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Sin Asco. «El Síndrome de Caracas»: Minirrelatos de una ciudad que no se presta (I)

«Con la misma frialdad que tú me das
que me hace de ansiedad enloquecer,
voy a darle a tu invierno soledad
una brisa glacial en cada anochecer»
Escarcha. Hector Lavoe

Las piedras empezaron a rodar por el hombrillo, atravesaban la calle, un epicentro las movía, la ciudad tenía algo que contar, el hecho de que hoy era el día internacional de las putas era solo una coincidencia, había que soltar y eso implica dejarse caer, uno no se acostumbra a esta guerra fragmentada con miles de robots desde las redes creando la matriz de un estado de sitio, la nueva gerencia de lo próximo abominable, una estampida de zombies incontrolables que defecan sobre tu derecho al libre tránsito entre otros.

El derecho a la ciudad se ha peleado cuerpo a cuerpo sobre la arena de la democracia, mucho más desde que el chavismo aparece, de esta forma el barrio que se ha posicionado como parte de la ciudad, ha tenido que encontrarse una vez más cara a cara en la barricada de la avenida, en la guarimba de la urbanización trancada con quienes lo han negado históricamente.

Así como Estocolmo tiene su propio síndrome, Caracas también lo tiene, el síndrome de Caracas se trata básicamente de intentar sobrevivir al hecho de que las estadísticas y las noticas negativas no te secuestren. No tolera la guarimba ni el abuso de la fuerza, se debate cuerpo a cuerpo con la especulación de todo tipo y se arrima al perreo y al salseteo intenso cada vez que puede.

Para esta crónica me veo obligado a usar algunos seudónimos con la intención de no afectar la cotidianidad, o la vida amorosa de algunos vatos locos, desbocados que saben muy bien de lo que estoy hablando.

La Patraña Cultural – 9:00 pm

Antes que el abogado se volviera a pronunciar “históricamente” para decir cualquier vaina o antes de que volviera a repetir el cuento,  que por saber ruso fue que coronó históricamente la Rusia de Putin, yo intentaba reconocer aquella silueta cercana al escenario, aquel sujeto de hombros puyados, con cierto swing a contraluz a contracultura. Diego venía del encuentro de los escritores que le brindaban un homenaje a las putas, hace poco nos habíamos escrito. ¿De donde habrá salido este tipo?

– De Rusia. Papá. Trabajo en Rusia, aquí soy un pobre guevón, allá un moreno simpático. Estoy casado con una rusa, atiendo algunos negocios y también soy diplomático.

El escenario estaba iluminado, me acababa de enterar que Yatu tocaba esta noche con Interzona, esa era la razón por la que este par se acababan de conocer. Una leyenda se montaba en la tarima ¡Qué buena leche! Después del concierto y del after party de Lil Suppa era lo más relevante, le pregunté a Yatu si le llegó la ilustración que le había dedicado a la Seguridad Nacional y lo recordó por el hecho de haber usado el mismo canon de dibujo que Cangrejo usó para el primer y único disco que grabaron a principios de los 90.

A Diego se le metió la idea de chulearse al diplomático hablador de guevonadas y no podía no estar de acuerdo, había realmente que sumar fuerzas. Pare él, el día de las putas es todos los días. El diplomático conocía el Guaica, eso le daba ciertas ventajas. De Yatu parecía tener una vaga idea, pero el puticlub más famoso del guetto que tras haber cerrado había dejado en la calle a sus empleados y a su clientela fija lo conocía hasta el punto de decirnos que ese sitio nunca debió existir. Automáticamente subieron del piso tres ascensores en forma de pitillos recortados, un viaje hacia el triangulo de las bermudas, la ruta hacia la acabadera de trapo era inminente y venía en descenso.

Ilustración: Cesaria

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