar de Yo soy Betty la fea (1999) o Café con aroma de mujer (1995) por nombrar dos y podrán confirmar que son historias que el paso de los años no ha logrado languidecer.
Por el contrario, siguen manteniendo todas las características que las convirtieron en referencias para la televisión latinoamericana. No es casualidad que millones de personas en todo el mundo sigamos (me incluyo) disfrutando de ellas gracias al internet.
Fernando Gaitán tenía gran talento para crear universos intemporales que siguen presentes en la memoria colectiva. Sus personajes tienen profundidad, están vivos dentro del mundo que creó para ellos en la pantalla chica.
Al igual que otros escritores colombianos de televisión como Mónica Agudelo, Julio Jiménez o Bernardo Romero, sus telenovelas combinan aspectos esenciales que las distinguen del resto: la inteligencia de sus diálogos, la elaboración de sus personajes, el manejo del humor y la originalidad de sus argumentos.
La actriz mexicana Lucia Méndez dijo una vez en una entrevista realizada por Leonardo Padrón, que las telenovelas eran una forma de compañía. En esa ocasión refirió que muchas personas solitarias encuentran en ellas una forma de eludir la soledad. Creo que esa apreciación es exacta y aunque podría referirse a cualquier forma de arte (música, cine, etc.) en el caso de las telenovelas es más precisa.
Estos programas al ser transmitidos por televisión (en su momento el medio de comunicación masivo por excelencia) llegaban de un modo más directo a un gran número de gente.
La telenovela, aunque ha sido un género vilipendiado, proyectó las realidades de América Latina durante años. Algunos escritores eligieron salir de la fórmula establecida e innovar. Fernando Gaitán fue uno de ellos.
Yo soy Betty la fea, su más famosa producción (que ha sido versionada en infinidad de formatos e idiomas en todo el mundo) es una aproximación a una historia de amor desde el humor. Con diálogos inteligentes, actuaciones impecables y un argumento que apasiona, esta historia hoy, más de 19 años después de haber sido estrenada, se mantiene fresca.
Si vuelves a ver cualquiera de sus capítulos en la web te sorprenderá la forma en que (aunque ya conozcas los chistes) sigues riéndote con las mismas ganas. Los gritos de Don Armando o las vicisitudes de Betty, la secretaria fea que cambió el panorama de la telenovela en América Latina, todavía dan risa y conmueven.
Fernando Gaitán exploraba los motivos de sus personajes y es eso lo que los hace verosímiles.
De igual modo pasa con Café con aroma de mujer, también disponible en la web (y que ha sido versionada infinidad de veces) posee un argumento que (sin dejar de estar apegado a la clásica historia de amor) rompió paradigmas.
Recuerdo una escena, de los últimos capítulos, donde se supone que debe descubrirse el origen de La Gaviota, el personaje de Margarita Rosa de Francisco. Gaitán le da un giro inesperado a la trama al brindarle a su heroína un sentido de la responsabilidad que pocos personajes de telenovela poseen. La Gaviota es una mujer resuelta, de carne y hueso, una sobreviviente. Es el reflejo de muchas habitantes de América Latina, heroínas de lo cotidiano.
Gaitán era un contador de historias original, sus personajes escapan del molde. Nada en ellos parece un artificio.
Quizás por esa razón al saber de su fallecimiento, tuve y sigo teniendo la seguridad de que muchos ahora mismo le siguen haciendo un homenaje involuntario: el de seguir viendo las producciones que creó como si hubiesen sido estrenadas ayer.
Luisa Ugueto Liendo
@luisauguetol