El cine imita a la vida, la reproduce, juega con las situaciones de la realidad para nombrarlas y quizás tratar de entenderlas o buscarles al menos algún tipo de explicación. El conflicto colombiano está lleno de historias terribles, unas más asombrosas que otras, las cuales han sido parcialmente expuestas en cine y televisión.
Creo que se escribe, se dirige y se pinta para decir, además de entretener, para intentar comprender o mostrar. Rubén Blades escribió muchas de sus canciones, seguramente, para darle sentido a su visión de América Latina, darle sentido para sí mismo en un comienzo y configurarla luego a los ojos de los otros. Tratar de comprender es la tarea principal del arte.
Ahora que se supone la paz ha llegado para quedarse al país vecino, se me ocurre visitar dos películas que exponen muy bien las historias que desde el cine se han realizado para contar esa parcela de la realidad.
La primera película es “Saluda al diablo de mi parte” en la cual se utiliza el entretenimiento puro y duro del cine de acción, para tratar de hacernos comprender. Usan la adrenalina, el pulso agitado de cada escena para intentar mostrar, dar posibles indicios de una realidad caótica, incongruente y absurda.
Cada país en América Latina tiene su talón de Aquiles, Colombia tiene los suyos, el secuestro es uno de ellos. Incluso García Márquez (Noticia de un secuestro, 1996) ha hablado de ese flagelo que conocía muy bien porque lo han padecido de las peores formas posibles.
En este filme, los hermanos Orozco (guión de Carlos Esteban y dirección de Juan Felipe), utilizan todas las armas de las que disponen para lograr una cinta técnicamente perfecta, con un gran nivel en efectos especiales y balas. Sin embargo, lo que en películas de ese estilo falla o simplemente no lleva intención alguna (el guión, los personajes), en esta se fortalece.
La cinta protagonizada por Edgar Ramírez, indirectamente, plantea que no hace falta matar del aburrimiento, ni caer en lugares comunes, para hacer lo que el arte es capaz: señalarnos un conflicto a través de una historia.
El filme funciona como una película de acción, con efectos especiales, disparos y sensacionalismo, pero no se encuentra despojada de fondo. La forma ayudará a plantearnos inquietudes, a digerir mejor lo que se nos quiere contar, ya que tantas balas no nos dejan sordos, al contrario, como en “Cuatro días de Septiembre” (Brasil, 1997), el mensaje es claro: si te manchas las manos de sangre, no procures convencerte de que limpiándotelas con las culpas ajenas seguirás estando impoluto.
La segunda es “Tiempo sin aire” una cinta sobre Colombia contada por españoles. Andrés Luque Pérez y Samuel Martín Mateos, escriben y dirigen en conjunto esta película sobre la venganza, el odio, la necesidad del olvido y la esperanza como motor imprescindible para sobrevivir. Juana Acosta interpreta a María, quien pierde a su hija a manos de los paramilitares. La película comienza cuando ella decide no dejar impune ese crimen, quiere venganza y buscará el modo de ejercerla.
Muchas situaciones son un misterio, igual que las razones por las que alguien “perfectamente normal” puede comportarse peor que el mismo diablo lejos de su contexto habitual. ¿Cuántas caras podemos tener? ¿Somos ángeles o demonios dependiendo de la situación que se nos presente? Los personajes de “Tiempo sin aire” son contradictorios y guardan matices insospechados que desconciertan.
Según sus directores, la cinta pretende instaurar un debate: “¿Hay alguna posibilidad de que esto cambie, se puede detener el ciclo de la violencia?” afirmaron en una entrevista para El Cultural.com.
Estas dos películas son muy buenas oportunidades para reflexionar sobre las guerras, las cuales son una muestra de maldad e idiotez en partes iguales y ya sabemos que la idiotez humana nunca deja de sorprender porque siempre puede ir a más…hasta el infinito.