La noche siguiente a la muerte del escritor Alejandro Rebolledo, cuando salí de mi casa, pasada las seis ya que no soy un fotógrafo de oficio, me percaté de que la única batería de la cámara quedara bien cargada, la poca luz siempre me trae problemas y me lleva a un plano experimental con resultados extrabagantes. Al pasar la avenida caminando los biopolímeros que amueblan los cuerpos escarchados posando divinas en las esquinas de las vitrinas entre la Libertador y Las Acacias, me tentaron a sacar la cámara pero supuse que iba algo retrasado y que el riesgo de salir corriendo perseguido por el boleteo sin diálogo previo no valía la pena. Era irrespetuoso, así que continúe mi camino ajustando las tiras del morral a la espalda.
La máscara del luchador mejicano (a la que se refirió Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad) no era para mí, al menos en ese momento no lo era por su aspecto desafiante, quizás si me toca una porción de la nada que hay detrás de ella, quizás también me toca el rostro desdibujado viéndose en el espejo partido de las aguas continentales.
La transgresión del cuerpo plástico de la T3i era todo un boleteo.
Sobre el rayado del semáforo se atravesó la idea de pensar en el formalismo de la poesía venezolana y latinoamericana de mediados del siglo XX.
Sin poder esquivar este viernes cinético y sin escrúpulos donde la luna ya estaba explotada y aú no era las 7, me preguntaba hasta qué punto el petrodólar nos seguirá modelando el contexto a contrapelo de las formas que el Nadaísmo Colombiano generó, ambos contextos marcadamente diferentes.
La invitación a una lectura Nadaísta esa noche realmente me convocaba, así lo quiso el Caribe Cósmico Cari Cari, un proyecto de música y poesía transmedia, que nos reunía en Salsipuedes. El asunto era todo un acontecimiento para un tipo que había estado preso por robarse un libro de poesía nadaísta.
Unas horas antes, le había escrito a la editora de esta columna que aunque la pálida nos persiga el hecho de reinventarnos se había convertido en una cuestión de moral, pero sobre todo de estética, por aquella suerte de ser uno amante y militante de los procesos y de las derivas. La gente por esos días solía decir, tenemos que escribir, con la vehemencia y con un tono imperante.
Ahora, que el formalismo y el romanticismo burgués nos haya hecho tan conservadores es la posición finalmente que ha tenido que adoptar la izquierda en un país como el nuestro que nada sobre el escremento del diablo.
Una especie de conservadurismo antropológico, ya que el capitalismo en su afán de devorarse los limites, incluyendo el de la finitud de los cuerpo, su “locomotora loca” como le llama Santiago Alba Rico refiriéndose a la obra del suicida polaco Stanislaw Ignacy, ha generado como bien lo dice una “rebelión de los limites”. En ese caso, asumiré conservador en este sentido; en el sentido afirmacionista de buscar verdades matemáticas en una pintura de Mondrían, en la objetividad del proletario en el Charlot de Tiempos Modernos, en el gesto atisbado de arrancarle la verdad a la belleza por donde pasa una revelación cartesiana.
Llegando al sitio, enterré la gorra, supliqué porque entre los escombros de Alepo aparezca algo más que una experiencia poética, un respiro de vida entre la devastación.
La lectura estaba por empezar. Recordé el niño dentro de la ambulancia despues de la bomba.
La autoridad única del callejon estaba activa.
Sobre la mesa, entre las botellas y el bolso plástico rojo vinieron las respuestas.
Hay algo amazónico en esta propuesta que la hace contra-kulturalmente atractiva, ademas se le sumaron estas tres voces y los 23.000 kilometros de caribe prometido se hacian cósmicos.
Luís empezó soltando un speech del hermano país en el contexto que deviene a la muerte de Jorge Eliézer Gaitán. El recital estaba a cargo de Katherine Castillo, Deisa Tremarias y Luis E. Belmonte.
De los diálogos entre Belmonte y Gonzalo Arango se ensayó una respuesta inmediata: ”En Colombia habían existido dos Movimientos importantes, El primero era la violencia y el segundo los Nadaístas”.
Otra venganza Chibcha pensé (Jueputas) y habría que sumar todo el perico que Pablito les había mandado. Pero aunque la paz se acababa de firmar la maldición de las 7 bases norteamericanas se mantiene.
He tenido en mis años amigos que ponían su pecho a las balas que arañaban mi espalda, que se hacían pasar por mi sombra cuando no me daban de baja.
He tenido amigos lejanos que aún sacan por sus calles a caminar mis ojos para que no se apaguen mis pasos.
Amigos que sumados hacen este total en mi espejo.
Ah, mis amigos, nunca fui más que uno de ellos
«Amigos» (fragmento). Jotamario Arbeláez
Lo que un entendido conoce es que una buena obra de arte camina por sí sola. Deisa llevaba un vestido de gatos que ronroneaban entre sus piernas, los gatos conocen mejor que los humanos lo que significa la política de la amistad, nosotros solo sospechamos algunos protocolos.
Habló de los amigos y de los enemigos, dos auditorios colmados en uno, el de Nietzsche y Aristóteles dentro de la basílica de Medellin presenciando un performance nadaísta, el bombardeo del “Cartucho” y los recientes allanamientos en “El Bronx”, ambos al mismo tiempo en la mismísima Bógota.
Kathe, invocó con el vaso a todos los poetas nadaístas. Tenía el conjuro. Las cualidades ónticas de los nadaísta replanteaban la pregunta… la pregunta por “el ser” de las cosas.
– ¿O cual otra?.
«Es un nadaísta porque no puede ser otra cosa está marcado por el dolor de esta pregunta que sale de su boca como un vómito tibio de color malva y emocionante pureza: “¿por qué hay cosas y no más bien Nada?” este signo de interrogación lo distingue de otras verdades y de otros seres».
«Los nadaístas», (fragmento). Gonzalo Arango.
Medicados de poesía y hasta el ojo:
«Cuando las cosas van mal, a uno se le olvida que pueden ir peor» escribiría Luís Blemonte en Compañeros Pasciente, su primer libro. Dejar pasar por alto que era psiquitara era desaprovechar su amistad y los momentos donde la clínica y la revolución se hacen poesía y promoción de lectura.
!Compañeros pacientes! una vez más Jodoroski quedó como un farsante con su psicoshow de magia para las tele-audiencias.
– Los artistas no necesitan terapia, tú no necesitas psicoanalizarte.
Eso fue lo último que dijo esa noche antes de desaparecer. En el piso habia dejado un recipe morado sellado y firmado.