Se convirtió en el explosivo de ataque más poderoso que ha tenido el capitalismo en sus manos, en sus bocas y en sus estrategias, para exterminar o mantener sometidos a los pueblos del mundo.
«En el lenguaje fascista las mismas imágenes expresan la inescapable O realidad del dominio y la sumisión», señala Lutz Winckler, en su libro La función social del lenguaje fascista.
Winckler, aunque insiste a lo largo de su texto, en que la barbarie fascista no se limita al «imperialismo de la palabra», sin embargo deja claro que el concepto de «ario» eleva «al hombre al grado de dominador de las demás criaturas de esta tierra» y todo humanismo o toda «ayuda humanitaria» se basa siempre en el exterminio de toda raza «inferior», aniquilando «a los débiles para hacer sitio a los fuertes», lo cual se exhibe e impone como «científica» ley natural de «la preservación de las especies» hasta culturizar a los individuos que terminan creyendo y defendiendo esa sesgada cosmovisión, como si se tratase de un axioma.
Señala el autor de La función social del lenguaje fascista que «los rasgos característicos del lenguaje hitleriano, típicos y generales pero también históricos e individuales, sólo pueden explicarse en relación con la función social de la lengua» y, precisamente por ello «el lenguaje fascista no puede prescindir de conceptos heredados de la ideología liberal».
Pero, en realidad lo que logra el fascismo es evidenciar «la perversión de hecho existente en la sociedad liberal avanzada», lo cual permite observar al fascismo como un «consecuente seguidor» del liberalismo. Por lo que la propaganda fascista «se sirve sin ambages de los medios de la técnica propagandística del capitalismo: de la repetición, de fórmulas hipnóticas y del eslogan que veta el ‘pensamiento en ciclos cerrados (…) y el reconocimiento de las contradicciones’ y degrada al oyente ‘en cuanto receptor de órdenes (…) encaminadas a la realización de una praxis cosificada’».
Señala Winckler que a la propaganda fascista son especialmente sensibles «las capas sociales de la pequeña burguesía y de la clase media burguesa», tal como lo hemos podido comprobar en el despliegue de guerra económica, mediática, simbólica y de IV generación, contra Venezuela, en su afán por detener la Revolución Bolivariana y Chavista, sus propósitos socialistas y de salvación del planeta como totalidad para la vida.
La pequeña burguesía «reacciona frente a su vulnerabilidad estructural ante las crisis económicas propias del capitalismo tardío, con una proclividad a la agresión apenas velada, con pasiones incontrolados, con desconfianza, con temor y con estereotípicos complejos de prejuicios». Ante la impotencia económica de esos sectores pequeñoburgueses, la inmediata reacción de los mismos es de receptividad ante la agitación y el discurso fascistas, tal como se ha podido observar en Venezuela cuando el imperialismo lanza decretos amenazantes contra nuestro pueblo, ejerce presión paramilitar y económica contra las grandes mayorías e intenta desestabilizar nuestra opción constitucional de soberanía e independencia.
«El lenguaje fascista no formula ninguna promesa -señala Lutz Winckler- sólo expresa prohibiciones. No se mueve en las imágenes de consumo, sino en las de la renuncia y la destrucción»… En fin, cualquier parecido de las pretensiones fascistas en el discurso de Donald Trump contra Venezuela, no es mera coincidencia.
Ilustración: Xulio Formoso