Estaba en cola para pagar unas verduras, cuando alguien a mi espalda preguntó a su acompañante por los huevos. Recordé que 10 minutos antes a unos 30 metros de allí, había visto una ordenada fila en la que sus integrantes caminaban para procurar el cartón de 30 unidades que en uno de los puestos vendían a precio acordado. Le hice saber al interesado el punto de expendio del rubro, a pesar de no haber sido yo el consultado. De inmediato salió rumbo al sitio señalado, dejando a su amiga detrás de mí.
Retornó un minuto después. Fúrico no estaba pero tampoco nada complacido. Con cierto desdén expresó que no comería huevo bolivariano; que él no estaba para colas y que prefería tragarse las ñemas pagando 500 sin especificar 500 qué. Su dama, afortunadamente más pausada, no dijo ni sí ni no. Yo pagué mis verduras, aún a precios no acordados, y los perdí de vista en lo inmediato.
Di otras vueltas por el mercado municipal, entre “fiscalizando” y educándome en el lenguaje reconvertido del nuevo cono exhibido en los carteles de los diferentes puestos. Las charcuterías, carnicerías (vacías, por razones que todas y todos conocemos), venta de víveres, quincallas, frutería y demás centro comercializadores se han convertido en una buena escuela para empatarse en la onda del código soberano que arrancó el 20 de agosto.
Desde chamo, los viejos mercados “libres” se me antojan cual laberintos. Queriendo o no, sus pasillos me juegan quiquiriguiqui y si no me pongo pila, arribo al punto de origen. En esta ocasión, no fue diferente. El paseo me lanzó por los lados de la cola de los “huevos bolivarianos”, y ¡adivinen a quién vi en ella!
No, no fue al rezongón del cuento pero sí a su amiga. Tranquilita y en cívico orden, allí estaba. A la espera del próximo paso al frente. Logré que no me viera, pero –después de encontrar la salida-, me fui satisfecho. Chavista u opositora, es libre y eso es lo que cuenta en esos instantes.
¡Chávez vive…la lucha sigue!