Este poema lo escribí en la década del ’90. Lamentablemente no perdió vigencia:
Una vez caminando por la calle Deán Funes, al frente de la cámara de Senadores, había una persona parada que gesticulaba y gritaba. Me paré para escuchar que era lo que gritaba y si vendía algo pero, no vendía ni estaba actuando. Estaba gritando que él tenía un número de Documento y que tenía un documento y con ese documento los había votado y lo tenían que escuchar.
Prácticamente los gritos se confundían con el llanto y la forma típica de hablar del que está un poco borracho, seguí caminando porque nada se podía hacer. Salvo que los dos termináramos presos por destruir la propiedad pública, cosa que como todos saben está mal, por lo menos destruirla abiertamente, porque muchos han destruido la mayor propiedad pública, que es el Estado, y en vez de arrestarle le han felicitado.
Pero algo iba hacer, y sentado en un bar, con una birome en la mano, un papel en blanco y una botella de cerveza en la mesa, hice una de las pocas cosas que se puede decir me salen bien, escribir unos versos, estos versos.
La luz ya alcanza a iluminar
toda tu casita,
aunque todavía no ha amanecido,
pero es tan chica y son tantos
entre chicos y mujer
hacemos el equipo,
once,
para jugar el partido
al hambre.
Para lo único que alcanza.
Y te vas antes del desayuno,
preferís no estar
cuando entre todos se reparten
ese boyo de pan
que tu mujer como Cristo,
multiplica vaya saber como.
Tomás tus herramientas,
la pala de punta,
el pico, la pala buchona,
cargás las cosas en el bolso
y salís para ver si en alguna obra
necesitan peón por horas.
Pero ya no se trabaja
como antes,
las changas son cada vez
más escasas,
y con tanto chiquerío
no te quieren tomar,
como dice la patronal,
«el salario familiar vio»,
además ya nos sos un pibe
y no se quieren arriesgar.
«a ver si te pasa algo y te tenemos
que pagar como bueno».
Y pasan las obras
y pasan los capataces
y de tanto rebotar
ya te sentís pelota,
y de tanto rebotar
te sentís inútil.
Y cuando ya llega la tarde
se te ha hecho un nudo
en la garganta,
y no podés ni siquiera respirar,
y en el centro
cerca de la terminal
ves al politiquerito ese
que pasó por tu casa
prometiéndote que todo iba a cambiar.
Iba en un auto que no era
el que fue a tu casa,
esta vez iba en uno de lujo,
y no diste más,
para no terminar preso
terminaste en el bar
pidiendo ese vino por centavos,
que disuelve los nudos
que te disuelve hasta las tripas.
Pero no, este nudo no lo disolvió
era fuerte,
eran los chicos y el boyo de pan
era tu mujer
cada vez más flaca,
era tu cuarto-casa,
y así como estabas,
corazón roto,
te paraste frente
de la casa de los que prometieron
y te pusiste a gritar.
Gritastes de tus hijos,
de tu flaca mujer,
de la falta de trabajo,
de la falta de pan,
de lo que te prometieron,
de lo que no te dan,
del hambre,
gritaste, gritaste,
pero, corazón roto
no grités más.
Tras esas paredes
nadie escucha,
sólo hay
cerebros cuenta votos,
sólo hay mentes de calcular
y, a un corazón roto,
a un corazón roto
hermano,
sólo otro corazón lo puede escuchar.