Por: Luisa Ugueto
No sólo los niños ven dibujos animados, de hecho, a veces parece que algunos han sido hechos para un público adulto. Sin importar la edad del espectador, creo que una buena película siempre puede defenderse sola y cautivar o emocionar a personas de cualquier edad.
Con Buscando a Dory no sucede nada de eso. La cinta de Disney Pixar sólo se encarga de reiterar un argumento cansino durante el tiempo en que dura el filme.
Mientras su predecesora “Buscando a Nemo” (2003) es ingeniosa, llena de sentido del humor y de situaciones realmente divertidas, la historia de Dory es un completo fracaso, porque se queda en repetir el esquema anterior, pero sin ingenio ni gracia.
Una película no es sólo sus efectos visuales, su linda fotografía, las actuaciones, los paisajes o la música, es sobre todo su historia, la idea, el concepto que refuerza por completo todo el empaque y eso es precisamente lo que falla en Buscando a Dory, una cinta que se asemeja mucho más a un largo video clip que a un largometraje animado.
¿De qué va Buscando a Dory? Es una buena pregunta que no logré responder. Abusa del chiste fácil, de naderías que no aportan nada a una trama que se vuelve monótona.
Insisto, la edad nada tiene que ver con el interés que puede despertar una verdadera historia. Una película puede resultar seductora esté protagonizada por peces que hablan o por hombres de carne y hueso. El problema de esta cinta Disney es que no hay nudo argumental, los personajes no tienen un carácter establecido, son simples bosquejos, fantasmas de la cinta anterior.
Una película animada no puede ser sólo sus efectos visuales, no puede concentrarse en el aspecto técnico olvidando que lo que más nos conecta con las historias es precisamente eso, lo que se nos cuenta, la profundidad de los personajes, sean reales o de fantasía.
En Buscando a Dory la conexión emocional es nula, inexistente, todo lo contrario sucede en su predecesora y en otras cintas Disney que han cautivado al público en el transcurso de estos años.
Incluso la propia protagonista, la otrora simpática pececita desmemoriada, llega a caer muy mal y aburrir hasta el hartazgo con actitudes conmovedoras a fuerza, diálogos llenos de lugares comunes y la poca creatividad de un drama que resulta completamente frío, intrascendental y anodino.
Algunos objetarán que si no puedes ver la magia de un dibujo animado, es que simplemente te ha ocurrido como al personaje de aquel cuento (también llevado al cine por cierto) escrito por Chris Van Allsburg, “El Expreso Polar”, quien al transcurrir el tiempo ya no pudo escuchar el sonido de la campana de Santa Claus. Sin embargo, no creo que me haya sucedido eso, aunque no existen verdades sino percepciones. Si te gustó cuéntame las razones, tal vez me ayudes a cambiar de opinión.