Así que me puse a ver Chilling Adventures of Sabrina The Witch (2018), otra serie de Netflix que veo y no pago. Ya no me salen el montón de pop-ups de “Daniela te quiere conocer” pero la cantidad de ventanas que tengo que cerrar antes de poner play es absurda y a veces la conexión simplemente apesta, pero la verdad es que el sufrimiento por no pagar la subscripción es bastante bajo.
Preferí verla de día para no cagarme* con los demonios y los muertos y toda la cosa, y especialmente con los marditos scarejumps (sustos repentinos) en los que sientes el estómago tocar los pulmones y te queda esa sensación aguda que baja desde la cervical hasta la espalda baja. Si bien se puede prever cuando vienen igual resulta desagradable haberse cagado cuando se sabe una inminente cagazón.
Ahora, la cuestión esta de estar viendo pelis o series de terror nunca fue lo mío, prefiero ver mucha sangre y desmembramientos que, por ejemplo, a la carajita de Mama (2013) que se camina a gatas y se esconde en cualquier rinconcito lista para asustarte y dejarte completamente perturbadx y con alta paranoia. Todavía se me pone la piel de gallina cuando creo que está en mi cuarto.
Recuerdo que cuando vi esa película estaba arropada, rodeada de almohadas y tenía la cara tapada. Sólo la vi a través del espacio que quedaba entre mis dedos índice y medio. Si bien la adrenalina de la cosa y sobretodo la curiosidad me impulsaban a verla sin taparme, la cagazón me ganaba. Total, después de tenerle miedo a Samara (El Aro, busquen ustedes el año. No lo quiero poner en IMDB porque sale el poster y me cago) durante toda mi adolescencia el sólo hecho de atreverme a ver una película de terror era todo un acto de valentía. Con los años, o mejor dicho, hace muy poco, fui mejorando mi cagueteo porque al fin y al cabo la curiosidad sedujo a la gata, y esta gata tiene curiosidad pa tirar pal techo.
Chilling Adventures of Sabrina está interesante, es un desafío frontal al mundo macho de la televisión y una apuesta diferente al dibujo de los personajes femeninos donde se las ve crecer desde su empoderamiento y no desde su rol de género. La perspectiva de género está presente, la de raza se asoma y la de clase, bueno, abandonada en el olvido como lo ha sido históricamente. ¿Se imaginan una bruja negra o india, pobre y comunista? ¡A la hoguera (otra vez)!
Pero hay cosas que rescatar, sí hay cosas valiosas: me atrevo a decir que es una de las primeras series televisivas donde se enuncia por parte de los personajes femeninos (que además de ser fuertes se los retrata con sus vulnerabilidades, cosa que es maravillosa) las palabras “patriarcado blanco” sin un dejo de cinismo o burla. Se dicen con seriedad, con seguridad y con la certeza de que se está describiendo la realidad de la vida ante lo que se enuncia. Sabemos la carga política que esas dos palabritas tienen, y cuando están juntas, son mágicas. Hay una escena que me gusta en particular donde un personaje pegunta “¿Por qué no podemos ser libres? Quiero ser igualmente libre y poderosa” y otro le responde “Porque el Señor Oscuro jamás te lo permitirá. Nos tiene miedo porque somos mujeres. A fin de cuentas, es hombre”.
Hace veinte años eso jamás se hubiese dicho en televisión. Jamás, y lo sabemos. Por supuesto que hay películas sumamente valiosas que son referentes para los movimientos por los derechos de las mujeres. El Piano (1993) con Holly Hunter y Anna Paquin es un beta nivel Satán por lo que la fuerza de la feminidad retrata en la película; la feminidad y el ser mujer es otro personaje, sí. Pero a lo que quiero llegar es que han tenido que pasar cosas importantes en la historia de las mujeres que viven en un mundo de hombres para que en televisión, otro mundo regido por hombres, se diga en cámara y sin chistar “patriarcado blanco”. Por supuesto, no hay nada que subestimar. El marketing hace sus cosas y el feminismo está de moda, y a lo que está de moda se le saca que jode rial. Pero, como siempre, a las cosas por su nombre.
Después de haber descubierto que me estaba tripiando la serie (y yo acá no vine a decir si es mala o buena. Véanla si quieren, y si les gusta fino y si no, fino), me puse a pensar en las cosas que realmente me dan miedo, me perturban, me aterrorizan. El único cuento de terror que me creo y me aterroriza es que el patriarcado es un maldito lobo que nos come a las mujeres una y otra vez, impunemente. Ese cuentico sí da que jode miedo, ¿saben por qué? Porque es verdad. Dicen que toda leyenda tiene base en un hecho fáctico, en algo que sí sucedió. Bueno, que los hombres que odian a las mujeres nos sigan torturando y matando es un hecho fáctico, y es la historia de terror más sangrienta, perversa y horrible que existe.
Hay historias de terror donde la cosa termina de pinga y hay historias de terror que simplemente acaban con la vida de la gente y el mundo continúa su curso bajo un suelo lleno de muerte y sangre. El patriarcado y el machismo son mis cuenticos de terror, ¿Cuáles son los tuyos?
*No lamento ni me disculpo por el uso y la conjugación del verbo cagar. Bien sabemos que “me cagué” está, por lo menos, diez niveles por encima de “me asusté”. “Me asusté” se usa cuando una piensa que botó las llaves. “Me cagué” se usa cuando vas a la cocina en la noche y un muertico te espanta, o cuando vas caminando por la calle y dos tipos se te acercan. Las mujeres sabemos mucho más de cagarnos que los hombres, o por lo menos, lo vivimos cotidianamente.