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Réquiem para la última pelea

En la mañana del 23 de septiembre  la autodestrucción nihilista y la violencia revolucionaria se encontraron cerca del medio día.

– ¿Qué tal el fin de semana? –

La canción de Pixies Where is my mind seguía sonando en mis audífonos.

 – ¿Cómo se llama el archivo?

Saludar a la sospecha primero y sin protocolos sirvió para recortar las distancias entre aquello que sabe y que yo hasta ahora desconozco.

– Se llama “FINALÍSIMO” todo con mayúsculas.

Sus ojos vidriosos le demandanban algo que no quería descifrar quizás solo se trataba del descanso eterno, brilla para ella.

Veo mis talones.

Sobre su escritorio se abrió un abismo entre  la cascada del feng shui y el portaretrato familiar, la última versión del spot en el que llevo trabajando seis meses y aún no he cobrado nada se terminaba de copiar en su computador.

 –¡Esto no va, cómo dejas que vuelva suceder! –

A  la octava corrección que me había pedido hace una semana le sumaríamos una más. Esa que acaban de leer.

La pérdida momentánea del sentido sobre la pantalla de retina hizo que el tiempo se detuviera en el absurdo infinito, sin conteo, como si todo empezara de nuevo.

Reivindicado en el imaginario de acabar de una vez y para siempre con la imagen del jefe, no me quedaba otra que aceptar las correcciones que vengan y que se le ocurran al enjambre de opiniones que conspiran en el tráfico de relativizarlo todo a su antojo.

Mientras tanto la dignidad de un trabajador contratado se perdía en una gran sala de redacción, rodeado de periodistas o de esta especie de funcionarios administrativos, contadores y analistas de noticias, piezas del otro gran aparato burocrático llamado información.

Lo que se suscitó esta vez recaía sobre mí, pero no sobre mi responsabilidad. Argumenté que habian sido ellos mismos los que habían pedido sustraer el título y hoy me pedían devolverlo.

Entonces respondió El GRAN OTRO, la voz del orden simbólico imperativo – la novena corrección se haría y además exigiría un esfuerzo adicional – abstraerme en los periplos del silencio contemplativo mientras la tolerancia se traspapelaba frente al espejo.

Más que necesario se hacía urgente cerrar el capítulo de esa tarde con un acto de sumisión laboral mientras que el “yo” del anonimato funcional pasaba a la clandestinidad activa.

Por ahora este contrato me calmaba los nervios, era lo único seguro que tenía.

Como una víctima más del terrorismo laboral que se levanta sobre los intereses de una nueva clase, la violencia es inmanente a las leyes al contrato y a las instituciones, lo que implica que la violencia siempre será desmedida o en algunos casos descomunal como respuesta.

Soy la bacteria que contamina este edificio …

Tomé el pendrive y me largué.

La incertidumbre se había convertido en nuestro signo generacional por la infinita sospecha que la conciencia plantea sobre las cosas e incluso sobre sí misma.

Interpelado por la hora, el hastío y el hambre, regresé a la casa… leo dentro del vagón, que aunque Lacan no simpatizaba con la izquierda por considerar que ésta no rompía con la castrante figura del jefe, muchos pensadores de izquierda simpatizaban con Lacan por representar el núcleo más radical del psicoanálisis.

El tiempo transcurre cineticamente encriptado en las baldosas del Metro. Entre estación y estación la realidad va perdiendo resolución, se va pixelando.

Se abre la puerta desde el interior de mi cuarto, todo está muy apretado en este pequeño espacio, así de pequeña debe ser mi relación espíritual con el exterior, con el resto del mundo. Por el contrario, aquella inmensa grieta septentrional que separa la vida que vivo y aquella otra vida que me dejó por fuera o que está en otro lugar, se cierra porque a simple vista aquí no cabe más nada, ni más nadie. Sólo yo.

Recojo la nueva factura del piso, es la tercera que EL CASERO desliza esta semana por debajo de la puerta, la pego al lado de las otras. Abro la nevera, saco la botella de jugo, aún le quedan dos tragos, con un pedazo de pan en la boca veo como se van acumulando las cuentas por pagar.

La luz del computador ilumina la escena, su calor sustituye la llama prehistórica que convoca al acto-tribal de comer y la del encuentro familiar alrededor de un televisor. Mi computador emana ese calor de hogar disfuncional que nunca conocí.

El despertador ha sonado desde las siete en intervalos de 10 minutos. Desperté abrazado al teclado. Esta vez llegaré tarde, me sabe a mierda.

Un día más, una corrección más.


El mismo paisaje para rearmar.

Por segundo día cargue con el libro debajo del brazo a ver si en el camino le podía arrancar algunas lineas que me ayuden a proyectar este caos, pero se nos había hecho tarde a ambos a la filosofía y a mí, y hoy en día nadie está dispuesto a cooperar. Leí, entonces:

“Las crisis borran las fronteras, nunca demasiado marcadas entre capitalismo y mafia. Es posible que el estadio superior del capitalismo sea la mafia”.

Habiendo superado el colapso cotidiano del metro, atravieso el lobby y me tropiezo con EL HOMBRE que dejó un bolso en la azotea del edificio, en lo más alto de la Torre la Prensa. Le indico a la recepcionista a dónde voy y una vez más subo hasta la oficina, al llegar a la sala de redacción el reloj marcaba la 9:20 am. Toco, sale LA NUEVA ASISTENTE y de inmediato cierra la puerta a su espalda.  Las herméticas lineas de expresión me dicen que no me podrán atender, porque la jefa está reunida. Le digo que yo puedo esperar.

Prendí la Luz, vacié los bolsillos al volver a salir del baño, allí estaba el panfleto sobre la mesa.

Con una sonrisa que se acerca más al cinismo que a cualquier otro gesto, sus labios se relentizaron:

– Yooooo creo que debemos hacerlo de nuevo, quiero decir, haaaaacer otra cosa. ¿Por qué no te pasas de aquí a mañaaaaana otra propuesta a ver qué taaaaaaal?

En ese instante todos los horizontes se redujeron a nada, así sin anestesia.

–Ok. Pero entonces dame una fecha de pago, cuándo me bajaran el cheque, porque esto correspondería ya a otro trabajo y estoy en la lona – Empiezo a desvariar.

– Chamo, de verdad lo lamento pero el cheque se retrasa hasta no dar con lo que queremos.

Yo presentía este momento. Se acercaba como una sutil intuición, la antesala al terror donde ella sería la única espectadora.

La voz que al parecer me hablaba parecía mi propia voz pero no venía de mí, tampoco era la suya. Esa era la voz que intentaba callar con un eco brutal que me ensordecía y me hacía sudar como una cucaracha.

Me caí a coñazos conmigo mismo mientras me convertía en una cucaracha, me acerqué hasta el escritorio, tomé los papeles que ella firmaba y la engrapadora. La JEFA me mira aterrorizada mientras pide auxilio por el teléfono, su cara está cóncava.

AGENTE DE SEGURIDAD I: toma un teléfono y llama.

AGENTE DE SEGURIDAD II: toma el radio transmisor mientras se empieza a evacuar el edificio. Se activa una alarma. La central colapsa.

Abrí los ojos aturdido, por un instante me contemplé tirado en la arena de la playa.  En el horizonte un NIÑO y una NIÑA se atraviesan.  Unos AGENTES DE SEGURIDAD III y IV se aproximan.

Cerca de las doce, evacuaban el edificio tras una amenaza de bomba, mientras me sacaban del brazo y a empujones el terror recorría la torre.

Los protocolos de seguridad para el caso se habían activado.

Ya en la salida del edificio, sólo me oía a mí mismo pero también se oyó una explosión. Desde lo alto del edificio cae una lluvia de panfletos rojos, un acentuado velo gris claro recrudece el ambiente como una pincelada sustraída de la paleta samuray de Akira Kurosawa.

PANFLETO:

En el día de hoy, 23 de Septiembre, Unidades Territoriales de las Fuerzas Bolivarianas de Liberación, como parte del desarrollo de la GUERRA A MUERTE AL CAPITAL, activaron varias “Minas de Humo y Sonoras” en la ciudad de Caracas, capital de la República Bolivariana de Venezuela, específicamente en las adyacencias de la torre la prensa. Esta acción no tuvo por objeto agredir a persona alguna, ni destruir ningún bien público o privado, sino, esencialmente, de una acción de agitación y propaganda, recordando la acción llevada a cabo hace 19 años llamada “Operación Dignidad”.

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